El fruto del Espíritu

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

 

Y manifiestas son las obras de la carne, que son:

Adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia,

 idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios,

Borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas;

Acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes,

Que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.

   Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza;

Contra tales cosas no hay ley.

   Pero los que son de Cristo han crucificado la carne

Con sus pasiones y deseos.

   Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.

   No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros,

envidiándonos unos a otros.

(Gálatas 5.).

 

 

 

Hay una falacia muy extendida, y más entre los más entusiastas evangelistas, pensar que cuando alguien asiente a las palabras de verdad, ya es un verdadero convertido a la palabra del Señor. Jesús, dejó bien claro lo que significaba estar, o no estar en su camino: Por sus frutos los conoceréis. No es buen árbol el que da malos frutos, ni árbol malo el que da buen fruto. (Lucas 6:43).

Cuando Dios creó a los animales, a las plantas, y todas sus maravillas, dijo Dios ser todo bueno. Cuando creó al hombre, no dijo de él, ser bueno ni malo. Simplemente lo dotó de atributos superiores, y esperó los frutos para determinar su malicia o bondad.

Esperó para que el hombre usara del libre albedrío, mirando el mal desde el bien, lo cual le daba evidente ventaja como don de Dios, y quiso que el mismo hombre se calificara por sus obras. Y como todos los hombres elevados, Adán y Eva no supieron detentar el poder concedido, y tomaron el camino del orgullo, de la autosuficiencia, la desconfianza, y la desobediencia.

No puede hombre alguno decir que está en la onda de Dios, si en sus obras no se trasluce la humildad, y la munificencia de Cristo. Él nunca escatimó esfuerzo para salvar a una humanidad doliente que, negando a su Creador, da coces contra lo que la razón y la naturaleza de las cosas, le indica ser el buen camino.

Ni siquiera la revelación se tomó en cuenta. La revelación se tomó como una propiedad más, que se podía manejar y manipular al antojo. El que ponía resistencia, y combatía pacíficamente este estado de cosas como hicieron los profetas, fue perseguido y puesto aparte, cuando no eran vilmente asesinados so pretexto de que desanimaban a las gentes.

Hoy, cuando se sostiene la verdad a todo trance, se dice que el que tal hace es “fanático”, y otros muchos remoquetes más. La tendencia principal, es la de adaptarse a las gentes y a sus vanas tendencias, para que no se ofendan y se retiren.

Es de admirar como la doctrina es mantenida por hombres que, sin despreciar las flaquezas o debilidades de los demás, se mantienen en la fe, sin curar de la maledicencia y la falta de objetividad de los que los critican.

Así, cuando la Iglesia mantiene el no al aborto, a la promiscuidad, a la sodomía, y a tantas desviaciones de la naturaleza, recibe una descarga inmisericorde, y nada reflexionada de críticas por parte de todos. Es triste que desde dentro de la Iglesia, también haya muchos que se ponen de parte de los que se quieren saltar, sin más, cualquier ordenanza o mandamiento que les contraría.

Encuentran un extraño placer en desmentir, por el medio que sea, la veracidad y suficiencia de la enseñanza cristiana. Así es reputada con toda insensatez y propaganda, cualquier ficción (de las que previno el apóstol Pablo): Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.

Y esos son los frutos de la maldad, de la mentira y de la aversión al Señor. Nos toca a nosotros dar fruto del Espíritu, para contrarrestar esta deletérea forma de ataque a la Verdad. Demos fruto que demuestre nuestra pertenencia a la fe de Cristo, porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad. (Efesios 5:9).

¡Es tan grato y tan hermoso dar fruto para el Señor! Esos frutos son los que dan verdadero testimonio de nuestra identidad de hijos de Dios, y no solo las hermosas proclamas.