Cristo la Vid verdadera

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador.

    Todo sarmiento que en mí no lleva fruto, lo quitará;

 y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto.

    Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado.

     Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid,

 así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.

    Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.

(Juan 15 1 y ss)

 

 

Algún día, el Señor instaurará un reino en el que resplandezca la justicia, la verdad y la felicidad. Esta última devenida sencillamente, por el reinado de las dos primeras. Un mundo en donde la le mentira no herirá, ni la justicia se tardará, por lo que reinará la felicidad.

Hasta ahora, y desde que Cristo ascendió a los Cielos, el cristianismo en su conjunto y a través de tiempos y vicisitudes, ha fallado de una u otra manera. En el momento del completo reinado de Cristo, todo esto se acabará, para dar paso a un reino celestial, en donde no habrá ni miedo, ni enemistades, ni incertidumbres.

Todas las cosas que sufrimos a causa de nuestra maldad y nuestra mentira, habrán desaparecido para siempre.  Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. (Apocalipsis 21:4).

Ahora bien, si amamos a Cristo, y hacemos como Él nos dice que procedamos ¿por qué no podemos ser felices, con la felicidad que el Espíritu nos proporciona con el poder de Cristo para conseguirlo? Jesús dijo que el que permanece en Él lleva fruto, y esto es felicidad por muchos conceptos, en los que podríamos extendernos muchas páginas.

Separados de Él nada podemos hacer. ¿Cual es nuestra misión, y nuestro certificado de felicidad y paz? Permanecer en Cristo. El sarmiento mientras que está prendido a la vid, produce mucho fruto sin tener que hacer nada, sino permanecer pegado a la vid, para recibir de ella todo cuanto necesita, para desarrollarse en una espléndida explosión de riqueza y fruto. Y allí, en ese mismo sarmiento, que apartado de la vid es seco y estéril, cuando permanece en ella, le brotan pámpanos frescos, y lleva racimos de buenas obras y de abundancia para todos.

Solamente la permanencia constante, ya nos garantiza la vida y el fruto. Los frutos aparecerán solo por este sencillo acto de estar adherido a la vid, y de allí tomar vida plena y abundante. ¿Cómo somos tan lerdos que intentamos hacer brotar fruto, estando separados de Él, sin recibir su savia del Espíritu Santo? Nos agitamos, trabajamos, y nos esforzamos ¿está eso mal? De ninguna manera, pero Jesús dice muy claramente: porque separados de mí nada podéis hacer. Ese esfuerzo, debe estar siempre dirigido y aplicado a la permanencia en Cristo, que es la vid, y de donde proviene toda vida y todo desarrollo espiritual.

Sin estar adheridos, y recibiendo la savia de Cristo, nuestras obras son desgraciadamente, dejar pasar el tiempo retorciéndonos y secándonos como sarmiento inútil, amontonado y estéril, hasta ser echado al fuego. Y hay muchos que así hacen, debatiéndose en vano. Triste y vana condición, pero en ello caemos muchas veces, como si nadie nos hubiese indicado el camino bueno y eficiente, para dar fruto y tener vida abundante.

Jesús dijo: Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. (Juan 10:10) ¿Le creemos, o nos parece que nosotros tenemos mejores caminos, y mejores ideas y soluciones? Cada cual satisface su ego de esta manera tan sórdida, cuando no se jacta también, y se pavonea de lo inteligente que es, y qué de cosas sabe de la religión. 

El estar en Cristo, es una obra que se hace por y para Uno que nos ama, y que hace bien a todos, por causa de ese mismo amor. La obra es del Señor y  es así de extraña para el hombre carnal, y así de simple para el hombre que ha querido escuchar y obedecer a Jesús. En descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en confianza será vuestra fortaleza. (Isaías 30:15).

No se nos piden heroicidades, ni hazañas clamorosas. Sobre esto hay mucho error. Solamente (como el sarmiento), hay que mantener una quietud tozuda, firmemente pegado a la vid, y así recibir constantemente la savia espiritual, para crecer, desarrollarse, y llevar pámpanos hermosos y frutos excelentes. Todo esto, en el silencio interior de un amor, que solo Cristo sabe insuflar en los corazones de los hombres.

El que me ama mi palabra guardará; y mi Padre le amará y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió (Juan 14:23 y ss.).

Así se expresa Jesús, con la humildad que le caracteriza, y con la exactitud necesaria para que sepamos lo que es depender de la voluntad de Dios Padre. Cristo no hacía nada por su cuenta. Lo que el Padre en cada momento le ordenaba, eso mismo hacía y eso decía. Estaba conectado perfectamente a Dios, su Padre, y su divina vid, y todo lo que hizo fue, y es fructífero.

Del mismo modo, nosotros tenemos que seguir la misma regla. Pegarnos a la vid, y dejar que fluyan a través de nosotros, todas las potencias de Dios. Por que es a través de Cristo (la vid verdadera), como Dios se complace en comunicarnos su buena voluntad para con nosotros.

Así que ya dejemos de fluctuar como niños pequeños y caprichosos, y aprendamos a discernir las cosas de Dios, que nos aconseja por medio del apóstol Pablo: Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.

No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. (Romanos 12:1,2).