Sociedad y profecía

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

 

Por cuanto las hijas de Sion se ensoberbecen,

Y andan con cuello erguido y con ojos desvergonzados;

Cuando andan van danzando, y haciendo son con los pies;

     Por tanto, el Señor raerá la cabeza de las hijas de Sion,

Y Yahvé descubrirá sus vergüenzas.

   Aquel día quitará el Señor el atavío del calzado, las redecillas, las lunetas,

   Los collares, los pendientes y los brazaletes,

   Las cofias, los atavíos de las piernas, los partidores del pelo,

Los pomitos de olor y los zarcillos,  los anillos, y los joyeles de las narices,

Las ropas de gala, los mantoncillos, los velos, las bolsas,

Los espejos, el lino fino, las gasas y los tocados.

   Y en lugar de los perfumes aromáticos vendrá hediondez;

Cuerda en lugar de cinturón, y cabeza rapada

En lugar de la compostura del cabello;

En lugar de ropa de gala ceñimiento de cilicio,

Y quemadura en vez de hermosura.

   Tus varones caerán a espada, y tu fuerza en la guerra.

   Sus puertas se entristecerán y enlutarán,

Y ella, desamparada, se sentará en tierra.

(Isaías 3:16).

 

Hay muchas personas que consideran su destino eterno como cosa baladí. Mientras estén cómodamente instalados y tengan ciertas facilidades para la práctica de sus inclinaciones o vicios, Dios es resueltamente abandonado, cuando no reprobado. Todos los males se le atribuyen a él. ¿Qué hay una guerra? La pregunta capciosa de todos es ¿Por qué permite Dios la guerra? Si hay una enfermedad, claman contra el Señor que les dio la salud y los elementos de vivir. Si se encuentran a gusto la frase es ¿quién es Dios, para que mande en mí? Yo haré lo que me de la gana. Soy libre.

En estas condiciones tratan de penetrar en los misterios de la creación, como si estuviera siquiera a nuestro alcance el límite del Universo. Con razón y un poco o de ironía, decía Jesús: Mas os digo, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más pueden hacer.

Pero os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno; sí, os digo, a éste temed.

¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de ellos está olvidado delante de Dios. Pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; más valéis vosotros que muchos pajarillos. (Lucas 12:4).

Algunos exégetas hablan de que las palabras exactas son: los cabellos están “numerados”  lo que ciertamente indica con más énfasis, que Dios cuida y tiene control lo mismo de lo más colosal, que del más pequeño átomo o partícula. Estas palabras asustan a las gentes, más reconfortan a los cristianos.

Sabernos custodiados y conducidos por el Señor no nos importa, sino que afirma nuestra elección, sabiendo que estamos en todo momento ante Dios, y que él se ocupa de nuestras cosas. No siempre estas han de ir por donde nuestra voluntad o ilusoria conveniencia nos indica en cada momento, pero es su voluntad y Él no se equivoca.

Cuando David pecó con Betsabé, sabía delante de quien estaba y ante quien estaba cometiendo aquel desafuero. Y así confiesa claramente: Porque yo reconozco mis rebeliones, Y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos; Para que seas reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio. (Salmo 51:3,4).

Si cuidásemos tanto del alma como del cuerpo, que a la verdad muere, ya serían otras las perspectivas de la humanidad. Se gastan millones en potingues y dietas caras para cuidar el cuerpo, y eso que raramente se consigue, tras padecer penosos esfuerzos y desalentadores fracasos y gastos.

Sin embargo, el más leve sacrificio o la más leve restricción de alguna de nuestros caprichos y veleidades, por razón de hacer o no dejar de hacer la voluntad de Dios, se tiene casi como una crueldad. Cualquier sacrificio para prescindir de muchas de nuestras majaderías o inclinaciones, que tanto daño hacen al alma y al espíritu del hombre, son tenidas como renuncias, “irrenunciables”, valga la redundancia.

Todo se encierra en alargar la juventud de la forma que sea, y la voluntad tozuda y plena de sacrificios, para parecer atractivo a cualquier precio. Solo con una vida morigerada, prescindiendo de darle gusto inmoderado al vientre, es suficiente para conseguir un cuerpo esbelto, y en sintonía con la voluntad de Dios. Son los vicios y el hedonismo rampante, los que hacen cuerpos desproporcionados, y enfermos por esta causa.

Se gastan miles de millones en nutriciones especiales que tanto fastidian, y los hospitales acogen a personas que solo sufren enfermedades provocadas por exceso de alimentación y bebidas, amén de otros vicios que acompañan a toda intemperancia, y al abandono de toda razón en la alimentación, bebida y sueño.

Se dice, y es comprobable, que estos excesos aumentan el Producto Nacional Bruto, dan trabajo a muchas personas, y son un factor importante para la prosperidad de un país. Por ello, cuando solo se piensa un poco en ello, no se tarda en caer en lo que el profeta Isaías nos dice al principio de este trabajo.

Cuando el profeta hizo aquella profecía, sus coetáneos creían como nuestros contemporáneos, que esas desgracias que el profeta relata para aquella generación, eran baladronadas para asustar, o algo muy lejano en el tiempo. Tuvieron que comprobarlo en sus propias carnes. Entonces se cumplió la siniestra profecía, punto por punto. La humillación de todo un pueblo arrogante, pero que fue esclavizado, se cumplió, y ahora se dan exactamente las mismas condiciones para que la profecía se cumpla en esta generación.

Nadie quiere los desastres, y todos invocan solemnemente la paz, por lo que dice también el profeta: Y curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz. (Jeremías 6:14). No hay paz ni hermandad, y todo egoísmo tiene cabida en esta sociedad perdida. No hay paz para los impíos dice el Señor  (Isaías 57:21).

Es una sociedad que no atiende a nada más que a sus desatadas concupiscencias, y que hace adoración de la fuerza y de los vicios, mas no evitará que las palabras del profeta le persigan continuamente. ¡Ay de los que son valientes para beber vino, y hombres fuertes para mezclar bebida; los que justifican al impío mediante cohecho, y al justo quitan su derecho! (Isaías 5:22,23). Eso es precisamente lo que se alaba por todo el mundo. La piedad y la confianza, la sujeción razonable a Dios, es tenida como debilidad, o se confunde con el fanatismo de las sectas perniciosas.

Pero la Escritura dice unas palabras sobre esta sociedad corrompida, en el día de su caída inexorable en un completo derrumbe: Ha caído, ha caído la gran Babilonia, y se ha hecho habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y aborrecible. (Apocalipsis 18:2).

Nosotros sabemos adonde vamos, y con quién andamos.  Cristo, es camino seguro. Que truene y que tiemble la tierra. Todo será asumido por el que es todo poder. Nosotros somos ya salvos por su gracia. Ya es bastante… y sobra. ¡Gracias Señor!