El sistema mundano

Autor: Rafael Angel Marañon

 

 

No podemos negar que a lo largo de la historia hay y ha habido siempre, ambición, injusticia, despojo, afán de lujo, de riquezas y derroche de bienes y miseria de muchos. Siempre ha habido ricos banqueteadores, y pobres que apenas podían comer de las migajas que caían de las mesas de estos, pero es en la época actual cuando contemplamos esta situación de una forma tan descarada, agresiva y aplaudida.

Es lógico que un hombre instruido, que instruye a su familia y es ejemplo de su entorno, que no es jugador ni pendenciero, ni borracho ni imprudente, tiene, normalmente que prosperar económicamente y que gozar, excepto imponderables, de buena salud corporal y limpieza tanto física como espiritual.

Ahora ya todo está contaminado. El liberalismo y la inmoralidad se ocupan de ello. Dios no es tenido en cuenta como antes, y no queda defensa contra esta violenta corriente de pensamiento y acción destructiva.

Hace años, el médico, el artesano, el obrero de cualquier gremio, se contentaban con ser lo que eran: estaban orgullosos de su trabajo y procuraban ejecutarlo a la perfección. Su pan diario y la satisfacción de un trabajo bien hecho les llenaba de complacencia y eran más que suficientes para su equilibrio y su conformidad personal, así como para el disfrute pleno de su identidad. Había aprecio mutuo, y esto era algo grande y recompensador. Se sentían, como hoy se dice, plenamente realizados.

Pero hoy mas que nunca se habla de dinero. Negociar, comprar, vender y prosperar legítimamente es correcto. Poner en marcha ordenadamente nuestras capacidades y vocaciones es bueno, y bien hecho es fuente de progreso y prosperidad para todos. Es útil para la sociedad toda y proporciona bienestar individual y social.

Ser guardoso sin afán es prudente. Se puede hacer mucho bien con la riqueza bien empleada, administrada y compartida. Lo que no es normal y sí corriente, es que el poder maligno que se esconde detrás del dinero sea el que prevalezca, y de un carácter totalmente incorrecto y perverso a su uso natural y conveniente.

Hay un poder siniestro detrás del dinero. Cada día se muestra mas ostensiblemente, y en muy pocos años adquirirá un poder prácticamente omnímodo. Será el nuevo y prepotente «dios» indiscutible e indiscutido de este mundo pagano, que ya no sabe por que camino ir, pues todos los que tiene por delante (con parecer tan variados y abundantes) le conducen invariablemente al mismo callejón sin salida.

Ya no hay apenas resistencia: pocos focos de lucha se perciben en la sociedad moderna. Y estos, también contaminados con el sello de la bestia poderosa.

Se ha perdido el equilibrio y todo el sistema mundial ha quedado alterado y corrompido; y no es una tesis académica. Es una realidad ominosa presente en todo lugar y que avanza cada vez más velozmente, a medida que conquista más poder y derriba más resistencias. Nunca este poder se ha manifestado en toda su extensión y malignidad como lo hace hoy, y de una forma tan sutil y aparentemente buena y útil. Esta sutileza es su mejor arma y su mayor peligrosidad.

Las gentes ya no se aprecian por su oficio, vocación, cualidades morales o excelencia de saber y de ser, sino por la marcha de sus inversiones. Un exitoso futbolista (un ejemplo entre tantos) tiene mas dinero, influencia y es mas conocido por todos (popular), que un premio Nóbel. Pero la gente lo quiere así.

Todos compran, venden y cambian acciones, títulos y propiedades, y las palabras «ganancia rápida», «especulación», «inversiones de rápida y lucrativa realización»... son el vocabulario y el tema común en todas las conversaciones.

Se admira al especulador que acumula dinero rápidamente, no importa como. A las gentes no les importa: ellos mismos, desde su nula moral espiritual y cívica, harían igual si dispusieran de idénticas oportunidades.

Las gentes todas han devenido en negociantes, y el sistema corrupto del mundo ha captado a todos para su método y su filosofía de las cosas. Hoy lo que vale es el dinero (nada nuevo) y las cosas que se pueden comprar con dinero, (que en este mundo es todo, pues todo está sometido al poder del dinero). Joyas, honores, prelacías, almas de hombres.

Todos han sido atrapados en el agitado remolino de las transacciones, cosa que no se corresponde con las legítimas aspiraciones del hombre medianamente ético, ni con la genuina vocación de las personas rectas. Pero es un sistema irresistible e irresistido.

Además, ¿quien quiere resistirlo? ¿Quién no quiere participar en él? Los que no pueden y quedan excluidos de una u otra manera, se sienten fracasados.

Hoy, mujeres y hombres corren como orates en pos del mundo y del dinero. Se burlan y ridiculizan a los pocos y raros que no marchan con ellos en esta siniestra y fatal «carrera de las ratas». Son ya esclavos y han servido a un «dios» al que ya no pueden abandonar, y tienen que ir tras él.

