Aplomo cristiano

Autor: Rafael Angel Marañon

 

 

A medida que el Espíritu de Dios se impone y llena el espíritu y el alma del hombre, también el cuerpo empieza a incorporarse a este estado de comunicación espiritual. Somos un todo indivisible y todo obra en armonía con el llamamiento de Dios.

La confianza en Dios, y en uno mismo, se robustece a medida del continuo crecimiento espiritual, de manera que sus actos son regidos por un único móvil, que proviene de Dios que otorga por este medio una capacidad de autocontrol superior con mucho a la que posee la gente corriente. 

La práctica del autodominio deja de ser onerosa violación a la tendencia natural, porque un nuevo hombre se ha formado según la voluntad y el imperio de Dios, y la disposición natural del nuevo ser ha sido transformada y dirigida hacia metas absolutamente superiores.

No existe ya subordinación a las querencias naturales que siguen impresas desde la caída en el hombre corriente. Dios actúa en nosotros y pone sobre la nueva criatura recreada, unas inclinaciones nuevas para hacer su voluntad, y todo nuestro ser coadyuva a este divino propósito.

Así afirma y constriñe la Sagrada Escritura: En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos naturales engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios) en la justicia y santidad de la verdad. Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros. Efesios 4:22,25.

Un mandamiento imposible de cumplir para la persona inconversa. Perfectamente alcanzable si entregamos a Cristo todo nuestro ser; espíritu, alma y cuerpo, actuando el Espíritu Santo en nuestras mentes y en nuestros corazones ya entregados a Él. Un mandamiento que solo exige lealtad y autodominio para que, hacer la voluntad de Dios sin aspavientos ni jactancia, sea algo grato que nos llene de satisfacción y, como dice la Escritura: esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria, 2ª Corintios 4:17