Volver a Egipto

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Deléitate asimismo en Dios;

Y Él te concederá las peticiones de tu corazón.

(Salmo 37:4).

Y luego que Faraón dejó ir al pueblo, Dios no los llevó por el camino de la tierra de los filisteos, que estaba cerca; porque dijo Dios:

Para que no se arrepienta el pueblo cuando vea la guerra,

Y se vuelva a Egipto.

(Éxodo 13:17).

 

Es bien sabido que los hombres, cuando disfrutamos de la protección de Dios, y estamos en su comunión más o menos perfecta, tendemos a regresar a Egipto, como los primeros israelitas quisieron volver muchas veces, quejándose de las dificultades que encontraban, en el camino que les llevaba a la tierra prometida.

Hubo toda suerte de quejas, toda forma de rebelión, y hasta toda forma de hacer las cosas como a ellos les parecía bien, y no según las completas y estrictas instrucciones de Dios, para que fueran por un camino pacífico y seguro.

Dios sabía que en las dificultades, la debilidad humana iba a imponer su imperio, y los israelitas tendrían agudos deseos de volver a la esclavitud de Egipto, en cuanto se vieran impotentes para salir adelante por sus fuerzas o ingenio. La historia del pueblo israelita (y más durante la época del éxodo), es una continua vuelta a la caída, a la protesta, y a la desconfianza.

Eran flacos y, lógicamente, pensaban, como flacos que eran. Dios nunca los desamparó, a pesar de sus continuas fluctuaciones. Dios no permitió que volvieran a Egipto. Él tenía para ellos un lugar a salvo de problemas, si ellos guardaban la fe, y avanzaban hacia la nueva tierra a pesar de las muchas  dificultades. 

Ya no se acordaban de la esclavitud, del látigo del capataz, ni de la  despreciable servidumbre, que en los trabajos para los egipcios tenían que realizar. Solo se acordaban de los melones, y otras comidas que apetecían en la humillante esclavitud de su cautiverio. Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos;  (Números 11:5) Ese era su “magno” deseo, y no la tierra prometida en libertad y honor, junto con la compañía y protección de su Dios.

Y es muy cierto que todos nosotros (lo reconozcamos o no), hemos tenido a veces la tentación de quejarnos, por que el Señor, para llevarnos a nuestra patria celestial, nos hace caminar por camino más difícil que el que quisiéramos, porque no quiere dejarnos convivir con las gentes de lo que la Escritura llama, Egipto: Y sus cadáveres estarán en la plaza de la grande ciudad que en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fue crucificado. (Apocalipsis 11:8).

Egipto en el sentido espiritual escriturario, es la sociedad (el mundo) contraria a Cristo y a sus hermanos. Y digo hermanos, porque nosotros, muchas veces, parece que nos avergonzamos de decir que somos hermanos de Jesucristo. Tememos no ser dignos, y así es. Tememos a lo que puedan decir los que pertenecen a este “Egipto”, (la esclavitud), que ignora a Cristo, y que nos llama constantemente a mezclarnos con ellos, en sus filosofías y rebeldías.

Por el contrario se dice claramente en las escrituras, una frase que es aplicable a los que aman a Cristo, incluso más que a las ordenanzas, Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos, (Hebreos 2:11). Algunos hay, que pueden creer que la vida en Cristo, es una especie de vida al estilo cátaro, o de los que en sus vidas no permiten cosas que, a ellos les parece que son malas, a causa de una interpretación de su propio caletre.

Con la mejor intención (eso sí), el problema es que se permiten juzgar a los hermanos, cuando Pablo dice taxativamente: ¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme. (Romanos 14:4).  Es el Señor el que nos mantiene vivos espiritualmente, y no nuestra propia justicia. No vivamos engañados.

Esos hermanos, entendamos, no son perfectos (tampoco nosotros). Esos hermanos sufren, lloran, ríen, se equivocan, y posiblemente no sean del agrado de algunos que nos consideramos mejores, porque no encajan en nuestras tan auto elaboradas ordenanzas.

Ignoran, padecen por sus pecados, se arrepienten y caen de nuevo, y su vida es una continua lucha para lograr la perfección, que a veces parece que quiere huir de ellos. Pero Cristo no duda en llamarles hermanos, por que en todo y sobre todo, Cristo es el centro de sus vidas por la Gracia de Dios.

A estas situaciones se refería Jesús cuando dijo: Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento. (Mateo 9:13). Hay mucho sufrimiento, muchas situaciones delicadas, y hay mucha humana debilidad.

Una vez explicado esto, hay que saber que podemos de alguna manera (y de hecho lo hacemos todos), pecar muchas o pocas veces, pero hay algo que, siendo hermanos del Cristo bendito, no podemos hacer. Recular, transigir, renunciar a la lucha cuando las cosas trascurren mal, por nuestra pecaminosidad, nuestra flaqueza, (queremos salir adelante con nuestras flacas fuerzas y claro está, fracasamos.)

