La luz del mundo

Autor: Rafael Ángel Marañon

 

Y el centurión que estaba frente a él, viendo que después de clamar había expirado así, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios. Marcos 15:39    
Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo. Gálatas 6:14

Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Mateo 5:14

 

Hermosas, rotundas, y ciertas palabras que rápidamente olvidamos cada día tan pronto como entramos en contacto con la dura realidad diaria. ¿Que ha pasado? ¿Se nos ha ido de la memoria? ¿Acaso son difíciles conceptos a los cuales no podemos llegar desde nuestra inteligencia, tan exaltada por el mundo?

Desgraciadamente es que no lo creemos de veras; que dudamos de la realidad más ostensible que debería tener en cuenta un cristiano tan pronto sale de su casa para enfrentarse con un nuevo día lleno de trabajos, oposición, y también desprecio en multitud de ocasiones.

Pero la palabra de Cristo no pasará. Es sólida como Dios mismo de quien procede y no puede ser trucada y menos ser motivo de queja o ser despreciada. Somos la luz del mundo y no tenemos derecho como seguidores de Jesús a esconder nuestra fe y nuestras conviccciones morales que se basan en su palabra. Palabra de Dios. Dice así el apóstol San Pablo.

Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo. Romanos 8:22 y ss.

La tierra entera, la humanidad, la creación toda, sufre con la esclavitud del pecado y el apóstol Pablo lo pone de manifiesto. A la vez nos marca un camino que es el lógico para imitar al Maestro. Ir siempre tras la verdad y la libertad echando mano de las primicias del espíritu. Esto siempre es complicado y conflictivo, pero a la vez nos ofrece un camino maravilloso tras el cual, con la promesa y certeza inicial, nos da las pautas para la libertad que se ha de perseguir y conservar; la libertad de los hijos de Dios, su premio final y la satisfacción, siempre presente, de estar en la onda de Dios y la seguridad de la salvación y gozo eterno.

La manifestación de los hijos de Dios se realizará de forma espectacular como está predicho, pero aquí y ahora nosotros somos los que tenemos que iluminar este mundo perdido con nuestra luz; luz que hemos recibido de Dios y por lo tanto no podemos esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Mateo 5, 15.

Sabemos todos nosotros los que luchamos día a día contra el prejuicio y la mentira, que la lucha es dura y a veces las dificultades casi insuperables. En ocasiones de tal manera que peligran nuestras familias y su sustento y nadie tiene compasión de nuestras dificultades. No puede esto servirnos de paliativo a las exigencias de Jesús.

En cualquier caso para estimularnos a las buenas obras, y a demostrar que la doctrina de nuestro Señor es la verdadera vía para obtener esa ansiada liberación que el apóstol nos menciona. Son, si cabe, un acicate más para que nos demos cuenta de que solo por medio de muchas tribulaciones entraremos en el reino de Dios. Hechos 14,22. Así fue con Cristo inocentísimo. ¿Porqué coceamos contra esa realidad? ¿No nos basta la promesa de Cristo y la duda debilita nuestro denuedo?

Sin dejar de ponderar estas dificultades, inherentes a la conducta propia de un hijo de Dios en este destierro mundano, debemos hacer una meditación concreta y, saber y entender, la gran responsabilidad que el Espíritu Santo ha echado sobre nuestras espaldas. No lo hubiera hecho si no estuvieramos señalados para tal tarea. Alabado sea Dios, Espíritu Santo, que nos ha escogido para una tarea de cooperación con su eminente Gracia.

Somos hijos de Dios, y nosotros le amamos a Él, porque Él nos amó primero.1 Juan 4:19.  ¿No hemos nosotros de corresponderle? ¿No vamos a querer llevar con gozosa claridad esa antorcha (más grande o más pequeña) que el Señor nos ha puesto en la mano?

 Nosotros, y no otro, somos los que tenemos la obligación (gozosa) de ser los portaestandartes de la conducta evangélica que Dios quiere de sus testimonios vivos. En amor, en cortesía, en discreción, en humildad, en valor, etc. porque todas esas virtudes, sabiamente manejadas, serán el testimonio de Dios en la tierra y lo que distinga a su iglesia hasta su venida.

Hemos pues de ser agradecidos porque Dios nos haya elegido para llevar tan dignísima tarea en medio de un mundo que ha vuelto (ya descaradamente) la espalda a Dios, y hasta el bendito nombre de Jesús es impronunciable en la mayoría de los ambientes.

Toca pues a los discípulos verdaderos de Jesús, no involucrarse en los dichos y hechos del mundo, enemigo de Dios, y cuando la ocasión se presente (Dios proveerá) con mansedumbre y reverencia, como aconseja el apóstol Pedro, manifestarse como creyentes en Jesús. Como hijos y testimonio de Dios: si bien no se dejó a sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros corazones. Hechos 14:17. Dios no se ha dejado sin testimonio en el mundo y nosotros, su iglesia no somos uno de los menores.

Si tenemos luz del Espíritu no lo pongamos debajo de la mesa o debajo del celemín o almud. Pongámoslo en el candelero. El que ignora, ignore, dice San Pablo. Nosotros como iglesia, con nuestro don general y circunstancia particular, llevemos muy en alto, sin arrogancia, pero con valor y dignidad, la luz que ilumine a las gentes.

Lo que Dios tenga para cada criatura suya es cosa de Él, pero nosotros debemos comportarnos de tal manera que todos digan, cuando observen nuestra conducta y nuestra fe:Verdaderamente este hombre es Hijo de Dios.