Conciudadanos de los Santos

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

Mas nuestra ciudadanía está en los cielos,

De donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo;

(Filipenses 3:20).

Que por esto mismo trabajamos y sufrimos oprobios,

Porque esperamos en el Dios viviente,

Que es el Salvador de todos los hombres,

Mayormente de los que creen.

(1ª Timoteo 4:10).

 

 

Nadie va a la Gloria, si no quiere ir. Muchos piensan que amar los bienes celestiales, no es tan necesario, sino que solo basta con hacer las cosas medianamente bien, para no ir al infierno. Es un buen principio, pero no es todo en el asunto de la salvación.

El hombre que, ciertamente rehuye tibiamente el mal, comprendiendo que dejar de hacerlo es para su bien, el de su salud y el de sus finanzas, etc. Solamente cumple una parte de lo que la escritura dice para que haya verdadera conversión. Dice la Escritura: Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda.

Venid luego, dice Yahvé, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra; (Isaías 1:16 y ss.).

Y es cierto que una vida morigerada y dedicada al trabajo en asuntos buenos, produce una prosperidad casi inevitable. Es estupendo que las gentes se dediquen de esta manera a sus quehaceres domésticos y de trabajo. Un ideal social útil y noble. Es un error muy difundido, este de no hacer lo malo para merecer el Cielo. En el Cielo no entrará quien no haya anhelado sobre todo bien, el bien de estar en la presencia y gloria de su Señor.

El Cielo es la habitación natural del que ama a Dios y en el, encuentra la alegría y la paz, que siempre durante su vida ha anhelado. El que desde que conoce a Jesús, no tiene otro propósito mayor en su vida que el de agradar a Dios y andar con Jesús en vida eterna, ese será el que logre el inefable objetivo.

El que deja las cosas del mundo y mira constantemente al Cielo, ese deja de amar las riquezas mundanas, y la mejor manera es, no poseerlas. Son fugitivas, y requieren una atención que separa del objetivo glorioso de estar en armonía con el Padre eterno, y en la compañía de todos los salvos.

Cuando los israelitas tomaron Jericó, la ciudad, con todas las riquezas que contenía, fue entregada al anatema y al fuego. No debían los israelitas desear algo que se desviara del objetivo de todos, de entrar en la tierra prometida. Acán tomó un lingote de oro y un manto babilónico fino, y pecó, por lo que fue muerto, como no merecedor de entrar con todos en la espléndida tierra. Todo cuanto guardó, y todo lo que poseía, fue destruido.

Las ollas de Egipto hacen a veces, que los cristianos que ya han emprendido el camino de salvación, duden y fluctúen en un cambio de caminos constante. Son tentados y caen en retroceso, a causa de que, como los israelitas en aquel tiempo, echan de menos las cosas que les daban cuando eran esclavos. Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos;  (Números 11:5).

Desear los bienes perecederos de este mundo, luchar por ellos, y dejar de lado el verdadero alimento eterno, es como si alguien está invitado a un banquete de un rey, y se harta antes de alimentos groseros y bastos. 

De modo que solo el que como Caleb, y los que desearon con toda su alma entrar en la tierra, pudieron entrar en ella, solamente los que ansíen estar en presencia de Dios, serán los que disfruten de una eternidad de trato y comunión con Dios, el compañerismo de Jesucristo, y los demás vencedores que Él ha llevado a los cielos.

Dios nos dirá palabras semejantes a las que habló sobre Caleb, que figuran en su Santo libro: Pero a mi siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y decidió ir en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró, y su descendencia la tendrá en posesión. (Números 14:24).

Hagamos como Caleb, que sin dudar ni por un instante en la potencia de Dios y su promesa, se lanzó sin más titubeos a cumplir la palabra, y a disfrutar de la tierra prometida. Así tuvo nombre y notoriedad en Israel, con solo obedecer sin miedo, y sin temer las voces, ni bultos que se menean.

En la oscuridad de la noche del mundo, ver siempre la luz que nos dice adonde está nuestra ciudadanía, y nuestra estancia eterna. Y hacer buena la palabra del apóstol, cuando dijo: Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, (Efesios 2:19).

 

AMDG.