Tolerancia, ejemplo, luz y sal cristiana

Autor: Rafael Ángel Marañón    

 

Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos,

amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables;

   No devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición,

Sino por el contrario, bendiciendo,

Sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición.

   Porque: El que quiere amar la vida y ver días buenos,
    Refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño;

    Apártese del mal, y haga el bien;
    Busque la paz, y sígala.

    Porque los ojos del Señor están sobre los justos,
    Y sus oídos atentos a sus oraciones;
    Pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal.

¿Y quién es aquel que os podrá hacer daño, si vosotros seguís el bien?

Mas también si alguna cosa padecéis

Por causa de la justicia, bienaventurados sois.

Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis,

Sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones,

Y estad siempre preparados para presentar defensa

Con mansedumbre y respeto

Ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros;…

(1ª Pedro  3:8).

 

Cuando tantos se dedican al insensato deporte de arrojarse mutuamente versículos de la Escritura, como consumados teólogos que lo saben todo, y por tanto se constituyen a sí mismos la calidad de infalibles, la misma palabra irrefutable choca como un flash fulminante contra la petulancia y la razón carnal que se pretende demostrar. Soy más partidario de “Escudriñarlo todo, retener lo bueno” que de “Doctores tiene la Iglesia” Pero estas actitudes se pasan de vueltas cuando suscitan una tan variada discrepancia.

El libre examen es una falacia, cuando para realizarlo inciden factores que lo imposibilitan, tales como la ignorancia del lenguaje y su asimilación, el desconocimiento profundo de lo que quiere expresarse en la Escritura, la arrogancia de tantos que pretenden tener la verdad en su puño, los que torvamente pretenden establecer una teología que no responde, ni de lejos, a lo que el maestro divino enseñó, hasta con los ejemplos más rústicos, para que estuvieran al alcance de los que de veras buscan la verdad.

Dios no nos juzgará por los conocimientos teológicos que exhibamos (¿nos dejará explicarle nuestros fabulosos conocimientos que Él, claro está cremos que ignora?) sino por que halle en nuestra conciencia y dentro de su divina misericordia., que bien la necesitamos. ¡Que necios llegamos a ser! Dice el apóstol: Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación. (Santiago 3:1).

La tolerancia significa que uno es superior al que tolera, y eso comporta una discriminación, sea esta positiva o sea negativa. No se trata de tolerancia, sino de convivencia pacífica y en separación de lo malo. El respeto a las opiniones y creencias distintas de los nuestras, no nos da una superioridad social o intelectual. De hecho hay idearios, admirables por otra parte, de una entidad intelectual excelente, aunque de ningún modo comparable con la ilimitada superioridad moral y espiritual del cristianismo.

La Iglesia, necesita más que nunca, lanzarse a la calle a demostrar lo que la vida en Cristo es capaz de transformar, solo por su respaldo y nuestra docilidad a su empuje. Y cuando nos hablen de religión, nosotros hablaremos de Jesucristo. Siempre de Jesús. La religión tiene su base en Jesús.

No es tiempo de flojera ni de indiferencia, como tampoco de quejarse por las dificultades. Por que San Pablo dice claramente, palabras de ánimo y de verdad. Sosteniéndonos en ellas, veremos que solo hay lugar para júbilo y serenidad, ante todo evento y relación: Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. (Romanos 8:18 y ss.).

Ese es el anhelo de la creación, que gime a causa de la corrupción que reina en ella. Es la manifestación de los hijos de Dios, lo que aguarda expectante.  La Escritura dice también de los suyos, en otro lugar: Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. (Romanos 8:29) Cristo cabeza de la Iglesia, y nosotros miembros de Cristo y de la Iglesia, y primogénito de toda la Creación.

Todos somos, más o menos, amigos de que se respete la integridad de la tierra en que vivimos, pero pocos hacen algo para que su persona sea parte de la solución, y no del problema. En el terreno espiritual somos más proclives a la censura de lo ajeno, que a mirar dentro de nosotros, y darnos completa cuenta de lo que somos y a quien pertenecemos.

El mismo Señor Jesús dijo: Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan… Por sus frutos los conoceréis. (Mateo 7 y ss.). Frutos, y no otra cosa, son los que demuestran la soberanía de Jesús, el gran sacrificado, sobre los suyos. Él sí, supo darse a Dios Padre, para que hiciera la obra a través de Él.

La tolerancia no es entrar en toda opinión que no se concierta, y hasta es hostil a nuestra fe. Es respetarla, de la misma manera que queremos que se nos respete a nosotros. Nuestra serenidad, nuestra comprensión, y nuestra misericordia para con todos, nuestro amor a la verdad, prudente, pero audaz, serán nuestro mejor testimonio.

Esto nos hará vulnerables para tantos, como también será la prueba de fuego para decirnos a voces, donde estamos nosotros y quien es nuestro Señor. Será una demostración de que el Espíritu de Cristo mora en nosotros y que, al fin y al cabo, somos solo instrumentos de Dios, y que nuestra salvación reposa solo en su gracia y en su amor.

Conscientes de ello miremos a los demás con amor como hizo Jesús y: por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro, tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. (Hebreos 12:1).

Es posible convivir con las gentes, como hizo Jesús,  pero nosotros somos de otra esfera espiritual, y eso se tiene que traslucir y demostrar en nuestra mansedumbre, amabilidad, y lucir como candelero que ilumina toda la casa. Si de verdad estamos en él, no hace falta esforzarse. Manará de nosotros esa misma fuente de agua viva, que es Cristo, para iluminar y tratar de salvar a los demás.

Con arengas y polémicas, solo se consigue enconar las cosas. Expongamos nuestra Verdad con mansedumbre y respeto. Con nuestra conducta diaria, socorramos a los que, menos afortunados que nosotros, vagan por los caminos del error y del mal, como nosotros antes que el Señor tuviera la misericordia de llamarnos y elegirnos: En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. (Efesios 2:12).

Ahora, como hijos de la promesa, demostremos al mundo lo que la acción del Espíritu Santo es capaz de hacer en nosotros. No quedemos perplejos por que la Escritura es explícita: ¡Oh hombre!, Bien te ha sido declarado lo que es bueno, y qué pide Yahvé de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios. (Miqueas 6:8).

Eso es conducta y tolerancia cristiana. Lo demás es filosofía hipócrita y barata, que nunca da resultado, nada más que en los libros políticamente correctos al uso, y en los medios de comunicación. Solo hay que mirar la sociedad opulenta y la más pobre. En todos los lugares la misma forma de obrar. Lo nuestro es más simple y efectivo, por que todas las más  bellas palabras del mundo, repetidas continuamente, se reducen solo a esto. ¿Somos nosotros sal, levadura, y luz?