Cristo entregado

Autor: Rafael Angel Marañon



He aquí mi siervo, yo le sostendré;  mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento;  he puesto sobre él mi Espíritu; 

él traerá justicia a las naciones.

   No gritará, ni alzará su voz, ni la hará oír en las calles.

   No quebrará la caña cascada, ni apagará el pabilo que humeare;  por medio de la verdad traerá justicia.

   No se cansará ni desmayará, hasta que establezca en la tierra justicia;  y las costas esperarán su ley.

Isaías 42, 1-4.

 

 

 

   En Jesús no hubo «sí o no».  Él fue el Sí y el Amén ante el Padre y así debemos nosotros ser también.  Es un:  ¡Sí, Padre:  hazlo!  ¡Amén, Padre, por que lo has hecho!.  Humillaos ante el Señor y El os exaltará cuando fuere tiempo. Así amonestaban los apóstoles Pedro y Santiago en sus cartas a la iglesia.

 

Para que el Señor nos exalte tenemos que humillarnos delante de Él, reconociendo nuestra nulidad para cualquier buena obra si el Espíritu no la hace en nosotros o por medio de nosotros.  Nosotros no, sino el Espíritu de Cristo en nosotros.

 

El Señor trata continuamente nuestra naturaleza orgullosa.  Es el mismo Dios el que hace que Cristo sea formado en nosotros. Siendo como es así, podremos comprender mejor y asimilar más y más el mandamiento del humilde Cordero de Dios.  Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas. Mateo 11:29.

 

Nuestra humildad hará que nuestras cargas sean más descansadas, aceptando llevarlas con Jesús.  Humilde, pero poderoso compañero.  Lo que no podemos llevar solos, es posible y fácil llevarlo unidos al mismo yugo de Jesús.

 

El no querer ser nada ante Él es la mayor gallardía y demostración de poder espiritual en el creyente y su finalidad más alta.  La mayor bendición de la vida cristiana.  El vaso donde Dios pone su gracia, su amor y realiza su obra.

 

Todo lo que se dice en las Santas Escrituras ha sido para nuestra admonición;  para interpelarnos. Avancemos por el terreno de la humildad ciertamente despreciada y hecha motivo de risión de los hombres, pero el atributo más sublime de Jesús.  El que era con Dios, el que era en forma de Dios, el Hijo de Dios, se humilló desde su altura, desde su trono alto y sublime junto al Padre y tomó forma humana;  se hizo hombre. La más grande humillación imaginable y que aún no hemos terminado de discernir todavía. De hijo eterno, a hombre y siendo hombre también se humilló haciéndose servidor de todos y entre todos. Y siendo servidor de todos, siguió humillándose hasta morir en la cruz.

 

Ese paso de humillación fue el paso que lo llevó a la gloria presente.  Victoria de la cual participamos los creyentes que adoptemos la humildad como raíz y principio de toda virtud, como origen de todo don, como paso necesario para la imitación de nuestro Señor Jesús, y así participar también en su gloria.

 

A la Gloria se pasa por el camino estrecho, por la senda angosta, la entrada difícil de la humillación.  Como el Cristo y a través del Cristo.  Por la entrada angosta del silencio ante la ofensa; de callar cuando podemos vindicarnos dejando que sea Dios el que nos justifique.  Así hasta la gloria de Jesús en su plenitud.  Porque cosas que ojo no vio ni oído oyó ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para aquellos que le aman. 1ª Corintios 2:9.

 

Amar a Dios y no ser humilde, no puede ser.  El que no es humilde, no ama a Dios.  La suprema instancia, el supremo poder, la suprema bondad y la suprema soberanía.  Si se reconocen los atributos de Dios de forma sincera seremos consecuentemente humildes en la medida de la plenitud de este reconocimiento.  Sabiendo quién es Él y quién somos nosotros. 

 

Pedimos a Dios que nos quite algún aguijón de la carne que nos mortifica y el Señor contesta a veces: mi gracia te basta. Y nos debe bastar.  Solamente con esa gracia y bajo la autoridad de Dios somos lo que somos; rebaño escogido de nuestro Señor.

 

Cuando el centurión pidió a Jesús que curase a su criado enfermo le dijo con toda fe:  yo también soy hombre puesto bajo autoridad. Lucas 7:8.  Él era hombre puesto bajo autoridad: la que en aquel lugar tenía delegada del emperador romano.

 

Si aquel hombre hubiese dejado el oficio de centurión romano hubiera por tanto quedado despojado de autoridad puesto que él, por sí propio, era un hombre como otro cualquiera.  Los soldados obedecían sus órdenes porque eran las órdenes del emperador dadas a través de él.  Sometiéndose él a la autoridad del emperador, tenía toda la autoridad de este.  Así, también, pudo reconocer a Jesús como autoridad.

 

Aquel soldado conoció que Jesús tenía autoridad mejor que los religiosos de su tiempo. Conoció que tenía autoridad como él porque observó que, como él mismo, también Jesús estaba sujeto bajo autoridad.  Había un poder inmenso que respaldaba la autoridad de Jesús y el centurión tuvo la acertada visión de comprenderlo:  entendió que Jesús se sometía a otra autoridad suprema y por lo tanto podía hacer aquello que le pedía.

 

Ni los mismos compatriotas de Jesús, los judíos rebeldes a todo lo que no fuese su arbitraria interpretación de la ley comprendieron tan claramente como este soldado extranjero.  Sólo los humildes y bajos del pueblo entendieron a Jesús, pues ante sus obras portentosas y su doctrina veían que: Enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. Marcos 1:22.

 

Jesús se sometió totalmente a la Ley , la avaló y fue avalado por ella.  A ella acudió humildemente para confirmar su ministerio. Reconoció que era Palabra de Dios, como les dijo a los saduceos que le tentaron con burla cuando le preguntaron capciosamente sobre la resurrección.  Pero respecto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo:  yo soy el Dios de Abraham? Mateo 22:31.

 

Jesús reconoció que la Escritura contenía las palabras que dijo su Padre y a ellas se atenía para todo. Por eso no trató ni por un momento de desautorizar la ley.  Se sometió,  se sujetó en todo momento a la Escritura dándole el auténtico sentido que Su Autor había puesto en ella.

 

Es, pues, Jesús, nuestra dirección y autoridad suprema;  nuestro Camino, nuestra Verdad y nuestra Vida.  Este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia;  a Él, oíd. La gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. No inventemos teologías o adaptaciones.  Como hizo Jesús, obedezcamos con toda sujeción sabiendo que Él nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención.  El que se gloría, gloríese en el Señor.

 

La humildad es la característica más destacada del discípulo consagrado sin la cual no somos nada espiritualmente.  Porque el que se cree ser algo no siendo nada a sí mismo se engaña. Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente.  Y aunque era Hijo, aprendió la obediencia.

 

Hay un pasaje revelador y emocionante en Isaías 57, 15:  Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad y cuyo nombre es el Santo:  Yo habito en la altura y la santidad y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes y para vivificar el corazón de los quebrantados.

 

No presentemos justicias nuestras, que son vanas, ante el Señor:  dejémosle, en cambio que sea generoso como Él desea. Él se angustia de nuestros males.  No defraudemos su generosidad.

  

A Dios la gloria.