Admoniciones 

Autor: Rafael Ángel Marañon

 

 

Millones de criaturas perecen y van a la muerte eterna sin que nadie les haya hablado de Cristo predicándoles su evangelio de salvación y gloria eterna. Los tienes a tu lado, en tanta abundancia como puedas desear para poder trabajar en ellos. Todos podemos hacer algo hasta sin palabras y, quizás también, mejor sin ellas. No sabemos cuantos días nos quedan de vida y dilatamos el tiempo que Dios en su bondad nos ha dado, sin hacer lo que sabemos bien que debe ser nuestros gozo y esfuerzo en la obra del Señor. Evangelicemos todos y cada uno, con lo que mejor nos venga a mano de circunstancias, lugar, personas o capacidades. Encandilar con palabras lo hace cualquiera que sepa decir palabras elocuentes y novedades atractivas. Proclamar el evangelio con nuestras obras y con la naturalidad del que verdaderamente se siente hijo de Dios es otra cosa.

Todo coopera a la acción del Dios soberano, pero hay que tomar de su inmensa sabiduría y aplicarla adecuadamente. Él hará el resto. Para que nadie se jacte en su presencia. Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. 1ª Corintios 1,21.