Dones para Dios

    Autor: Rafael Angel Marañon


Mi hijito tenía solo siete años. Eran tiempos de pocas diversiones en nuestro país y cuando se celebraba una fiesta toda clase de gentes acudían para tratar de poner un poco de variedad en sus monótonas vidas.

Yo había trabajado muy duramente aquel día y durante muchas horas agitadas. Cuando llegué a mi hogar solo deseaba retreparme en mi cómodo sofá y descansar. Ni siquiera la perspectiva de un ratito de convivencia y charla con mi mujer y mi hijito me entusiasmaba.

Solo quería descansar y así se lo hice saber a los dos. La faz de decepción que pusieron ambos me forzó a preguntarles porqué aquella tristeza que se reflejaba en sus (para mí) adorables rostros. Era demasiado obvio que mi actitud expresada de descansar no era de su agrado.

-Es que ha venido Pedro y Martha y querían que fueramos a Maracena para la feria; allí hay muchas atracciones para los niños y una estupendas marionetas. Pero si estás muy cansado ahora te prepararé algo y te vas a la cama; la verdad es que tienes mala cara-.

No puedo resistir es que se me pidan las cosas suavemente. Yo percibía una gran decepción en sus rostros y eso tenía que vencerme. Y me venció. Con un gesto de magnanimidad (siempre me ha gustado parecer generoso) dije a mis queridas personitas: ¡está bien! dejadme unos momentos, me ducharé e iremos a esa feria.

Yo estaba exhausto, pero la alegría que observé en sus rostros tan amados me restituyó las fuerzas que necesitaba para ir a la fiesta. Mi hijo tenía anhelosa urgencia por ir y su madre por esta causa también. ¿que podía hacer yo?

Ya en la feria, donde tanto esfuerzo me costaba permanecer, compré a petición del niño una bolsa de semillas de girasol para que las comiera. A pesar de que no me agrada comprarle ese tipo de peligrosas chucherías para los niños, lo hice en un esfuerzo de satisfacerle aquella noche en todo.

-Dame a mí también- le dije mientras ponía mi mano bajo la suya aguardando que pusiera allí las semillas pedidas. Y su pequeña mano alargando sus deditos dentro del paquete buscó y halló una semilla seca y vacía que depositó solemnemente en mi mano extendida.

Pudimos contener la carcajada al ver lo que el niño me había obsequiado y comentamos aquella salida del niño ante la petición de su papá.

Más tarde ya en casa medité un tiempo y me di cuenta del gran paralelismo que aquel inocente acto del niño tenía con nuestra actitud ante Dios. Yo había estado todo el día trabajando para él; había vuelto pleno de ilusión para estar con él; había hecho un sacrificio para proporcionarle alegría y satisfacción; había dado su bolsa de semillas y de haberlo pedido (y ser provechoso para él) le hubiese comprado cien, o mil... Él en su ingenuo egoísmo inocente me había dado a cambio solo una semilla raquítica e incomestible.

Puse pues estas y otras más consideraciones en relación con nuestra actitud ante los dones de Dios y quedó perfectamente reflejado que todos los hombres (y yo) tenemos para nuestro bendito Padre Celestial las mismas actitudes que mi inocente hijo conmigo.

Entonces me di cuenta evidente de que somos desagradecidos con Dios en todos los dones que Él nos ha concedido y que nos concede continuamente

Nuestro tiempo, nuestra atención, nuestra oración, nuestra dedicación, nuestro testimonio... ¿no es semejante a la semilla que me dio a mí el pequeño? ¿Donde está nuestro testimonio, nuestra dedicación, nuestro denuedo para mostrar a otros la efectividad del evangelio, el amor y la paz de Cristo? Paz, consuelo y ánimo que la Iglesia de Dios ha de inyectar en una sociedad cada vez más apartada del mensaje cristiano. 

Sin abundar más (que se puede ¡y como!) pensemos en reconocer si lo que entregamos a Dios de la abundancia de que nos provee, es una pipa de girasol pocha y vacía o sabemos queremos y derramamos en sus amorosas manos una generosa cantidad de semillas (que Él no necesita pues es dueño de todo) como reflejo de nuestra entrega y nuestra gratitud.

¡Como amaba yo a mi niño en aquel momento en que entre risas comentábamos aquella su actitud, cuando a mi petición trató de entregarme una mínima y estropeada parte de lo que yo le había dado! ¡Cuan generoso y tierno es Dios que a pesar de nuestra semilla pocha que es lo que en realidad le entregamos continúa imperturbable ofreciéndonos las mas altas bendiciones; la suprema bendición de la que tanto hablamos y que tan poco interiorizamos en nuestra mente y en nuestro corazón! Su propio hijo.

El que no perdonó a su propio hijo, antes le entregó por todos nosotros ¿como nos ha de dar con Él todas las cosas? Eso dice el apóstol Pablo que nos dio ejemplo de como se ha de trabajar, de como se ha de consumir una vida para Dios. Y no se haga distinción entre clérigos y seglares o cualquier otra clase de distinción entre cristianos. Todos los que hemos sido visitados y reclamados por el Espíritu de Cristo tenemos idénticas posibilidades y... obligaciones. Dejemos de ofrecer semillas vacías y pochas a Dios. ¡Somos sus hijos!

A Dios toda Gloria y toda honra por los siglos de los siglos.