La levadura cristiana

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor.

     Pero él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas,

Y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores;

     Mas no así vosotros,

 Sino sea el mayor entre vosotros como el más joven,

Y el que dirige, como el que sirve.

     Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve?

¿No es el que se sienta a la mesa?

 Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve.

     Pero vosotros sois los que habéis permanecido

Conmigo en mis pruebas.

     Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí,

     Para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino,

 y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel.

 

 

Hemos asistido, desde hace bastantes años, a una barbarie que se creía casi superada. Una sucesión de crímenes horrendos en nombre de la religión precisamente o de ideologías que se presentaban como benefactoras y liberadoras. Religiones o ideologías, (sea lo que sea) que se deberían jactar cada una de sus benéficos resultados una vez puestas en práctica y, sobre todo, por haberse constituido en las reguladoras de la vida de las gentes, culturas y pueblos.

Pasado ya el tiempo antiguo, de intolerancia e imposición de algunas religiones, propio del medioevo más o menos alargado en el tiempo, se esperaba y sobre todo de las monoteístas, una forma de enfoque en el que para cada una Dios fuera el garante de la paz, el demoledor de los odios, y el mensajero de la paz. A lo que se ve no estamos contemplando un avance claro que era de esperar, sino una regresión importante de la situación de la paz.

Parece ser que cuanto más fuerte y ciega es la fe, mayor es el encono y la rivalidad entre las distintas vertientes de la religión. Modelos que podríamos llamar de pensamiento (para no confundirnos) se han lanzado a la conquista de todo el universo mundo, para señorear o hacer señorear a “su dios” de grado o por fuerza.

Establecer parangón entre unas y otras, es alzar a unas para disminuir a otras, en el afán de hacer una media matemática que iguale las premisas para hacer un análisis. Eso no es correcto y sí muy perverso. En ellos cada tipo de “dios” es distinto, y en muchos casos es idolatría de unas ideas y de unos empeños que nada tienen que ver con la verdadera aspiración el ser humano

Creemos firmemente que el análisis no se puede hacer sin que inmediatamente y como comienzo, sobresalga el cristianismo en su “locura” verdaderamente libertaria, y más aun, liberadora de tantas almas, y sostenedora de la calidad del pensamiento, en las culturas hijas de tal ideario. Es un afán integrador, que no conquistador. Esto último es imposible, por poco que pensemos de principio en el carácter de Jesucristo, su fundador. Por que Él es el Príncipe de la paz. (Isaías 9:6)

El cristianismo hoy, superadas las ignorancias y los atavismos que todo el mundo sufrió en una época crítica, se lanzó con brío y hasta con sus defectos de apreciación, a la misión de paz que le había sido encomendada por Jesús. Con errores y todo lo que se quiera, y más, el cristianismo restableció (mal que pese a muchos) los principios de libertad verdadera, y no una parodia de libertad como vemos que hoy se predica y practica por tantos.

No otra cosa se podía esperar de una fe que tiene por principio y objeto la imitación (siempre defectuosa por estar en manos humanas) de Dios revelado en el que reconoce una naturaleza que es definida como: Dios es amor. (1ª Juan 4:8). El seguimiento de este principio es el fermento de toda actividad verdaderamente cristiana. Los abusos o tergiversaciones no quitan de ningún modo, que el principio del amor es absolutamente predominante en su ideario, por otra parte bien demostrado e incontestable.

Basarse en las desviaciones lógicas en las que el pensamiento humano suplanta el mandamiento primigenio, es solo un accidente que no merma en absoluto la calidad y perfección de la fe cristiana. Si acaso, añade más contraste y agiganta más, si es posible, la figura de su fundador Jesús de Nazaret, que solo hacía lo que le era ordenado por su Padre, Dios y Creador de todo el Universo.

La cultura cristiana impregna toda civilización que destaca por su prosperidad, cultura, y avances de todo tipo. Solo las culturas cristianizadas, aun perdiendo ingredientes en la praxis, todavía mantienen unos altos valores de comportamiento moral y de altruismo ante las gentes. Lo que percibimos como heredero de la revolución francesa, es cristianismo aun mal entendido. La revolución no fue un principio, sino un fulminante que hizo estallar la libertad que el cristianismo hace suya en todo su ideario y en toda su trayectoria desde su fundación.

Las épocas de oscurantismo fueron épocas de tergiversación, y no por ser de tiempos muy antiguos, ya que mucho más antiguas fueron otras épocas en que la paz imperial propició tan grandes frutos en los grandes hombres de la Iglesia, la afirmación de los credos, junto con la expansión y desarrollo práctico de tan grandes ideales. Los llamados “Padres de la Iglesia”, Papías, Orígenes, Ireneo, Clemente, Agustín, Ambrosio, Osio,etc. desarrollaron desde antiguo todo un potencial ingente, y muchos de ellos una muralla contra las desviaciones y sobre los intentos de desvirtuar y modificar inconsecuentemente la doctrina cristiana.

Es por eso, que en la época moderna no se puede hablar en puridad del fenómeno de descristianización. Nunca todos los hombres que han vivido en culturas cristianas eran verdaderos cristianos, sino que según una extraña anomalía, siempre han sido los hombres constituidos en casi guetos minoritarios, los que han sostenido firmemente en sus manos la ortodoxia y la praxis de la doctrina cristiana.

Este fenómeno fue previsto por Jesús, quien dijo que muchos serían los llamados y pocos los escogidos, refiriéndose al Reino de los Cielos. Esto se puede trasladar a la vida en la tierra. Estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y muy pocos los que dan con ella. (Mateo 7:14). A pesar de ello, ese “fermento cristiano” hace que la masa social guarde dentro de sí una moral y unas costumbres, que informan su conciencia por muy desviada que esté de la verdadera praxis cristiana.

Es pues, como hemos repetido en innumerables ocasiones, el cristianismo de tal calidad humana, basada en la divina, que a pesar de que su práctica no es siempre la deseable, aun así es capaz de conformar una cultura aparentemente débil, pero que está superando siglos y siglos con todos sus quebrantos y errores humanos.   

No es comparable, ni de lejos, con otras ideologías, ni aunque estas se implanten y mantengan mediante la imposición absoluta, allí donde están establecidas. La libertad cristiana en los dos aspectos, divino y humano, no tienen parangón con ninguna otra clase de pensamiento, aunque naturalmente otras vertientes de religión o ideología piensen lo contrario y en muchos casos posean aspectos positivos generalmente ¡como no! tomados más o menos subrepticiamente del cristianismo. La realidad de los hechos y la historia, dan clara cuenta de ello.