Desprendiéndose

Autor: Rafael Angel Marañon

 

Pero es gran ganancia es la piedad si uno se contenta con lo que tiene. Nada hemos traído a este mundo y nada podemos llevarnos de él. Teniendo con que alimentarnos y con que cubrirnos estemos contentos con eso.  (1ª Timoteo 6,6)   

 

El desprendimiento de todo lo que no glorifique a Dios, parece desde nuestro corto punto de vista (tan influido por el tráfago mundanal) como muy extremado y pasado de razón. A fin de cuentas somos seres humanos y tenemos debilidades, viviendo además en un mundo que nos asfixia y entorpece con su estruendo. Precisamente es por este motivo, por lo  que es tan vital para la vida cristiana el apartamiento y la consagración.

Si hacemos sincero y riguroso inventario de nuestras actividades y pensamientos diarios, no tardamos en darnos cuenta de la futilidad de la mayoría de nuestros pensares y acciones, y cuantas de ellas son solo producto de reacciones ante el poderosísimo atractivo del mundo que nos rodea.

Y si parece que esta  aseveración, es prácticamente una invitación a un monacalismo y ascetismo a lo moderno, es solamente por que ponderamos muy ligeramente, la importancia de la pureza en nuestro andar ante el Señor.

 Nadie merece la vida eterna y todos somos pecadores. Esta es por la Gracia de Dios, Hacer méritos con un misticismo artificial o con un ascetismo imposible, e inútil para ganar la salvación, es de una torpeza e ignorancia total. Es una grave injuria al sacrificio de Cristo, que ya  consumó en la cruz todo lo necesario, y a la misericordia y gracia del Padre, que así sabiamente lo determinó.

Pero lo que no podemos obviar, por mucho que nos obstinemos, es la exigencia de una vida centrada en Cristo, que no debe ser para el cristiano un fastidio innecesario, sino una cruz provechosa, muriendo a todas las tentaciones mundanas.

 No está nuestra salvación en nuestras obras, pero ellas dan testimonio bien patente de la veracidad y firmeza de nuestra fe. La fe, sin obras, es fe muerta. (Santiago 2:20) No tenemos que hacer obras para salvarnos; hacemos obras porque somos salvos. Las obras muestran la autenticidad de nuestra fe.

Tenemos que empezar teniendo el valor y la sinceridad de reconocer que nos atrae la comodidad, la buena fama en el mundo, y ¿por que no? disfrutar las muchas ventajas y seguridades que la vida nos pueda ofrecer. Esperar en la providencia de Dios, es un ejercicio del espíritu que poco practicamos en el andar diario, así como en nuestros continuos enfrentamientos con los problemas y conflictos con que nos enfrenta la sociedad en que vivimos.

Esto ha ocurrido siempre, pero ahora es urgente que hagamos todos una pausa en el vértigo de nuestras vidas, y pensemos reflexiva y sinceramente en el factor que es el principal responsable de la mayor parte de nuestras desgracias. Comprobaremos de inmediato, que es el apego al sistema en que vivimos, ya sea por cobardía o por habernos creado necesidades, que realmente desde luego no  lo son, sino solamente solicitaciones a nuestro prestigio, a nuestra concupiscencia o a nuestro ego.

Hagamos todos sinceramente este ejercicio, de lo que es o no es preciso en nuestras vidas, ya sea material o intelectual, y nos encontraremos con la mejor de las soluciones; con la paz de Cristo. Esta, no es una entelequia, ni un modo de hablar entre cristianos para salir del paso cuando hablamos entre nosotros.

Es una realidad, que se hará patente tan pronto como nos concentremos en las cosas de Dios. Cuantas veces nos hemos quejado: ¡Nuestros hijos no nos obedecen!  Y olvidamos olímpicamente que nosotros tampoco hemos obedecido, ni nos dejamos llevar por los suaves y amorosos requerimientos del Espíritu Santo. Es por ello que el apóstol Pablo nos recomienda vivamente: Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. (Colosenses 3:1,2) ¡Es tan simple!

El problema que también tenemos que solucionar, no es solo que la iglesia cristiana se hayan mezclado con los usos y principios del mundo, es decir que se contaminen en él. Es que hemos dejado que el mundo se haya introducido, de forma mas o menos subrepticia en la iglesia de Cristo.

Abominamos con razón la obsesión de tantos cristianos (o simpatizantes) por curanderos, adivinos, echadores de cartas, etc. en una especie maligna de idolatría, pero ¿no estamos nosotros los cristianos en la iglesia  practicando otra especie de “idolatría”, conformándonos con las corrientes de la moda en el pensamiento y práctica de este mundo corrompido? Adaptando nuestras convicciones para consensuarlas en lo posible con los usos y las filosofías del mundo. Dijo Dios  a Jeremías profeta: Conviértanle ellos a ti y tú no te conviertas a ellos, Y lo mismo nos dice ahora a todos los que formamos su iglesia militante.

Esto de una u otra forma nos afecta a todos y, por tanto, a cualquiera de nosotros que militamos en la iglesia. Hemos de reflexionar sobre este asunto, que solapadamente está dañando a muchas congregaciones con el más claro andar mundano, hasta el punto de hacerlas funcionar en sus actos y teología al estilo y filosofías de este mundo. De ahí el énfasis en el apartamiento.

