Tesoro en vasijas de barro

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

Nadie se engañe a sí mismo; si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio.

Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios; pues escrito está: El prende a los sabios en la astucia de ellos.

   Y otra vez: El Señor conoce los pensamientos de los sabios, que son vanos.

Así que, ninguno se gloríe en los hombres; porque todo es vuestro:

Sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas,

Sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir,

Todo es vuestro, Y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.

(1ª Corintios 3:18).

 

La locura de la predicación nos dio a conocer a Cristo que ha sido hecho por Dios, para nosotros, sabiduría justificación, santificación y redención. Así que cualquiera que cual sea nuestro humano rango, hemos de dejar nuestra tan cacareada sabiduría en el fondo de un baúl bien profundo, por que si esta sabiduría es propia de nuestra mente no vale ante Él ni lo que un vulgar paño viejo y rancio.

La verdadera sabiduría es la locura de amar y creer a Cristo. Es Cristo mismo en nosotros. Esta es la sabiduría por la que debemos luchar y debemos ambicionar. Tal como los dones del Espíritu no tienen remate, ley o restricción en el amor a Cristo y su entrega a él. No hay limitación. Es decir, no estaremos nunca al nivel que es deseable para llegar a agotar la altura a la que llegaremos, en el día de su revelación al mundo. En los últimos días.

Naturalmente el mundo tiene por locura tal entrega y tal misterio, por que significa renuncia a tantas cosas pegajosas y horrendas, que bajo capa de belleza y deleite nos ofrece el mundo. Y esto no es del agrado del hombre natural, del hombre mundano. Sabemos que para él, estas cosas del Espíritu son locura y no las puede entender. El es carnal, y las cosas espirituales escapan a sus alcances, y no quiere, ni tampoco puede discernirlas. Y seguir a Cristo a veces molesta u ofende a muchos que amamos, y por los que daríamos cualquier cosa que no fuera nuestro tesoro en Dios.

Dice, muy propiamente Jesús, una frase que se ha mostrado durante milenios ante los hombres como una vereda  dolorosa para los creyentes. El dijo en cierto momento: porque los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz. Los incrédulos bien saben granjearse la estima o benevolencia de los demás por que a sí conviene a sus intereses.

Sin embargo, los hijos de Dios, que ya deberían haber superado toda dificultad son torpes para ello, y no saben ver en los prójimos la figura de Cristo; y honrarla para su conveniente presentación en gloria, con un bagaje de buenas obras y de buenas relaciones. Parece algo insólito y no propio de los que predican la equidad, el amor, etc. Pero así ocurre.

Y ya no solamente entre los paganos, sino que además entre los propios cristianos hay divisiones, resentimiento, desconfianza, y hasta odio. ¡Hijos de la luz practicando tales abominaciones! ¡Inconcebible! ¿De verdad hermano mío que no crees que ocurra esto que digo? Pues sucede de forma continua..

Y no me refiero a los que, con loca petulancia, se lanzan a erigirse en conductores de las personas a las que han captado con fines perversos, sino que observamos estas actitudes entre los propios cristianos, que deberíamos ser los más espirituales,. ¡Malo!. Ciertamente no somos sagaces, ni sabemos hacer lo que conviene en orden a nuestra salvación.

El mozo que es locuaz y decidido, ante el amor y la presencia de su amada, se vuelve tímido y titubeante por que ante la presencia de su “sol de amor”, se siente pequeño y casi indigno. Así nosotros los que amamos a Jesús, tenemos que dejar nuestra propia sabiduría, nuestra erudición, y nuestro rango mundano, ante el sol de justicia y amor que es Cristo. No pasa nada malo si despojados de estos dones mundanos, titubeamos y nos atragantamos con las palabras. No es para menos, estando ante quien estamos.

Es cierto. Todos hemos comprobado que en la verdadera oración cuando vamos a exponer algo ante el Señor, comprobamos que es preferible escuchar, por que de él mana la sabiduría y la revelación mejor que de nuestros argumentos, que las más de las veces son algo falaces y muchas veces también, algo hipócritas y fuera de razón.

Cuando pedimos, la mayoría de las veces estamos pidiendo algo que es propio de la mundanalidad, por no decir más. ¿Cómo podemos nosotros pretender que el Dios Omnipotente se abaje a escuchar nuestras majaderías, ambiciones y hasta rencores contra otros? ¿Qué nos creemos que es? De ahí que el Apóstol diga con toda propiedad: ¡oh, almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. (Santiago 4:4).

La oración, es decir, la conversación se torna con Él un casi monólogo, por que arrobados ante su Palabra y Espíritu ¿qué seremos capaces de decir ante tan grande señoría como es nuestro Dios? ¿Acaso no dice Jesús que nuestro Padre sabe lo que necesitamos, antes de que se lo pidamos? Ante la divina lumbre ¿que puede alumbrar o calentar nuestra insignificante llama? He aquí que yo soy vil; ¿qué te responderé? Mi mano pongo sobre mi boca. (Job 40:4).

Calla, y te enseñaré sabiduría. (Job 33:33). Eso dice el Señor a todo el que acude su lado para recibir su palabra divina en cualquier evento. Podríamos añadir también de pasada, que no solo es bueno acudir a Dios para pedirle favor (cosa excelente, y que Él mismo recomienda), sino también para darle continuamente gracias por sus dones constantes. ¿Qué eso lo sabemos? ¡Pues manos a la obra! Eso se puede llamar, presencia de Dios en nosotros. Buena cosa ¿verdad?

Lo que nos ocurre con mucha frecuencia, es que no sabemos pedir, y así dice el apóstol insistiendo de nuevo en la sabiduría de la verdadera oración y acercamiento adecuado al Señor: Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues, no sabemos, qué hemos pedir como conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por nosotros. (Romanos (:26-27).

Como decía un hermano con mucha gracia: “el Señor ya se encarga de pasar a limpio en sus páginas, las deficientes y pobres oraciones nuestras”. Y creo que tenía mucha razón, como lo atestigua el versículo mencionado anteriormente. Por tanto reconozcamos nuestra flaqueza, a la vez que la grandeza de ser hijos de Dios por su potencia y misericordia, y sepamos lo que Dios nos ha concedido.

No entremos en teologías personales, todo lo respetables que se quiera, pero que no añaden nada al maravilloso encuentro con el Creador y su Palabra. Pidamos con fe, no dudando nada de nuestro Padre Celestial. No lo entristezcamos con reproches ni con reconvenciones, sino, acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. (Hebreos 4:16).

No caigamos en la desgraciada tentación de pedir lo que no conviene. Y así dice la Escritura sobre esto. ¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís.

Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.  !!Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye(a sí mismo) enemigo de Dios. ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?

Que gran privilegio es que el Espíritu nos cele, por que en ese celo se muestra el gran amor que la grandeza divina tiene por nosotros. Por eso podemos acabar diciendo la frase tan colosal y consoladora de San Pablo, cuando con toda convicción decía resueltamente: Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. (Romanos 5:8).