¿Nos volveremos del camino por que estemos caídos y embarrados? Decididamente no. Hay que levantarse y como recomienda el apóstol Pablo: Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos.  (1ª Timoteo 6:12).

 ¡Es que ha sido tan clamorosa la caída! Podemos decir tan avergonzados y temblorosos, que ni siquiera nos atrevemos a orar. Hemos sido muy perversos. No merecemos que Dios nos escuche. Ni siquiera nos atrevemos a levantar la cabeza. ¿Con qué rostro nos dirigiremos al Padre?

Estamos sucios, avergonzados, hasta irritados, pero si hay arrepentimiento y confianza en Dios, ya está provista la solución. Confesaremos nuestra maldad, con congoja de corazón y dispuestos a que Egipto no nos absorba, no prevalezca con sus “melones y sus cebollas”, y oremos ante Dios en ese nuestro secreto rinconcito del alma, que tenemos para Él. Recordemos al publicano orando en el templo junto al fariseo. Es muy bueno recordarlo.

Cristiano ¿hay arrepentimiento? ¿Hay confianza en el amor de Dios? Pues echémonos, indignos y malolientes, tal como somos, tal como estamos, en brazos de Cristo Jesús, que Él nos va a aceptar y nos limpiará de nuestra indigna conducta. No volvamos nuestros ojos con desesperanza a Egipto, que se alegra de nuestra indignidad que es la suya. Volvamos tozudos, insistentes, inoportunos, ciegamente, como sea, a mirar a Cristo y a confiar en Dios.

Hay que perseverar en la oración, aunque no nos creamos dignos. Es que nunca somos, y nunca lo seremos. Ante Dios podremos ser “tenidos” por dignos, pero por su inmensa grandeza y munificencia. Llorar lo que tengamos que llorar, pero confiar en que Cristo, nuestro abogado, está en control y sabe lo que somos. Judas podría haber pensado esto, antes de ahorcarse.

No es por pecadillos de poca monta por lo que Cristo vino a padecer, sino por que nadie es merecedor de la gloria de Dios, por muy recto que se crea. ¿Es esto una invitación a caer continuamente en pecado, y ya no pasa nada como  algunos parece que creen? De ninguna manera. Este escrito solo lo leerán, los que de veras se interesen por estas cosas, y por tanto los tengo que considerar cristianos maduros y con discernimiento.

El camino es arduo, pero con Cristo se puede hacer, por muy duro que nos parezca. El poder de Dios no puede ser menospreciado. Algo muy malo y grave hay en la humanidad, y mucho amor por parte de Dios, cuando envió a su hijo a padecer por nosotros. Una tragedia enorme existe en la humanidad, y una tragedia mayor que la neutralizara, tuvo que ser realizada por el padre.

Así que no volvamos atrás, en nuestra comunicación con nuestro Padre y con su Cristo, por que seamos y nos sintamos malos muchas veces. Él ya lo sabe. En las peores dificultades, y aunque nos sintamos sucios e indignos, reforcemos nuestra fe, por que como dice la Escritura claramente: …nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma. (Hebreos 19:39).

Es pues, lo más importante, perseverar en la lucha que nos traerá muchas dificultades, muchas tentaciones, muchas oposiciones y muchas críticas. Los que por la misericordia de Dios, pueden permanecer en acciones muy justas, que agradan sin duda a Dios, tienden a juzgar a los que trabajosamente navegan por mares procelosos, y luchan contra tempestades, que tal vez esos justos no serían capaces de superar en la misma situación.

Sin ceder en nuestras convicciones, hagamos bueno el dicho escriturario: Así que, los que somos fuertes, debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos  (Romanos 15:1). No volvamos de nuevo al maligno Egipto, que a veces es, ni más ni menos, que el juicio prematuro o indocumentado del criado ajeno.

San Pablo no duda en decir en una fuerte amonestación la siguiente frase: Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay entre vosotros contiendas. (1ª Corintios 1:7)  (¿Cómo, contiendas? ¿Cómo, hermanos míos? Este Pablo está equivocado por que viendo la carta que les escribe, los corintios no eran precisamente un dechado de perfección. Pablo sin embargo les llama “hermanos míos”.

Por que lo que los hacía hermanos, no era su perfección. El mismo Pablo, reconoce que aun él no está seguro y deja a Dios que lo juzgue. Yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aun yo me juzgo a mí mismo. Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor.

Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios. (1ª Corintios 4:4,5).

¿En que nos aproximaremos nosotros a Cristo, si no es por su misericordia y su amor? Sin dejar de luchar por parecerse e imitar a Cristo y a Pablo, tengamos presentes estas cosas, para que no caigamos en el dicho de Pablo. Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga. (1ª Corintios 10:12).

Así pues la lucha está delante de nosotros, como también la vida eterna. Vale la pena que reflexionemos en estas cosas, que solo son para cristianos maduros, con reflexión y discernimiento. No confundir las cosas y darle a cada tema, su exacta ubicación en nuestra mente y en nuestro corazón. Por lo demás, de juzgar ya se encarga Alguien, que conoce todo lo que hay en el corazón del hombre.