Provisión de Dios

Autor: Rafael Ángel Marañón


Pues por gracia habéis sido salvados por la fe y esto no os viene de vosotros porque es don de Dios; no viene de las obras para que nadie se gloríe; que hechura somos, creados en Cristo Jesús, para hacer buenas obras, que Dios de antemano preparó, para que en ellas anduviésemos.

Efesios 2, 8-10. V. NC.  

 

   La serpiente, destilando su envidiosa soberbia hizo vacilar los corazones de Adán y Eva y consiguió que, en su soberbia y desconfianza, se preguntaran la razón por la que Dios les prohibió comer del fruto del árbol prohibido: ¿Tal vez Dios teme que seamos iguales a Él y quiere evitar que alcancemos el poder y la importancia que realmente nos pertenece? ¿Tal vez Dios no quiere egoístamente darnos algo bueno para nosotros?  ¿Tal vez... ?

 

   Siendo humildes hubieran reposado confiadamente en la bondad infinita de Dios.  Si el fruto del árbol hubiera sido verdaderamente bueno debieran haber confiado en que Dios se lo hubiera dado, como todo lo demás.  Satanás hubiera resultado mentiroso y Dios veraz como inmediatamente demostró.  La mentira de Satanás usurpó el lugar de la verdad de Dios y ya no dejó lugar para la plenitud de su amor.

 

   Cayeron de su gozosa y alta relación con el Creador a la misma miseria en que el hombre hoy se encuentra. Miseria física, social, espiritual... La exaltación rebelde de sí mismo por parte de la criatura fue la raíz y la puerta a la maldición;  a la enemistad contra Dios.

   Solamente la restauración de la humildad perfecta y, por tanto, de la obediencia y absoluta rendición a Dios podría restaurar al hombre caído.  Esta fue la entera sumisión del segundo Adán, esto es Cristo ,con la cual Dios mostró al universo pervertido y jactancioso que su justicia se cumplía en Él, como su obra completa sobre el orgullo y la rebeldía.

 

   Cristo cumplió totalmente la voluntad de Dios y demostró cumplidamente que en la humilde dependencia de ella posaba la plenitud de Dios y el mayor bien para los hombres. Su total sujeción abrió el camino hacia el Padre para que la criatura, siguiendo sus pisadas y su misma actitud, gozara y recibiera eterna redención.

Haciéndose obediente hasta la muerte, aún en medio de gran clamor y lágrimas, su total sujeción al Padre fue la base profunda de su obra redentora y nuestra salvación eterna. La humildad debe ser la raíz y el camino para nuestra perfecta relación con Dios, como lo fue en la de Cristo.

 

   La humildad no es una gracia más de entre las muchas que Dios nos concede.  Es un pilar fundamental de las demás, el cauce de todas ellas.  Y comienza por el pleno reconocimiento de una evidencia: Que Dios es enteramente todo, y nosotros enteramente nada. Esto solo, ya distingue al discípulo; este reconocimiento, leal y sincero, trae la perfecta humildad ante Dios y, por tanto, ante los hombres. Es mansedumbre y benevolencia, y el inconfundible sello del discípulo en cualquier circunstancia, momento y lugar.  Es exacta, e indiscutiblemente, lo que distinguía a Cristo.

 

   Reconozcamos que no hay nada tan antinatural para el hombre corrompido, tan insidioso y oculto, tan difícil y escabroso como la extirpación del orgullo.  Hace falta una gran comunicación con el Espíritu y una extraordinaria atención a las instrucciones y suaves restricciones que nos revela, para comprender cuanta falta tenemos de humildad y qué torpes somos para conseguirla.  O, en otras palabras, cuán indómitos y rebeldes somos en nuestro interior.

 

   Tenemos que examinar atentamente el carácter y la conducta de Jesús para llenarnos de admiración y gratitud por su mansedumbre, y creer que, frente a nuestro orgullo y nuestra impotencia para arrojarlo de nosotros, Cristo actuará entrando en nosotros para impartirnos esta gracia tan fundamental, don anticipado de la maravillosa vida eterna que ya sabemos gozaremos los cristianos redimidos.

 

   Estando en Cristo conocemos su poder para darnos la humildad de modo tan real, eficiente y soberano como antes nos poseía el orgullo.  Tenemos la vida de Cristo tan realmente o más que la de Adán y debemos andar desarraigados de éste, y caminar arraigados en Cristo. Tenemos que asirnos de la cabeza en virtud de la cual crece el cuerpo, con el crecimiento que da Dios.

  

La vida de Dios, que entró en la raza humana con Cristo, es la base sobre la que debemos permanecer, crecer y edificar.  Como cristianos cuerdos, no dejamos que se nos humille en la hora final, sino que procuramos, de nuestra voluntad, humillarnos en esta vida. 

