La humildad de Jesús

Autor: Rafael Angel Marañon

Dios es quien sostiene todas las cosas con la potencia de su Palabra y por quien todas las cosas subsisten. Es Dios, por consiguiente, quien dispone de todas las atribuciones y derechos, en tanto que todo proviene de su voluntad y poder, a los cuales tienen que estar sujetos criaturas y creación.

Si Cristo se sujetó al Padre, ¿qué no habrá de hacer la criatura, sino lo mismo? ¿Cómo puede el soberbio concebir otra actitud diferente a la del hijo y asumir atribuciones a las que el mismo hijo renunciaba? ¿Existe o puede existir pecado más horrendo, contrasentido más insensato? Este es el pecado que cometió Satanás: el pecado de soberbia.

El principio de todo pecado es la soberbia del mismo modo que la raíz de toda virtud es la humildad. Es la soberbia la raíz y el sustento de todos los pecados al igual que la humildad sustenta todas las virtudes. La virtud, sin humildad, es pecado de soberbia. Como dice la escritura: Retrae también a tu siervo de los movimientos de soberbia, no se adueñen de mí; entonces seré irreprochable y purificado del gran pecado.

En un mundo lleno de soberbia, ser humillado equivale a rebajarse, lo cual se considera malo en sí mismo. En cambio, la escritura dice: bien me ha estado ser humillado para aprender tus estatutos. Y también: Dios resiste a los soberbios y a los humildes da su gracia.

Como el humo vano, pernicioso y contaminante se eleva el soberbio. Y, como Satanás, lleva en su mismo pecado la sentencia de la mayor y en éste caso auténtica humillación: porque quien aquí humilla es Dios. No es así el vapor de las nubes que se aviene a bajar en lluvia y es bendición para la tierra como lo es también don generoso de Dios, la humildad de sus hijos.

La soberbia es una espiral que sube y que cuanta más altura alcanza, más vértigo produce, más embota la mente y más insensatamente instiga a continuar la escalada. Y tanto mayor es la altura cuanto más desastrosa es la caída. Así el hombre más se endurece en sus prosperidades, cuanto más lo eleva Dios para arrojarle desde más alto y con más ímpetu. Y tú, Cafarnaúm ¿te levantarás hasta el cielo? Hasta el infierno serás abatida. Y también: Antes de la caída se exalta el corazón del hombre, y a la gloria precede la humillación.

Humillarse no es más que bajar del falso pedestal en cuya cúspide ficticia nos colocamos nosotros mismos, con locura y desprecio a Dios, con disparatada y gratuita autoestima... con soberbia. No es descender del lugar que nos corresponde, sino permanecer en el mismo en sensatez y cordura. No somos humildes mientras creamos en nosotros mismos y no reconozcamos que en nosotros mismos nada podemos ser por cuanto en nuestra carne no mora el bien.

La relación entre Dios y la criatura es, ni más ni menos, que la dependencia absoluta de ésta ya que para ello fue creada. Cuanto más nos alejemos de ésta posición tanto más lo haremos de la voluntad de Dios, disponiendo terca, temerariamente y con soberbia de lo que no nos pertenece.

La criatura debe todo a Dios y su primordial cuidado y atención, ahora y para siempre, debe ser la de presentarse como vaso vacío en donde Dios pueda morar y allí, mostrar su poder y bondad. Es dependencia y sumisión absolutas rendidas a Dios por parte de su creación: Digno eres señor Dios nuestro de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú creaste todas las cosas y por tu voluntad existen y fueron creadas.

Humildad correctamente entendida: la más alta condición del hombre, y la raíz de cualesquiera sean sus virtudes.