Todo está trastocado. Solo un pequeño número de cristianos ha comprendido la malicia implícita en este estado de cosas, y han movilizado hasta donde alcanzan su ética y su esperanza viva contra esta insidiosa situación. No es vana lucha, pues es de Dios, pero es casi imperceptible en el mare mágnum de la vida cotidiana. Para el mundo pasan casi inadvertidos ellos y sus llamadas y si alguien se para a escucharles al final exclama ¡Bah, son idiotas!

Pero aunque no sean los más ricos o famosos, estos irreductibles son los «siete mil» que no han doblado su rodilla ante Baal y no han besado su frente. Son el remanente de Dios en este mundo corrompido.

Se admira por todos la integridad y el bien hacer. Se les exige a los políticos y a otros grandes responsables, pero lo que se envidia y se respeta es el enriquecimiento monstruoso y al falto de escrúpulos y moral para conseguirlo; ¡ese sí que es un tío listo!

Todo el mundo protesta contra la corrupción cuando no puede practicarla de forma segura, masiva y rápida, pero todos quisieran poder hacer lo mismo, porque lo harían de tener la ocasión propicia. ¡El amor, la solidaridad! ¡Bonitas palabras!

El afán de las cosas materiales, el lujo insultante y la exhibición indecente de riqueza y derroche no es tan solo cuestión de manejar dinero que siempre se ha hecho. El dinero es muy buen servidor, pero muy mal amo y engendra con su maligno poder unos afanes que conspiran contra la estabilidad mental y espiritual de cualquier persona.

Porque contra Dios hay detrás de este sistema una presencia real que impulsa irresistiblemente a los hombres apartados de su camino y todos corren, sin advertirlo y dolorosamente, en la búsqueda ansiosa de éxito, del reconocimiento social, del dinero y del poder. Robando, trabajando en jornadas agotadoras y degradantes para el espíritu y la mente, envileciéndose de muchas maneras. Todo para ganar más, consumir más, derrochar más.

Ya no importa para triunfar quien ni cuantos quedan en la cuneta. La forma de pensar ya no es solamente que «yo tengo que triunfar» es que «los demás tienen que fracasar» pues si no, el triunfo ya no sería completo. Cada uno es el único que se importa a sí mismo: lo demás no importa sean cosas, animales u otros hombres. Se hace un discurso moral, se publica algo con fotos impresionantes y a los dos días no ha pasado nada. Otras atrocidades sustituirán a las anteriores, y ya está la humanidad vacunada contra la sensibilidad.

Por una parte vemos como este satánico sistema, tan insidiosamente extendido a veces bajo sutiles razones, produce una incapacidad de muchos para obtener lo mínimo para su subsistencia.  Por la otra los que no tienen escrúpulos ni barreras morales o se burlan de la policía y de la ley, gozan de increíbles oportunidades para enriquecerse sin límites. Y aun con la ley en la mano, el sistema perverso permite estas aberraciones que tanto denostaban los antiguos.

Estamos de acuerdo en que el Creador no ha querido repartir la inteligencia y otros dones por igual entre los hombres. La nacionalidad, la cuna, la educación y las oportunidades no son controlables por el hombre. Pero obedeciendo la ordenanza de Dios, podríamos hacer un mundo más habitable y justo, aun con las naturales diferencias, pero no con esta monstruosa desigualdad.

Esto no es, no puede ser normal. Y el cristiano genuino y aun sin contaminar, así como el incrédulo pero con un mínimo de ética y equidad, se da cuenta de que se encuentra sumergido en una vorágine de tensiones y solicitaciones, que tratan de arrastrarle con ímpetu, y de las que reconoce su malignidad extrema.             

Entiende que jamás se debiera haber dejado llevar por la corriente, cooperando con su asentimiento y consentimiento a este estado de cosas. Ahora volver atrás es más difícil aun, pero al menos ya tiene conciencia de la magnitud y depravación del sistema.

Verdaderamente los creyentes, como hijos de Dios y opuestos, por tanto, al sistema mundano, rechazarán con energía cualquier situación extrema de robar, matar, mentir etc., pero sutilmente son acometidos y aguijoneados por las pequeñas cosas mundanas que, aparentemente, son legítimas y necesarias.

Estas pequeñas cosas son las más difíciles de discernir, pues amamos la comodidad y el dejarnos llevar por la corriente, pero son el conducto por donde Satanás nos introduce insidiosamente en su inicuo sistema. ¡Que necesidad tenemos de vigilar, orar y ser sobrios! El comercio, la falsa religión y la política, son las principales aunque no únicas señales; su exaltación extrema nos señalará el tiempo madurando y a punto para el estallido del sistema y su final definitivo.

Entretanto no haya desidia entre nosotros y preparémonos cada día para la gloriosa venida de nuestro señor Jesucristo. Entonces conoceremos con toda plenitud inimaginable, su perfecta victoria sobre este cosmos satánico, y también la plenitud de la perfecta libertad y gloria que tan ansiosamente anhelamos los que le esperamos.

No sea hallado entre nosotros alguien del que se pueda decir: «no tiene interés». La lucha es dura, pero la victoria es segura y esplendorosa. No nos la dejemos arrebatar a cambio de bagatelas y vanidades. Ni de ninguna otra cosa.