Mía es la venganza

Autor: Rafael Ángel Marañón


No os venguéis vosotros mismos amados míos,

sino dejad lugar a la ira de Dios;

porque escrito está 

Mía la venganza, yo pagaré, dice el Señor.

Romanos 12,19

 

 

Donde están los cristianos de verdad no hay lugar para odio o venganza, porque odiar al bueno es contra la justicia y aborrecer al malo es contra razón, pues está tan enfermo y herido por el pecado que hay que tenerle lástima y no aborrecimiento y maltrato.

Si te quieres vengar de la ofensa de otra persona, ese pensamiento ocupa toda tu atención de día y de noche. De día no te puedes ocupar de lo que realmente te interesa ocuparte. De noche meditas tu venganza, mientras en tu propia cama, imsonne, das vueltas como una lagartija.

El enemigo te quitó la tierra y tu te quitas el Cielo, y eres tan loco que piensas que quedas vengado. Realmente lo que haces es ayudar a tu enemigo pues a tí mismo te persigues. Locura es pelear contra tu enemigo con armas semejantes, siendo él más fuerte que tú. Contra el fuego se emplea el agua; la paciencia contra la impaciencia; la bondad contra el mal y la sabiduría contra la locura.

Deja a Dios actuar pues Él dice; mía es la venganza, yo pagaré. Esta ha de ser tu represalia, esta tu venganza. Dios sabrá hacer mejor justicia que tú ¿No te parece? No sabemos lo que contiene el corazón de aquel hombre que nos ha ofendido. Tampoco, pues, juzguéis vosotros antes de tiempo, hasta que venga el Señor que que iluminará los escondrijos de las tinieblas y hará manifiestos los propósitos de los corazones, y entonces cada uno tendrá la alabanza de Dios. 1ª Corintios 4,5.

¿Que sabes tú de las situación del que tanto te ofendió o te perjudicó? Tal vez ese hombre se retorcía en angustia de alma y su decisión no fue ni deliberada ni controlada. Tal vez fue una acción precipitada o de naturaleza obsesiva, De la misma índole de la que tú estas incubando de forma paranóica. ¿Todos los días tenemos la misma serenidad de mente? ¿la misma claridad de juicio? ¿Jesús juzgaba de ese modo tan intemperante y veloz? El dijo: Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie; y si juzgo mi juicio es verdadero, porque no estoy solo, sino yo y el Padre que me ha enviado. Juan 8,15,16.

Todo buen cristiano ama a su enemigo. Es aceptarlo como parte de la disposición de Dios que sabe extraer lo bueno de su voluntad para ti. Amar al enemigo es amarse a sí mismo. Y el cristiano conoce que «cuando los caminos del hombre son agradables a Dios, aun a sus enemigos hace estar en paz con él».  (Proverbios 16,7).

Tus enemigos abundan tanto dentro como fuera de ti. Todo lo que rechazas lo conviertes en tu antagonista. ¿Cuántas veces has tomado partido por algo que no te obligaba, ni interesaba de manera directa o necesaria y fuiste enemigo de ese algo? Ese algo te fue durante tiempo adversario tenaz. Dejaste la lucha cuando comprendiste su inutilidad y aquel asunto dejó de preocuparte pues ya no lo resististe y lo convertiste, con tu nueva actitud, en una cosa más de las que todos los días suceden.

Es decir, al quitarle el aguijón de tu resistencia, lo desarmaste en ti mismo y lo neutralizaste. Ese enemigo, pues, fue enemigo mientras lo quisiste tú. Después ya no fue nada. En ti nació y en ti murió. Persona o cosa si es resistida y rechazada como mal arbitrario de Dios, la haces tu enemiga. Se ve claro en los deseos de revancha o en la realización de una venganza. Si te vengas de una persona, en ese momento te has hecho más daño a ti que el que tú le puedas infligir a él.

