Regocijaos en el Señor

Autor: Rafael Ángel Marañón    

 

Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!

   Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres.

El Señor está cerca.

   Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones

Delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.

   Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento,

guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

 Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero,

Todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable,

Todo lo que es de buen nombre;

Si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.

(Filipenses 4:4).

 

Regocijarnos en el Señor parece ser, según comprobamos, la tarea más ingrata y abrumadora de todos los hombres, incluyendo a veces a los cristianos. ¡Que trabajo nos cuesta creer las palabras del apóstol Pablo! Cuando se nos anima que nos regocijemos, es con intención de que hagamos lo que se nos dice, esto es ¡que nos regocijemos! Que nos gocemos, que estemos en confianza, entregados sin miedo, sino solo el temor reverente a la grandeza de nuestro Señor, que no es igual que el miedo de los paganos.

¿Quién se ha inventado que Dios quiere que estemos disgustados o quejosos?  Solo por que el tal inventor de despropósitos, no tiene las golosinas mundanas, y los regalos que le piden sus torcidas inclinaciones. Todos tenemos de naturaleza, unas tendencias que al no ser satisfechas (no hago ahora distinción de buenas o malas), se atribuyen al hecho de que Dios no se preocupa por nosotros. ¿Qué clase de teología es esta?

Transmitimos a los paganos, la especie de que el cristiano es un hombre lleno de complejos y de temores, cuando por el contrario, es la persona que goza de más libertad y saciedad del espíritu.

Siempre comprobaremos, que el estado de disgusto por no obtener algo que creemos muy valioso, es debido a que no valoramos lo suficiente al Señor. Eso es todo. No nos complacemos, ni nos sentimos (como debiéramos), los hombres más felices y afortunados, con más trascendencia que nada de lo que hay en la Tierra, por que en Cristo tenemos vida eterna, y un porvenir grandioso sin peligros, ni dudas, ni ansiedades.

¿A que se debe esto? Ya lo hemos dicho, aunque lo repetiremos. Se debe simplemente a que no nos damos cuenta de lo que significa haber sido llamados por el Creador, elegidos, y entregados a una vocación y a una paz inigualable. Si un pastel no se ha azucarado, que es lo que le da su ser de dulce, es algo insípido, y no es tal pastel. Como si a un automóvil le faltara el motor. ¿Qué clase de automóvil es este?

Cuando los discípulos llenos de alegría fueron y dijeron a Jesús: ¡hasta los demonios se nos sujetan…! En tu nombre. El les respondió: … no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos. (Lucas 10:20).

Todo gozo que no es en relación al Señor, es vano, y toda alegría es carente del dulce aliño de Dios. Todo goce fuera de su voluntad, traerá dolores y repercusiones graves a nuestro bienestar y satisfacción. Decía un famoso millonario, que daría la mitad de su fortuna, por dormir una noche como lo hacían algunos de sus empleados. Y un gran poeta español decía: “¡Qué hermoso es cuando hay sueño dormir bien... Y roncar como un sochantre... Y comer... Y engordar... Y qué desgracia que esto solo no baste! (G. A. Bécquer).”

No llena nada en el mundo sin el amor de Dios, y sin el amor a Dios. Entonces hay perfecta comunicación con Él, y andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. (1ª Juan 1:6 y ss.). Y como así es ¿Por qué nos quejamos tanto?

¿Es que no valoramos la buena conciencia, la mirada de gozo de nuestro Padre Celestial sobre nosotros, y la seguridad de que Él se ocupa de nuestras cosas? Tal como dijo Jesús: Pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; más valéis vosotros que muchos pajarillos. (Lucas 12:7).

¿Qué necesitamos que se nos diga para que, absorbiendo la palabra de Dios, y haciéndola una con nosotros, estemos en paz y regocijo? Tal vez creamos a que los incrédulos son más felices que nosotros, porque tienen riquezas (no nos fijamos en los que son pobres, desgraciados y perdidos), pero podemos afirmar en nuestra bendita fe: “Donde Dios no habita es imposible que haya auténtica y genuina alegría”.

La paz y el regocijo en el Señor, es saber que somos por sus palabras y su unción, participantes de la naturaleza divina, (2ª Pedro). Y que despojados de ataduras, andamos confiados y en la mejor esperanza imaginable el camino de la salvación, que es ni más ni menos, que estar por toda la eternidad en presencia de Nuestro Señor.

Allí habrá júbilo, estaremos con los salvos, con los santos hombres y mujeres de Dios, con Jesús, con su bendita madre, María. Si no valoramos nuestra posición, estaremos viviendo un cristianismo flaco y artificial, parecido al que describía Niestche, y en muchos casos con toda razón.

Declaremos ¡a todos! que amamos a Dios en Cristo, que amamos a su madre, María, por que es la mujer elegida, que con el Espíritu nos lo crió, y nos lo dio para nuestra salvación. Bendigamos a Dios y a su obra, y vivamos ¡ya! lo que de gracia, pero ya por su misericordia de derecho nos corresponde. La vida eterna.

¿Los perdidos? Siguen arrogantes en medio de su angustia e incertidumbres, pero dice la Escritura: Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. (Apocalipsis 3:17).

 

AMDG.