Desprendimiento cristiano

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

 

Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto;

Resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen;

 y los que lloran, como si no llorasen;

Y los que se alegran, como si no se alegrasen;

 y los que compran, como si no poseyesen;

Y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen;

Porque la apariencia de este mundo se pasa.

Quisiera, pues, que estuvieseis sin congoja.

(1ª Corintios 29,32).

 

Está de moda, y es motivo de grandes discusiones, el llamado Evangelio de Judas. ¿Cuál es el principal motivo para que esto suceda? No es la propaganda con ser tan efectiva, ni que el escrito contenga algo que pueda no mover, sino ni siquiera aportar algo que simplemente añada algo sobre lo contenido en el canon.

El mayor causante de esta banal locura es la ausencia de Dios en nuestros corazones. Es preciso estar muy desprendidos, y perseverar en la fe una vez dada a los santos. No andar como curiosos ventaneros, husmeando a ver donde encontramos una contradicción, una extrapolación o alguna cosita que nos haga dudar, o hacer dudar de la verdad.

Cuando Cristo ascendió dejó solos a los discípulos, para que pudieran recibir al Espíritu Santo, al paráclito o consolador en su ausencia. Mientras estuvieran fijos en la persona maravillosa y presente del Cristo resucitado, no podrían recibir nada de arriba.

Solo cuando él ascendió definitivamente y ya no lo esperaban otra vez, es cuando el Espíritu Santo entró en las personas de los discípulos, y lleno el vacío dejado por su ausencia en ellos, y los llenó hasta el punto de que hicieran maravillas, y proclamaran el divino evangelio de Cristo con un denuedo y una eficacia impresionante.

Si esto es así, y así lo atestigua la santa palabra ¿Cómo queremos nosotros ser llenos del Espíritu, si estamos llenos de toda malicia, tantas pasiones, y siendo llevados en cada minuto de nuestra vida, por nuestro propio criterio materialista y obtuso?

El inconverso tiene su inteligencia, y mejor o peor la usa. Por eso, y por como sabían granjearse favores unos a otros, decía Jesús: porque los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz. (Lucas 16:8). Por que ellos tienen en marcha una inteligencia que, aunque les lleve a los más nefandos extravíos, es algo que ponen en movimiento para su provecho. La tienen y le sacan las máximas ventajas. Nosotros en cambio ¿como podemos pensar que, sin ejercer la obediencia absoluta (no ignoramos nuestras debilidades), y sin discernir la voluntad de Dios, podemos estar en la onda de la divinidad?

Si hacer la voluntad de Dios es la inteligencia, verdaderamente somos más torpes y descuidados que los de afuera, por no utilizarla al máximo de nuestras capacidades. El temor de Jehová es el principio de la sabiduría, Y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia. (Proverbios 9:10).

Bien se burlan los de afuera, cuando se mofan de nuestra ridícula y vana posición, con un pié puesto en un lado del río y el otro en la otra orilla. Tibios y flojos, estamos siempre quejándonos de nuestras carencias, que no son tales, sino estados provocados por nuestra propia desidia y temeridad, ante el enorme misterio de Dios y su salvación eterna.

Si no renunciamos a todo lo que poseemos, talentos, inteligencia, posición social, conocimientos, estaremos siempre pensando en ello por defenderlo o acrecentarlo. ¿Cómo podemos esperar que entre Dios en nosotros, y more mezclado con las apetencias mundanas, que son obra del enemigo?

Hay que extinguir totalmente el amor a este mundo perverso, y entonces, cuando estemos totalmente vacíos de ello, podrá entrar el Espíritu a un lugar limpio y preparado adecuadamente para su morada.

Dijo Jesús: Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. (Lucas 14:26).  ¿Quieres ser verdadero discípulo de Jesús? Renuncia a todo, y todo te dejará en paz. Dice San Pablo: he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. (Filipenses 4:11).

Todo pues, es posible renunciando de grado a las cosas de este mundo, porque lo que realmente necesitemos nos será otorgado sin duda. A veces, hasta las tribulaciones son un don de Dios para nuestra edificación y cumplimiento de su voluntad.

Dice así la Escritura: Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. (Carta del apóstol Judas, verso 1). Vayamos pues, valientemente, a contender por nuestra fe. Con Cristo, podemos.

 

AMDG.