Rompes tu paz y te haces daño interior a tí mismo, (y las más de las veces también exterior) no sólo ya cuando cumples el acto de la venganza, sino anticipadamente mientras meditabas cómo hacerlo. Tal como el que tropieza con una puerta y la emprende a patadas y golpes contra ella. ¿Qué consigue? ¿Piensas que el Señor Jesús mentía o se equivocaba y deseaba equivocarnos cuando mandaba: no resistais al malo?

Si por el contrario aceptamos las actitudes hostiles, agresiones e injusticias con la perspectiva y visión de fe, si somos acordes con los propósitos del Señor, a la hora de hacer nuestros juicios y valoraciones, las cosas y las personas que nos son adversas podemos y tenemos que considerarlos como dones y obsequios amorosos del Padre. Ejercer la prudencia como recomendaba Jesús: ser cándidos como palomas  y prudentes como serpientes. Retirarnos de tentaciones y de las causas de tantos desastres como se producen por causa del pecado, y aceptar lo que no se puede evitar.

En el proyecto global de eternidad y gloria, Dios dialoga y comparte con sus hijos. Es puro amor que se muestra aportando en nuestros enemigos los elementos necesarios para nuestra corrección, en la adecuada dirección (Hebreos 12, 5, 6).

De todo lo que me agrede y me es enemigo, yo digo: «Señor, estoy de acuerdo en todo porque tú, Padre, lo has dispuesto y realizado. Que se haga tu voluntad tan preciosa por la fe, que tú también me has regalado junto con la dificultad. Y así tengo tu paz. Todo es posible al que cree; ¡yo creo! (Marcos 9,23).

No tengo que preguntar: ¿Dónde está tu voluntad? Lo que sucede... ¡eso es tu voluntad! No que yo reniegue y rechace tu voluntad (que muchas veces lo hago), No que yo soporte estoicamente tu voluntad (eso también lo hacen muchos paganos) ni que la comprenda siempre. Es que yo he de amar y amo tu voluntad en todo. He de ser imitador de Dios como hijo amado (Efesios 5,1), amando y aceptando todo lo que el Padre disponga o haya dispuesto. Como dijo el mismo Jesús: No lo que yo quiero, sino lo que tú (Marcos 14,36).

Así, en la plena aceptación, llega la paz más eficaz. Ya no más indecisiones, no más dudas, no más incertidumbres. Total liberación. Heme aquí... o Habla, porque tu siervo oye. (1º Samuel 3, 10-16)

Buscar la voluntad de Dios y reconocerla en relación con aquello que se te enfrenta y a la luz de su Palabra y en comunión y fe de la Iglesia. Con discernimiento espiritual y sana sabiduría. Con criterios de Dios. No podemos dañar al enemigo sin dañarnos a nosotros muchísimo más. ¡Ay del que se goza en la venganza!, ¡Qué gran desgraciado!, ¡Qué infeliz! Ya te has vengado, ¿y ahora qué?

Por algo el Señor mandó sabiamente haciéndonos grandísimo beneficio, que amásemos a nuestros enemigos. El se entenderá mejor con ellos. «Yo pagaré» (Romanos 12,19).

Cuando Job quedó desposeído por Satanás fue por permisión de Dios. Sin esta permisión jamás hubiera podido tocarle. Si, pues, nosotros somos atacados, desposeídos de hacienda, honor y hasta de salud, es señal firme de que fue Dios quien lo dispuso. En este conocimiento acogeremos tanto el bien como la adversidad, como de la mano de Dios. Así dijo Job: Jahvé lo dio; Jahvé lo ha quitado (1,21); ¿Si recibimos de Dios los bienes ¿Por qué no también los males? (2,10).

Todo el mal o bien que nos circunda es de Dios que, o castiga o corrige o condena. No es el verdugo el que mata, sino el magistrado que ordenó la ejecución. Por ello, en algunas ejecuciones, los verdugos imploran el perdón de los ejecutados y lo reciben, ya que éstos son conscientes de quién es el que realmente ejecuta su muerte.

