Espíritu versus carne

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

De manera que la ley, a la verdad, es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno.

Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado.

   Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero,

 Sino lo que aborrezco, eso hago

Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena.

   De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.

Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien;

 Porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.

Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.

Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.

Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.

   Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios;

Pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente,

 y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.

!!Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?

   Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro.

Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios,

 Mas con la carne a la ley del pecado.

(Romanos 7:12 y ss.)

    El ser humano tiende a buscar la excelencia y la verdad… si no fuera por el pecado. El entendimiento dice que no, a la mala obra o vicio, pero la carne lucha contra el espíritu y muchas veces le vence. El espíritu del hombre, el entendimiento, etc., que llevan la semilla de la corrupción le engañan una y otra vez desde la caída, con los señuelos del pecado. Sabe que hace una obra mala pero sigue adelante. En ocasiones hasta ya tiene preparada la lágrima para llorar los resultados de su mala y consciente acción, pero la comete de forma inexorable.

Y es que como dice le Escritura: el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. (Gálatas 5:17). Y si obedecemos a uno, despreciamos al otro. Así que la vida del creyente es siempre una opción; o seguir a la carne (vicios, maldades, lujurias, etc.) o alojar al Espíritu de Dios, en nuestro espíritu de humanos. En esas condiciones últimas son aplicables las palabras que la Escritura pronuncia consoladoramente: Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. (Romanos 8:37).

Ahora bien el pecado mora en nosotros, según dice Pablo claramente, de manera que no hacemos lo que queremos. La carne que hay en nosotros, es decir los deseos pecaminosos empujan fuerte, valiéndose de las tentaciones tan atractivas al hombre carnal, y venciendo una y otra vez. Pero si nuestro espíritu es cultivado con paciencia y confianza, es ayudado por el Espíritu Santo y, obedeciendo de corazón, hacemos la obra de Dios.

El hombre lleno del Espíritu, y que no lo contrista con devaneos peligrosos, es siempre vencedor, como también la Escritura dice: Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz.

Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.  Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.  Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia. (Romanos 8:5 y ss.).

Antes de que la voluntad ordene hacer algo, le precede el entendimiento. Solo entonces obra sabiendo si hace bien o mal. Pero al estar en situación de pecador perdido, el ser humano está corrompido y no distingue claramente, la mayoría de las ocasiones, el bien del mal. Ignorantemente se sumerge en el pecado, pero se sabe que el que ignorantemente peca, ignorantemente se condena.

Todo malo es ignorante, por que ahoga la acción del Espíritu para poder hacer lo que la carne le incita a perpetrar. No discierne adecuadamente por cuanto ahoga la voz del espíritu para dar a la carne su parte, que tanto le solicita por medios de los placeres y las concupiscencias. Y así dice Pablo muy acertadamente que están los tales: teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; (Efesios 4:18).

El hombre dejado a su propias deliberaciones sin tener en cuenta la voluntad de Dios se extravía cada vez más hasta que llega al momento de no retorno. Es cierto que nunca es tarde para arrepentirse pero se confunde frecuentemente arrepentimiento con remordimiento. El remordimiento es bueno si nos lleva a corregir el mal y a  arrepentirnos de nuestra mala vida ajena a Dios. Pero solo es un sufrimiento terrible que domina todo el pensamiento y la acción. Un anticipo del infierno. Una pesadilla de la que no sale jamás, teniendo cauterizada la conciencia, algo que no les permite valorar suficientemente su estado para llegar al arrepentimiento y la salvación consiguiente.

Andemos nosotros en el Espíritu. Que este llene todo nuestro ser,  espíritu alma y cuerpo: Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre: (Lucas 21:16). Ese será el día de Yahvé, grande y terrible. (Malaquías 4:5).