El principio de la contaminación

Autor: Rafael Ángel Marañón


Cuando comenzaron a multiplicarse los hombres sobre la tierra y tuvieron hijas,

viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron de entre ellas por mujeres las que bien quisieron.   

 (Génesis  6:1)

 

La mezcla de aquello que es de Dios con lo que es solo propio del ser  humano despegado de Dios es una forma de mal extraordinariamente maléfica y peligrosa, que se presta como instrumento de Satanás para intentar manchar seriamente el testimonio de Cristo en la tierra. Esta mixtura podría tener la apariencia de algo muy deseable y en algunos aspectos (muy sutiles e insidiosos) concordante con la doctrina cristiana del amor al prójimo y la concordia.

Puede tomar la forma de una relación indolente para no ser tildados de intransigentes, puritanos o fundamentalistas; o también,  por otra parte, de un acercamiento a las gentes tan necesitadas de ser instruidas, informadas y formadas; de unas oportunidades de testificar y dar una oportunidad de cooperación a los que no conocen nuestra forma de entender la vida. Algo que atrajera a las gentes a la vida de Cristo.

Pero en realidad no es posible confiar en que este método tenga eficacia ya que el mal es más pegadizo que el bien y su influencia es demoledora. Más todavía tratándose de cristianos que tan pronto sufren algunas contradicciones por parte de alguna persona instruida, pero incrédula, vacilan de sus propias convicciones. 

A la luz de la palabra de Dios, estas estrategias, por muy cargadas que estén de buena intención son nefastas, ya que contradicen la palabra de Dios, que veda de forma taxativa, la asociación o mezcla vivencial con incrédulos. Estos por añadidura, ya sea por ignorancia o por mucha  instrucción han sido y son enemigos declarados de la iglesia de Dios en todo aquello que es admonición contra sus vicios o filosofías.

No hay pues ningún provecho para los creyentes alentar relaciones sean de negocio, matrimonio o relaciones amistosas íntimas y reiteradas, con los hijos de este mundo (“kosmos”) rebelde, que despreció y sigue ignorando a Cristo. O que la verdad de Dios pueda confundirse con las teologías de un mundo descaradamente pagano. Ese no es el método de Dios para promover los intereses del Reino, ni de los que han sido llamados para ser sus testigos y luz del Señor en la Iglesia y en toda la tierra. La luz ha de ser pura; no convive con tinieblas.

Es pues, obligado reconocer, que solo la completa separación del creyente de su relación con el mundo (como nos ejemplarizaba el apóstol Pablo) que estaba crucificado al mundo y el mundo a él, es lo único que agrada a Dios y por tanto la senda estrecha, pero segura, para el cristiano consecuente y maduro. Cristo es, el único camino a Dios.

Vivimos tan envueltos en el torbellino del  mundo, que cada vez se nos hace mas difícil concentrar nuestra atención, en lo que debe ser nuestra primordial ocupación, es decir, buscar en todo momento y lugar la glorificación del nombre del Señor, en nuestra (lo tenemos que reconocer) cada día mas difícil senda.

 Lamentablemente, nos asemejamos mas a Lot que a Abrahán, cuando acercamos continuamente más y más nuestras tiendas a Sodoma, como vemos que hacía Lot. (Génesis 13:12). El “Kosmos” satánico va ganando terreno continuamente en perpetua labor de confusión, que solo puede ser vencida  por la obediencia incondicional a la palabra esclarecedora de Dios. 

 Es imposible ignorar estos principios de separación consciente, sin que suframos menoscabo en nuestra condición moral, y nuestra relación con Dios, de cuyos mandamientos tan orientadores y experimentados, hacemos dejación con tanta relajación y descuido.

Naturalmente no echamos en olvido lo dicho por el apóstol Pablo: Os escribí por carta que mezclarais con los fornicarios. No ciertamente, con los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones o con los idólatras, porque para eso tendríais que salir de este mundo

Lo que ahora os escribo ahora es que no os mezcléis con ninguno que, llevando el nombre de hermano, sea fornicario, avaro, idólatra, maldiciente, borracho o ladrón; con estos ni comer:  O las mismas palabras de Cristo en su oración por sus discípulos: No pido que los tomes del mundo, sino que los guardes del mal. Ellos no son del mundo como no soy del mundo yo.

En este estado de ánimo e ideas, ya deberíamos ser todos “maestros” después de tanto tiempo, y no dar pábulo a disputas inútiles sobre esta materia. Lo que es claro no tiene nada de que discutir, sino solo por los polemistas  indoctos.

Desde el principio vemos que las relaciones de los hijos de Dios con los hijos de los hombres, tuvieron unas consecuencias desastrosas. La abismal diferencia entre el hijo de la fe y el hijo de la anarquía y rebelión, no tenía y tiene por más que exhibirse y manifestarse antes o después, y normalmente en todo tiempo. Aun en las situaciones mas delicadas y comprometidas, en la que el ser humano se siente fracasado e impotente ante fuerzas que lo superan, sigue rebelándose contra Dios.

Su aversión aumenta, en lugar de convertirse en convicción de que solo mediante la protección de Dios, puede salir de la trampa mortal en que se encuentra inmerso tan frecuentemente. Por ello leemos en el libro de Apocalipsis, el verso tan oscuro para tantos, y en el cual sin embargo se manifiesta con toda claridad cuan grande puede ser la aflicción del hombre, y su rebelde actitud ante Dios. Y los hombres se quemaron con el gran calor, y blasfemaron el nombre de Dios, que tiene poder sobre estas plagas, y no se arrepintieron para darle gloria. Blasfeman, sufren indeciblemente, pero no se arrepienten. Su rebeldía es incurable.

El hombre lleva dentro de sí mismo implantado, el principio de su salvación o de su perdición, esperando ese germen el toque del Espíritu Santo. En su interior, lleva el antiguo conflicto, el añejo dilema, la continua esquizofrenia desde la caída. Por eso puede decir con tan ajustada verdad el profeta: toda mente está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la coronilla no hay en él cosa sana, sino  herida, hinchazón, y podrida llaga.

Reconocimiento de la verdad de Dios en su ser mas profundo, (fue creado a imagen y semejanza de Dios), y por otra parte el embrión de la autosuficiencia.  El axioma es: Dios tiene que existir y sabe lo que hace, pero yo quiero experimentar y contrastar este conocimiento, por mi propia mente y mis propios recursos.

 Así cree que acepta a Dios en su pensamiento, pero a la vez procede con rebeldía y desconfianza, tratando de discernir la verdad o falsedad de la instrucción de Dios. El fruto del árbol del conocimiento de la ciencia del bien y del mal es hoy, como en el momento de la caída, la más grande tentación del hombre.

El tratar de filtrar la verdad, por el fino cedazo de su conocimiento intelectivo azuzado por sus pasiones, es la perdición total tanto en este mundo como para el venidero. Por ello es tan vital la fe, y tan decisiva y absolutamente valorada por Dios. Solo por fe hay salvación y no por deducciones carnales.

Todos los cristianos, fervorosos o lánguidos, llevamos dentro de estos vasos de barro de nuestro hombre natural, el llenura del Espíritu, así como todos somos a la vez en la Iglesia trigo y cizaña, barro y salvación, carne y espíritu. Pero así como sucedía en el caos primigenio, también sobre este caos de pensamiento y actitudes anárquicas: el Espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas.

Es nuestra oración y confianza en Dios la que hace de nuestros miembros que eran instrumentos  de maldad, se transformen en instrumentos de su amor y su justicia.