Más que muchos pajarillos

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos?

Con todo, ni uno de ellos está olvidado delante de Dios.

Pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados.

No temáis, pues;

más valéis vosotros que muchos pajarillos.

(Lucas 12:4 y ss.).

Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores,

Y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma:

Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años;

repósate, come, bebe, regocíjate.

Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma;

 y lo que has provisto, ¿de quién será?

Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios.

(Lucas 12:18 y ss.).

 

A veces nos preguntamos por las vicisitudes de la vida, y de las calamidades que ocurren, además de las catástrofes naturales, y pensamos en la inconsistencia y veleidad de nuestros pensamientos y designios. Tenemos la vida pendiente de un hilo, y el estado de semiinconsciencia con que las gentes andan por el mundo, es lo que les permite vivir.

Hay ciudades, que están situadas sobre comarcas propicias a los terremotos, a inundaciones, a derrumbes, y en cada paso, aun en nuestra casa hay peligro de resultar herido o muerto. Aviones que cruzan incesantemente los cielos, trenes, automóviles etc., enfermedades, y peligros de todas clases que nos acechan. Todo un conjunto de contingencias que amenazan continuamente al ser humano.

Tanto en los accidentes como en las desgracias, muertes repentinas y toda clase de azares, siempre decimos la consabida frase ¿Quién lo iba a pensar? Y después seguimos tan rozagantes en nuestros asuntos, lo que permite no caer en preocupaciones y temores enfermizos.

Por que somos inconscientes, podemos cada día trabajar, dormir, y pensar en futuros que, si meditáramos demasiado, veríamos que no llegan más allá de minutos, en muchas ocasiones. No hay más que mirar los medios de comunicación, que nos cuentan y no acaban, de miles de sucesos entre los que destacan algunos de más interés para el público, de entre la multitud de ellos.

Esta inconsciencia es necesaria para poder llevar una vida medianamente tranquila, ya que si pensáramos seriamente en lo efímero de nuestros actos y pensamientos, así como de toda obra humana, moriríamos de miedo, y todos sufriríamos de paranoia aguda.

Estas afirmaciones parecen contrarias a lo que advierte la palabra de Cristo sobre el estado de vigilia, que nos exige la atención a las cosas del Espíritu de Dios. ¿Cómo decimos que no se debe uno preocupar, si Jesús dijo que permaneciéramos vigilantes todo el tiempo? La respuesta es simple. La vigilancia la ejerce el cristiano sobre sí mismo y se sabe protegido por la conducción de Dios. Esa es nuestra vigilancia que no ha de ser angustiosa ni preocupada sino limpiamente ejercida en una auténtica vida de genuina piedad.

El cristiano no se inquieta con los temores que oprimen a los paganos ya que, con la confianza puesta en Dios, encuentra la paz más segura y venturosa.  Es consciente de los peligros, mucho más intensamente que cualquiera, pero son contemplados por él como algo natural y que está en las manos de Dios, así como su destino eterno.

¿Para que castigarse, sabiendo que alguien infinitamente poderoso como es Dios, se ocupa de nosotros? Del más mínimo detalle como se dice en la Escritura que hasta los cabellos de nuestra cabeza están contados y más aun… numerados. No hay átomo que escape del control del Creador.

Esa convicción nos hace prácticamente invulnerables a las vicisitudes de la vida, y más aun, a las preocupaciones, que en ocasiones son peores que el tormento físico. En las crisis y desgracias puede sufrir, pues como humano comparte los dolores de la humanidad. Pero en todo, el cristiano descansa en las palabras y la voluntad de Dios, y ocupándose con paz en lo que toca a la vida de piedad, recorre su camino vital con alegría y esperanza.

Esto le pone al resguardo de los extravíos de los demás, ya que la obediencia a la ordenanza de Dios, le guarda de innumerables contingencias. De estos albures, son víctimas tantas personas desgraciadas, sumergidas en las consecuencias de los vicios y los extravíos, que los destrozan con implacable fatalidad.

El cristiano tiene la cosa muy clara. Solo seguir pacíficamente las instrucciones de Dios, y dejar todo en manos del que las ordena. Es una cuestión de confianza que da los más inimaginables y fructíferos resultados: Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino. (Salmo 119:105).

Para el cristiano la palabra de Dios ilumina y simplifica todo. Solo dejarse llevar por esa palabra, garantiza la paz y la seguridad. Es cierto que a todos nos pasa de todo. Si así no fuera, sería muy simple la cosa. Sería un axioma semejante al siguiente: “Al que hace algo malo, le sucede inmediatamente algo malo”. Igual que el que sabe, que si pone su mano en el fuego se quema de inmediato. Por supuesto no lo hace.

Los resultados del mal se ven inapelablemente en su tiempo, antes o después. No necesariamente se producen de inmediato en todos los casos. De otra forma, el homicida sería capturado, a la misma hora que perpetrara el crimen. El desarreglo traería como consecuencia, que las cosas de la vida, se repartirían de esta simple forma. “Pecado, inmediato castigo”. Eso va contra la libertad.

El castigo inmediato no deja libertad, pues el horror del pecado no tiene comparación con su expiación, si esta se percibe inmediata. Así dijo Jesús: Y los trabajadores le dijeron: ¿Quieres, pues, que vayamos y la arranquemos? El les dijo: No, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero. (Mateo 13:28 y ss.).

Es pues preciso que en el mundo se den las dos semillas, y crezcan mezcladas en el campo. El trigo, y la cizaña. Lo fácil es arrancar de inmediato la cizaña, pero como dice un precepto de la justicia humana: “es preferible que  escape un culpable, a que se condene a un inocente”. La cizaña ha de crecer junto al trigo. Existe el mal, por que existe libertad. El que los inconformistas digan que no la tienen, es porque quieren emplearla (y la emplean) en el ejercicio del mal.

Al humano, como en Adán se le concede libertad, para que como Adán la emplee en su bien y no para el mal. Esa libertad es para practicarla pero en el bien, pues Dios, como en el tiempo de Adán,  nos da instrucciones, para que sepamos lo que debemos hacer, y lo que no debemos de hacer. Esa misma libertad, que tanto se reivindica con razón por todos es la que hay que manejar sabiamente y no como tantos hacerlo a tontas y a locas.

Dios no quiere esclavos; quiere hijos obedientes para poder dirigirlos por el sendero de la felicidad. La libertad mal empleada, es simplemente rebelión, soberbia contra Dios, y que siempre lleva a funestos resultados. Estos efectos se verán en su tiempo. En el tiempo de Dios;  no en el nuestro. Hay que dejar tiempo y oportunidad, para que el pecador se arrepienta.

Si cada vez que nosotros mismos caemos en pecado, se hiciera la justicia punitiva que merece tal pecado ¿Quién existiría? ¿Tan buenos nos creemos que queremos que se implante una justicia sin demora ni misericordia, que a los primeros que tal vez se nos debería aplicar sería a nosotros mismos?

Dios no procede así. Dios es Dios de Justicia sin duda, pero también de Misericordia. Dejemos que Dios se tome su tiempo y gobierne sus cosas, porque solo Él, tiene la llave de todo. Él cierra y abre cuando a Él le parece oportuno. Descansemos en Él que sabe bien lo que hace.