Todo en el Señor

Autor: Rafael Ángel Marañón    

 

Yo soy la rosa de Sarón,
    Y el lirio de los valles.

    Como el lirio entre los espinos,
    Así es mi amiga entre las doncellas.

     Como el manzano entre los árboles silvestres,
    Así es mi amado entre los jóvenes;
    Bajo la sombra del deseado me senté,
    Y su fruto fue dulce a mi paladar.

     Me llevó a la casa del banquete,
    Y su bandera sobre mí fue amor.

Sustentadme con pasas, confortadme con manzanas;
    Porque estoy enferma de amor.

    Su izquierda esté debajo de mi cabeza,
    Y su derecha me abrace.

    Yo os conjuro,¡ oh! Doncellas de Jerusalén,
    Por los corzos y por las ciervas del campo,
    Que no despertéis ni hagáis velar al amor,
    Hasta que quiera.

(Cantares 2:1 y ss.).

 

Es penoso el concepto de Dios que hay en la mente de tanto cristiano que trata con Dios como con un diosecillo antiguo lleno de rencores personales y con vicios y extravíos como los humanos o más. Triste mentalidad y más triste aun las consecuencias de ella.

 

Estas consecuencias hacen que nuestra relación con Él, sea de temor y no de amor. El libro de los cantares quiere dar a conocer de forma lírica y en paralelo con el Espíritu, la forma de amor que podamos comprender los que estamos un poco en dificultades, con nuestra concepción de la naturaleza de Dios.

 

En el libro de cantares, se refleja lo que un alma entregada y enamorada de Dios es capaz de sentir. Dejemos para otros la interpretación arbitraria de estos maravillosos versos, que cantan el amor del alma humana y su entrega total a Cristo, y gocémonos de la expectativa que el alma pone en su amado.

 

Un cántico hermoso pleno de lirismo, y de una entrega animosa y paciente: No despertéis ni hagáis velar al amor hasta que el quiera. (Cantares 2:1) Es una expresión de la ternura del puro amor que tiene paciencia, y que espera que el amor no despierte hasta el momento oportuno, para levantar el alma al amor que la demanda. Ella no quiere hacer velar al amor de Cristo esperando, como se dice en otro lugar: He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. (Apocalipsis 3:20).

 

Cristo llama a nuestra puerta, y espera que le abramos nuestro corazón y nuestra atención absoluta. Cuando le abrimos, lo hacemos en nuestra condición de dueños de la casa, cuya puerta le abrimos. Cuando Él entra, toma posesión de nosotros, y entonces es el dueño. Por eso dice que primero cenará con Él, y cuando Cristo sea dueño absoluto, será el alma la que cene con Él como nuevo dueño.

 

El que trata con Jesús, y no es capaz de sentir estas cosas en el terreno espiritual, es necesario que tomando ejemplo de estos Cantares, entienda como hay que amar y como hay que relacionarse con Él. Porque estoy enferma de amor. Su izquierda esté debajo de mi cabeza, Y su derecha me abrace. No cabe en su lirismo, una mejor expresión que entendamos todos.

 

Es un deseo de estar arropada, y enlazada con el amado. Es un deseo de fundirse en uno con el amado, y allí gozar de los más tiernos sentimientos.

Bajo la sombra del deseado me senté, Y su fruto fue dulce a mi paladar. Me llevó a la casa del banquete, Y su bandera sobre mí fue amor. ¡Que poco casan estas hondas reflexiones de amor, con el concepto de relación que muchos tenemos o hemos tenido con nuestro Cristo bendito! ¡Como noshace el enemigo vivir en el temor en lugar de que disfrutemos de la perfecta libertad que tenemos en Cristo Jesús

 

¡Que similitud, para el que sabe lo que es el amor de Cristo y a Cristo!  El alma siente la dulzura de Cristo, y se sabe transportada a su casa, que es casa de abundancia y alegría, y que se sienta ya a la sombra del amado. Bajo esta sombra se siente feliz, y no mira ya hacia otro lado, pues el rostro del amado es toda su contemplación ansiosamente deseada.

 

Y el esposo ama aun más, por que tiene más poder de amar, con lo que atrae más y más a la esposa. Así le dice tiernamente a toda alma enamorada: Prendiste mi corazón, hermana, esposa mía; Has apresado mi corazón con tus ojos, Con una gargantilla de tu cuello. ¡Cuán hermosos son tus amores, hermana, esposa mía! ¡Cuánto mejores son tus amores que el vino. Y el olor de tus ungüentos que todas las especias aromáticas!  

 

Sepamos relacionar este estado de éxtasis del esposo, al saberse amado por la esposa. Cristo nos ama, mucho más de lo que podemos entender o creer. Su muerte en la cruz ¡significa tanto! Y aporta tantas facetas del amor verdadero como procedente de Dios, que nos resulta imposible comprender. Solo tenemos que lanzarnos a este amor, con los ojos cerrados a todo lo que no sea el rostro el amado.

 

No es un amor de conveniencia, aun siendo tan importante; no es temor, no es algo expresado en mandamientos, con ser tan orientadores y protectores. Es un amor que corresponde al más grande amor imaginable.  Es un amor como dice San Juan de la Cruz “amada en el amado transformada”. ¡Oh Dios de santidad, haz que veamos, aunque sea a través de un pequeño trabajo, el amor que transpira de Cristo, por que no lo puede contener!

 

Amor con mayúscula. Amor en la dimensión de Dios, que no tiene dimensión. Amor inabarcable por que abarca la colosal Creación a la que no vemos ni imaginamos límites, y sin embargo es capaz de sufrir y ver en cada uno de sus hijos y en la Iglesia, a la esposa amada a la que se entrega con y por el amor más puro que pueda existir.

Si no somos capaces, aunque sea solo de forma epidérmica, de captar y evaluar este inmenso amor, tendremos que decir en mala hora: Abrí yo a mi amado; Pero mi amado se había ido, había ya pasado; Y tras su hablar salió mi alma. Lo busqué, y no lo hallé; Lo llamé, y no me respondió. Me hallaron los merodeadores que rondan la ciudad; Me golpearon, me hirieron; Me quitaron mi manto de encima los guardas de los muros. (Cantares 5:6 y ss.)

No dejemos al amado esperar en la puerta, bajo el frío y el abandono. Démosle acogida, y no miremos nada más que su rostro y su amor. Es ese amor el que nos garantiza la felicidad y la llenura del amado. Abramos, y no permitamos que los furtivos que rondan por el mundo, nos quiten el manto protector de su divina Gracia.

Digamos, (descuidados como solemos ser nosotros) como la esposa que se tardó (también como nosotros) en abrir al amado: Yo os conjuro, ¡oh doncellas de Jerusalén!, si halláis a mi amado, Que le hagáis saber que estoy enferma de amor. ¡Que maravillosa enfermedad!

Pero el hecho consuetudinario es que el amado sigue clamando, ante nuestra puerta, sellada con cerrojos de indiferencia y egoísmo: Yo dormía, pero mi corazón velaba. Es la voz de mi amado que llama: Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, perfecta mía, Porque mi cabeza está llena de rocío, Mis cabellos de las gotas de la noche. (Cantares 5:2 y ss.). No le hagamos esperar más. No velemos en la inquietud de saber que Él está siempre a la espera. Su voz nos llama con ternura. Abre ya tu corazón a Jesús. No lo perderás, sino que ganarás otro corazón aun más grande, y más capaz de lo que podemos sentir o pensar.

AMDG.