Mi Padre y Yo, uno somos

Autor: Rafael Ángel Marañón  

 

Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo,

Que habléis todos una misma cosa,

Y que no haya entre vosotros divisiones,

 Sino que estéis perfectamente unidos en una misma

Mente y en un mismo parecer.

(1ª Corintios 1:10).

 

Es este un pasaje bíblico que todos conocen (o deberían conocer), pero que nadie está dispuesto a llevar a cabo. Es curioso lo que se insiste sobre ciertos pasajes a marcha martillo, y la dejación que se hace sobre otros de infinitamente más importancia.

No hay cosa más valiosa, entre gente que se dice consagrada a Jesucristo, que hacer buena la palabra que dejó bien tallada en el corazón de los discípulos, antes de dejarles la antorcha viva de su persona y su doctrina.

La palabra fue tajante. Esto os mando: Que os améis unos a otros. (Juan 15:17).  No era uno más de los que ya tenía la Tanaj, (o Ley, como San Pablo la llamaba). Era “el mandamiento”. Era, y es aun, el mandamiento supremo, el del amor, y ese mandamiento parece ser que no lo estamos llevando a la práctica como Jesús encargó encarecidamente. El lavó los pies a los discípulos, y todo eso demostrándoles que era el Señor y que lo hacía por amor.,

Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer. (Juan 15:15). La pregunta es ¿somos o nos consideramos siervos? ¿O amigos? ¿O nos parece que no es tan importante ser no solo siervos, sino amigos de Jesús?

No debemos olvidar, que Jesús también dijo unas palabras que nos bajan los humos, a los que seamos soberbios por nuestra justicia,  y estemos ufanos de nuestra obra; de “nuestra” labor para el Señor. Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, eso hicimos. (Lucas 17:10).

Si somos sinceros hemos de admitir, que hemos fracasado en este mandamiento tan sublime del Señor. Personalmente, yo ya he dejado de esforzarme en la tarea ecuménica. No hay solución, y un anciano disminuido como soy yo, no es la panacea para este asunto. Naturalmente soy un fracasado en lo que de personal tenía mi esfuerzo. Era seguramente obra de la carne. Pero Dios sabe hacer las cosas de forma muy misteriosa y eficaz, con la nada que le proporcionamos.

Solo deseo con toda mi alma que seamos todos uno, como Jesús deseó tanto y tanto insistió. Por que no habría hecho tantos esfuerzos y cosechado tantas incomprensiones (lógicas por otra parte), si no hubiese sabido desde siempre, que ese es el ferviente deseo de Jesús. Y ese es también mi deseo.

No podemos ser uno con Jesús, ni por lo tanto uno con el Padre, por que no somos uno entre nosotros. Aun conservamos nuestro propio orgullo, nuestra propia imagen, nuestra propia aversión mutua y común, entre todos los que dicen amar a Jesús.

No se puede hacer la apologética, que practicamos todos, sin herir a los demás. El incrédulo que demuestra todos los días la mayor indiferencia, cuando no hostilidad contra Cristo y lo que significa en la iglesia, es mejor mirado por unos y otros que el que, amando a Jesús, mantiene diferencias llevado de su atavismo o porfía.

El fracaso nos alcanza a todos, y cada uno de nosotros. Solo desde la más estricta humildad, como Cristo nos enseñó, padeciendo y muriendo cuando era y es, el autor de la vida y el maestro que sublimó al ser humano haciéndole hermano, es como podemos empezar a enderezar este estado de cosas. Cristo, acercando a Dios Padre a todos los que, pecadores, fuimos a Él en busca de la salvación, y del amor que no percibíamos en el mundo egoísta y peligroso, nos enseña el único sendero a seguir.

Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia,

Entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.

Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), (Efesios 2:1 y ss.).

Creemos que esa vida nos pertenece, y por tanto la podemos descuidar, por que ya no necesitamos del hálito constante que nos hace vivir como Adán, cuando recibió de Dios el soplo de vida que le hizo ser hombre viviente. Por lo tanto pensamos neciamente que ya que tenemos la vida de Dios, no nos debemos sentir con necesidad de amar a los hermanos, porque van muy desviados de la doctrina y querencias que nosotros tanto amamos.

