Dios dispone de lo suyo

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

Al venir también los primeros, pensaron que habían de recibir más; pero también ellos recibieron cada uno un denario.

     Y al recibirlo, murmuraban contra el padre de familia,

     Diciendo: Estos postreros han trabajado una sola hora, y los has hecho iguales a nosotros, que hemos soportado la carga y el calor del día.

     Él, respondiendo, dijo a uno de ellos: Amigo, no te hago agravio; ¿no conviniste conmigo en un denario?

     Toma lo que es tuyo, y vete; pero quiero dar a este postrero, como a ti.

     ¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno?

     Así, los primeros serán postreros, y los postreros, primeros; porque muchos son llamados, mas pocos escogidos.

 (Mateo 20:10-16).

 

Partimos de una base cierta y verdadera. Dios da dones a los hombres, aunque se reserva para sí lo que tiene que hacer con las personas a las que  toca de una u otra manera.

A la vez es un recordatorio de lo que los cristianos deberían saber ya desde el principio. Todos los cristianos. Que es Dios quien decide el destino de cada ser que ha creado. Las vicisitudes de la vida de cada cual tienen una importancia relativa aunque importante para cada persona. Por eso dice la Escritura: Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún. (Hebreos 6:10). Lo cual nos presenta el panorama de otra forma distinta, de lo que creen algunos de que que Dios es injusto cuando ellos consideran que no está haciendo el “reparto” con acierto.

Así pues, no es sabio juzgar y decidir, por nosotros mismos, la voluntad de Dios en el terreno escatológico. El destino de las almas es reservado por Dios para sí, y tiene sus buenos motivos, para hacerlo. De este modo se dice en la Santa Escritura: Las cosas secretas pertenecen a Yahvé nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley. (Deuteronomio 29:29).

Es vicio especular con la vida o la muerte eterna, por que no se nos ha dado la misión de averiguarlo, y ya tiene la Escritura suficientes datos para que no andemos a grescas por una opinión u otra. Dios es soberano y reparte sus dones como quiere y sabe muy bien por que es la eterna piedad y la eterna sabiduría.

Se dice claramente para conocimiento de todos que: la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará.  (1ª Corintios 3:13). De modo que solo hemos de ocuparnos de nuestra salvación, y de la comunicación de esta maravillosa revelación a todo el que se nos ponga por delante, con mansedumbre y respeto. Lo demás es cosa y oficio de Dios, que sabe lo que de hacer en cada uno de nosotros.

Pretender presentarnos ante el temible trono de justicia, alegando méritos, es necio y desconsiderado para con Dios. Somos pecadores perdidos rescatados por misericordia. Dejemos a nuestro Señor hacer las cosas a su modo y no especulemos lo que será de los demás.

Temamos por nosotros mismos, y obremos en consecuencia. Esa es la ocupación que se nos requiere. Para ella todos estámos dotados. Puede que unos no valgan para evangelistas, para predicadores, o ni siquiera posean una simpatía especial para las gentes, pero para prestar atención a los requerimientos del Evangelio todos están llamados y facultados. Y así se dice en la Escritura: Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren. (Timoteo 4:16).

Hay quien se escandaliza de que Dios perdone, y acoja a quien ha perpetrado muchas tropelías. Ante la misericordia y la generosidad de Dios se siente diminuido y maltratado, pues él verdaderamente ha sido fiel. No puede aceptar que durante toda su vida él ha llevado una trayectoria recta y atenta a Dios, y el otro lleve la misma paga de salvación y gloria, después de su desordenada y perversa vida seguida de un arrepentimiento tardío.

Anteriormente, hemos puesto por delante los versículos en los que se dice que Dios no es ingrato con los que le han sido siempre fieles, pero Él no admite discriminación humana, y se reserva la libertad de acción en cada creiatura. Admitámoslo; todo eso es cosa suya.

No dejemos que se nos diga como en la parábola de Jesús “¿o tienes tú envidia por que yo soy bueno?” Dejemos a Dios disponer y hacer sus justicias, que desde luego no tienen nada que ver con las nuestras tan contaminadas por nuestra naturaleza caída.

Puede ser que aunque hayamos aguantado “todo el calor del día” no seamos de los elegidos, aunque sí hayamos sido llamados.

Pensemos en ello detenidamente y no nos preocupemos por los demás, sino solamente para hacerles la admonición pertinente, justa y sabia. Lo demás, dejémoslo para que el Señor haga su obra y no seamos ocasión de impedimento para que la realice. La soberbia y la propia presunción pueden ser los causantes de nuestra desgracia.

Si hemos soportado “el calor del día” no hagamos cuenta de nuestras justicias, por que el mismo Jesús dijo a sus fieles discípulos: Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos. (Lucas 17:10).