El que se prefiere a sí mismo antes que a otro y piensa de sí grandezas, se eleva neciamente y sólo para caer desde más alto.  Así cayó Babilonia, el gran imperio, en tanto Nínive, al humillarse, se salvó.

 

Dios se manifestó a Moisés en una zarza y no en un alto y majestuoso cedro y mostró de su humildad para nuestro aprendizaje. Y a Elías tesbita no se le mostró ni en fuerte viento que quebraba las peñas, ni en un terrible terremoto, ni siquiera en un fuego abrasador, sino en un blando susurro, en un silbo suave y delicado porque Dios no se dirige a sus amados con estruendo sino con suavidad y amor.

Así fue enviado el ángel a María con suaves y no agresivas palabras. Había una orden inapelable, pero también una suavidad en todos que indicaba que el tal profeta o la bienaventurada elegida, podía saber que ejecutaba exactamente la buena voluntad de Dios.

 

   Los creyentes habremos de tener muy en cuenta las enseñanzas de Dios, en tanto dice:  Cuanto ella se ha glorificado y ha vivido en deleites, tanto dadle de tormento y llanto. Sin embargo a María se le dice: Bienaventurada ... la que ha creído. ¿Como no nos damos cuenta cabal de lo que significa la aquiescencia de María al llamado de Dios? ¿Donde está nuestra fe?

 

Todos los profetas ponían algunas pegas y dificultades a Dios cuando eran llamados. Excepto Isaías, todos los demás, tanto Moisés como Aarón, Jeremías y tantos otros más, se resistían ante las consecuencias que les traería el cumplimiento de la misión que Dios les encomendaba. Solo María dijo, sí, al instante. ¿Y que dijo Jesús? Mi Padre es todo yo no soy nada. La voluntad de mi padre he de hacer. Ahí tenemos todo ejemplo y motivo de alabanza.

  

En el orgullo, el bien de uno pasa inexcusablemente por ser el mal de otro.  En la humildad, todo es bien para todos. El humilde puede parecer que se deja pisar en esta vida, en tanto que el soberbio está puesto para ser pisado toda una eternidad de oscuridad y muerte ante Dios. ¿Cómo se puede ser soberbio el hombre siendo, como todo ser viviente, alimento de gusanos, recipiente de zozobras, miedos y dolores continuos?  Todo soberbio es ignorante, y la única medicina para esta horrorosa enfermedad es conocerse a sí mismo y, necesariamente antes, a Dios.

 

   Limpio se presentaba a sí mismo el fariseo en el templo. Sucio era el publicano y así lo confesaba. La justicia con soberbia no justificó al primero.  La humillación justificó al segundo, que reconocía sus pecados. Aunque subiere su altivez hasta el cielo y su cabeza tocase las nubes, como su propio estiércol, perecerá para siempre. Lo contrario de Cristo, que quiso llenar con su humildad nuestro vaso, que estuvo siempre lleno de orgullo y prejuicios.

 

   Fue David pecador; también fue gran arrepentido. A diferencia de Saúl, que negaba su culpa, David se gozaba en confesarla y humillarse. Fue la humildad vestidura de David, siendo un hombre según el corazón de Dios.

  Y, ¿qué hacía Daniel, hombre justo, sino confesar los pecados de su pueblo como suyos propios?  Y mereció que el ángel le dijese: porque eres muy amado.

  

Continuamente la suprema humildad de Dios. Hecho hombre, nace en un establo. Durante treinta años es ignorado por las gentes, y después anda pobre, errante, perseguido y calumniado. Lava los pies de sus discípulos y da enseñanza y curación a multitudes con abrumadora generosidad... muriendo ignominiosamente en la mayor injusticia del hombre contra Dios. ¿Y nos atrevemos a ser soberbios los que nos llamamos discípulos suyos?  Decía Daniel:  Tuya es, Señor, la justicia, y nuestra la vergüenza y la confusión en el rostro.

  Y sabemos que Daniel era un hombre justo y temeroso de Dios.  ¿Qué podremos, decir nosotros a la luz de esto?

 

Cristo es la vida de Dios en nosotros. La humildad en la vida de Jesús bajando del cielo, de su trono junto al Padre, para convivir con los hombres, para comprenderlos, para solidarizarse y compartir todo con ellos en la naturaleza humana, esa es la grandeza de la humildad; la suprema humildad.  Cristo descendió a lo más bajo, haciéndose humano, y de esta manera pudo llevar a sus últimas consecuencias su compasión por la humanidad, porque padeció solidario la realidad de la suprema impotencia del ser humano.

  

El discípulo conoce que está lleno de debilidad, y que igualmente lo están los demás. Por eso, no hace esfuerzos por mostrar humildad ficticia con gestos fingidos, sino con rectitud en la justicia y la verdad; con la naturalidad del que vive en una esfera existencial distinta, implantada por el Espíritu Santo.  Y, desde luego, con comprensión, puesto que también él está rodeado y de debilidad y padece de ella.