No debemos, pues, quejarnos de enemigos, ya que es Dios el que los dispone. Y dispone bien. Cuando Jesús fue increpado por el orgulloso Pilato, le reprendió diciéndole: Ningún poder tendrías sobre mí, si note hubiese sido dado de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti, tiene mayor pecado que tú. (Juan 19,11)

En las tribulaciones que todos padecemos en el vivir diario, hay que poner la mirada arriba en Cristo y no en los fenómenos y sucesos de este mundo, que son todos pasajeros. Son enemigos o azotes que Dios dispone y no son nada sin el sabio designio de Dios.

El que aborrece a su enemigo, concluye en su corazón que tiene guerra por su cuenta y poder siendo así que, aborreciendo al instrumento, aborrece a Dios que lo dispone. El tal adversario ha sido puesto para el cumplimiento de un propósito en el que, sin embargo, el hijo de Dios sabe que ocurra lo que ocurra, en todas las cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.  (Romanos 8: 37-39).

Amemos y aceptemos la disciplina del Señor que se manifiesta en las tribulaciones que nos sobrevienen, porque nos es necesaria la paciencia (Hebreos 10,35-39).  Es verdad que ninguna corrección parece en ese momento agradable. sino dolorosa, pero al fin da frutos apacibles a los que son ejercitados en ella. (Hebreos 12.11).

No hay por que esperar una visión o señal insólita en cada momento y en cada caso aunque no la desdeñamos. Debemos dejar a Dios que hable como quiera. Él sabe como dirigirse a sus hijos.

Con este bagaje de fe en las promesas de Dios y en su fidelidad día a día, acojamos con dignidad y agradecimiento toda prueba de Dios. Es designio de Él, y sabe lo que hace, por qué lo hace y qué clase de disciplina nos dispensa. Nosotros sólo sabemos a ciencia cierta que es la que más nos conviene.

Todo lo dicho no pasa por alto, en absoluto, el negro y abismal misterio de la realidad del dolor humano en tan trágicas manifestaciones como se produce. Es duro de aceptar. Incomprensible para nosotros. Ya en la vida normal y a nuestro alrededor, padecemos el impacto de una multitud de situaciones que nos desconciertan y confunden continuamente.

Ante este constante torbellino debemos interpretar claramente cada estímulo y cada rechazo que nos afecte, tratando de no permitir por pereza o ignorancia que agite demasiado nuestra capacidad emotiva, nuestro intelecto o nuestra actividad.

Hay que hacer oídos sordos a las muchas agresiones y otros agentes enemigos que pretendan perturbar nuestro camino de fe. Conservar la serenidad, la mesura en la conducta y en el hablar, y nunca permitir que los excesos y extravíos de otros modifiquen, ni un ápice, nuestro pensamiento ni nuestras convicciones cristianas.

La serenidad, el carácter irreprochable y la ponderación en las opiniones, harán que la firmeza y la fe no sufran, antes bien se confirmen en el contraste entre los extravíos de afuera y nuestros propios designios espirituales.
Los caracteres recios que actúan con resolución cristiana siempre producen en los demás un respeto y una consideración notables aunque aparentemente no se perciban. Y esto aun en las personas que, aunque admiran las buenas cualidades, no practican la cortesía, la lealtad, ni tienen convicciones arraigadas que valgan un ardite.

Por lo general, resulta contraproducente malgastar tiempo y energías en responder a los adversarios y provocadores. tengan o no nuestras respuestas fundamento y razón (Proverbios 12,16;  14,33).

Hay que aceptar que la envidia, el temor, la hostilidad y el engaño siempre estarán presentes a nuestro alrededor en una sociedad pagana que hace de sus crueldades, arbitrariedades e injusticias, bandera de orgullo y de vanagloria.
Tu temple y equidad mostrarán, en todo momento, que ejerces una superioridad real que será captada aun entre aquellos que ni siquiera tienen idea de la equidad y el buen comportamiento.
 La consciencia de la irreprochabilidad de tu carácter te sea suficiente si la practicas y lo consigues. Y después, ¿qué queda cuando todo pase, amigos y enemigos? ¡Sólo Dios! Por ello podemos decir: ¡Gracias, Señor, por tus bondades y elección! ¡Alabado

seas de eternidad a eternidad!.