No procede Dios así y ya sabemos que se nos ha estimulado a que le imitemos: Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. (Romanos 5:8). ¡¡Siendo aun pecadores!! Eso es amor. Dios no esperó a que estuviésemos en la perfección, para amarnos y venir a nosotros, sino que vino a morir cuando estábamos más perdidos y extraviados que nunca.

No estamos haciendo bien los deberes, ni usando los poderes que Jesús nos encargó y otorgó. Con ellos nos dio la fortaleza del Espíritu, para que los pusiéramos en práctica. Sin embargo nos paramos en minucias, y nos negamos a dirigirnos la palabra unos a otros. Cultivamos la separación, la hostilidad, el desprecio, y declaramos herejes o enemigos, a los que no son de “nuestra confesión” o nos resultan antipáticos.

Fracaso y desobediencia a las instrucciones de Jesús, que nos encargó que nos amásemos unos a otros. Amar no quiere decir estar de acuerdo en puntos de doctrina que son diferentes, sino tratar de meterse en el corazón del hermano que ama a Dios en Cristo, y tratar de hablarle, comprendiendo sus puntos de vista, que no tienen que ser por ello necesariamente compartidos.

Toda persona tiene sus razones para actuar como lo hace. La conciencia es sagrada, Solo Dios tiene facultad de explorarla, pues hasta la misma persona es incapaz de hacer una profunda introspección en su pensamiento, ya contaminado por las cosas de este siglo.

No es cosa de buscar culpables, pues la conciencia de cada uno es inviolable. Decía un dicho antiguo “La conciencia es, a la vez; testigo fiscal y juez”. Posiblemente ande yo muy equivocado, pero no creo que estas  actitudes nuestras sean del agrado de Dios. Y si no es del agrado del que todo lo ve, poco poder pueden tener nuestras oraciones. Y es que pensamos que es malo todo aquel que no piensa exactamente como nosotros, en puntos más o menos importantes de la doctrina. Como dijo Juan Pablo II: “Las ideas se exponen, no se imponen”.

El credo de los apóstoles, el de Nicea, o el que ahora se proclama como acto de confesión de fe, vale para todos. La Iglesia de Cristo es Universal. El diálogo recto y humilde, (sin ceder gratuitamente en puntos cruciales), es el único vínculo de paz, para la perfecta armonía de los cristianos, y para el testimonio del evangelio.

Por ahí habría que empezar, y dejar los atavismos y arriscamientos, fruto de un equivocado concepto de la defensa del Evangelio. No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Yahvé de los ejércitos. (Zacarías 4:6). Por que puede ser, que en muchas de estas poco evangélicas actitudes y modo de obrar, se esté defendiendo otra cosa, que no es exactamente el Evangelio de nuestro común señor Jesucristo.

Dios ama a todas sus criaturas. Si no fuese así ¿para qué murió Cristo? Pablo insiste en esa idea cuando proclama ante estas divisiones: ¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme. (Romanos 14:4).

Me remito al amor de Dios, declarado y expuesto por Pablo el gran apóstol: Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres;  por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad.

Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.

Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo. Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda. (1ª Timoteo 2:1 y ss).

Solo con actitud pacífica como corresponde al amor cristiano, se puede llegar a la convergencia en Cristo, que es el supremo objetivo de la vida cristiana. La beligerancia y el desprecio mutuo, hay que reconocer paladinamente,  no es el mejor de los testimonios ni la mejor forma de evangelización. Hagan lo que hagan los demás.

Todo esto entre un mundo que tiene ya como objetivo declarado, arrumbar el cristianismo para (eso sí), desde sus bases, proclamar e implantar el reino absoluto del anticristo. Estas actitudes que mencionamos, contribuyen en gran medida a hacerlo. Así que no estamos colaborando con Dios, sino con el enemigo.

Así dijo el venerado Gamaliel cuando el Sanedrín quiso castigar a Pedro y a los apóstoles: Y ahora os digo: Apartaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá; mas si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios. (Hechos de los apóstoles (5:38 y 39).

No es aceptando lo que a cualquier bigardo o agitador se le ocurra, como haremos ecumenismo. Solo con una actitud seria, humilde, solvente, que se base no solo en palabras, sino en hechos que las avalen, es como podemos cooperar con Jesús en su deseo de reunir a un solo rebaño bajo un solo pastor. También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor. (Juan 10:16).