Si andamos con la vista y la atención puesta en las cosas de nuestro alrededor, siempre andaremos aturdidos, asustados y confundidos. En este estado de espíritu, no es posible levantar la mirada del alma hacia las cosas espirituales, que deben ser nuestro primordial objeto de atención. No nos lo permiten los afanes y los acosos de un mundo, que al menor descuido nos aplasta, y después nos abandona en el embarrado camino sin compasión alguna. ¿A quién acudiremos entonces? ¿Es que somos tan fuertes?  ¿Tan seguros nos encontramos?.

Es sin duda la soledad, la mejor amiga del creyente y consecuencia natural si anda rectamente por los caminos del Señor. Reconocemos que la soledad (tal como las gentes la entienden) no es del agrado del hombre natural, que gusta de relacionarse con la mayor cantidad de gente posible.

La soledad significa la imposibilidad de aprovechar las oportunidades de buscar fortuna, favores y otras ventajas, que se desprenden de tener muchos lugares adonde acudir en caso de necesidad o conveniencia. Pero no vemos obrar así a Jesús en su vida terrenal. Para que Dios hable a nuestros corazones, desprendámonos de testigos. Un cara a cara con el Dios todopoderoso, requiere una atención absoluta.

Cualquier otra actitud ante Él, es aborrecible. Dios ama el recogimiento y la atención total, así como nosotros deseamos que Él nos escuche y también poder oírle. No podemos oír, sumergidos en un mundo, que es a la vez, ruidoso y mudo ( A. Machado)

 Dios quiere intimidad y comunión con sus hijos. Esto solo es posible, poniendo por nuestra parte la atención debida a tan altísimo Señor, como corresponde a su grandeza, y también a su insuperable amor por nosotros.  

 No debemos cansarnos de llamar la atención sobre este gran instrumento de relación con Dios que reiteramos insistentemente: Solo viene Dios a nuestro corazón cuando lo encuentra solo, y es cuando nos revela  dulces misterios, que no podríamos percibir si estamos agitados y atentos al ruido mundano. Jacob solo se dio cuenta de la presencia del Señor en la soledad, y así dijo: Ciertamente Dios está en este lugar, y yo no lo sabía. Solamente se dio cuenta de la presencia de Dios en la imponente soledad del desierto.

Así como el agua no se aclara si constantemente está agitada, así nuestra alma no tiene claridad ni reposo, cuando está enturbiada constantemente por el fragor del mundo. El agua más pura pierde su pureza con una sola gota de cualquier elemento ajeno.

Levantamos entre Dios y nosotros una gran muralla cuando estamos rodeados y entrelazados con muchas gentes y no ponemos la atención donde debemos, esto es, en la amigable comunión adoración y con el Señor nuestro Padre como hacía Jesús continuamente.

Retirándose de las gentes que querían hacerle rey, se apartaba, y se iba solo al monte a conversar con su Padre. Esto desencantaba a la mucha gente que le seguía e irritaba a los discípulos, pero todas las decisiones que tomó las engendró mediante previos encuentros en soledad con su Padre amado.     

El creyente, presentará sus gemidos a Dios y suspirará como el rey David en los salmos: De lo profundo ¡oh Señor! a tí clamo. Y si espera confiado, sabe que su respuesta es siempre sumamente  generosa para los suyos: Llámame y yo te responderé, y te mostraré cosas grandes y ocultas que tú no conoces. (Jeremías 33,3)

Muchas de las relaciones que nosotros tenemos por inocuas, no son bagatelas ni deslices de poca entidad, sino enemigos mortales, que a pesar de su aparente inocuidad  nos hacen perder el espíritu de recogimiento, que es nuestra mejor defensa contra el enemigo. Quien trata con complacencia a muchas gentes del mundo por ser agradables, ocurrentes, y posible fuente de ganancias y buena fama, no puede permanecer atento a Dios.

Dina que era hija de Jacob, hizo gran mal a su familia y fue causa de muchos perjuicios y muertes, por andar deambulando curiosamente por las calles de  Siquem. Hoy se diría, que fue el surgimiento de un gran amor romántico a lo moderno, pero ella pertenecía a otro destino distinto al de su amante. El ingenuo Siquem, a pesar de su generosa y confiada conducta, no era el llamado para proveer de descendencia a Dios en la persona de Dina. (Génesis 34)

Los pensamientos de Dios eran otros, y no podían ser pasados por alto en nombre de una atracción sentimental, por muy amable y romántica que aparezca ante los incrédulos, que naturalmente anteponen estos y otros sentimientos al servicio de los designios de Dios. Pero aquí andamos tratando de cosas de Dios. Los pensamientos y fines de los incrédulos son absolutamente ajenos a los propósitos de Dios. El romanticismo, el humanismo ateo y otras tantas filosofías que pueden aparecer como aliadas o al menos como cobeligerantes con nuestra labor de testimonio evangélico son nefasta y antes o después influirán en nuestra fe con las más perversas consecuencia por demás prácticamente irreparables.