Avivamiento

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Haced todo sin murmuraciones y contiendas,

    Para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo;

    Asidos de la palabra de vida, para que en el día de Cristo yo pueda gloriarme de que no he corrido en vano, ni en vano he trabajado.

(Filipenses 2:15).

     Para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios.

    Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles, andando en lascivias, concupiscencias, borracheras, orgías, disipación y abominables idolatrías.

    A éstos les parece cosa extraña que vosotros no corráis con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y os ultrajan;

     Pero ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos.

(1ª Pedro 4:1 y ss.).

 

Es doloroso que los cristianos tengamos que reconocer, que los ateos y demás comparsas nos han ganado por la mano en lo tocante a la cultura y a las costumbres. Sin reconocer las raíces cristianas de una cultura, en lo que de bueno tiene, las gentes hablan como si la cultura anticristiana y hasta pagana, sea el espejo donde todos se deban mirar, sin reconocer que lo que ven en él es lo que su interior les dice que es torpe y pernicioso.

Es fácil montar toda una ideología, sobre unas bases humanas y culturales que tantos siglos costó al cristianismo implantar. Este es mirado como cavernícola, y  por contraste, la cuasi-anarquía es considerada como el mejor sistema social que se pueda imaginar.

La cultura que subsistió pujante entre la barbarie de la Edad Media por medio de los monasterios, abadías, etc. Y que hemos heredado gratuitamente en la era moderna, es menospreciada. Tanto en la literatura, la música, o en cualquier otra expresión cultural y artística, ya se contempla todo desde el prisma del modernismo.

El cristianismo así, ha perdido la iniciativa, so pretexto de adaptarse a la sociedad predominantemente pagana. Autorizadas voces han dado la alarma desde mucho tiempo antes, pero sus llamadas no han sido oídas y la molicie nos ha invadido.

No es pesimismo, ya que la situación no es irreversible. Lo demuestran los avivamientos y el cúmulo de personas que dejando todo, dan con sus vidas el testimonio de que existe algo mucho mejor que la moda del momento, y que el cristianismo es algo robusto, noble, bueno, justo, e imperecedero. El cristianismo auténtico.

Muchas son las tentaciones que nos acosan para que nos adaptemos a la corriente social, pero solo hay una forma de contrarrestar esa corriente. Un avivamiento. Un avivamiento que nos saque de nuestra cobardía, de nuestra molicie, y que nos movilice para el bien y para la demostración de un espíritu solidario.

 Avivamiento que haga emerger de nuevo los valores cristianos, que tanto hicieron y hacen para mantener una situación de civilización y cerrar los portillos de la incredulidad y la hostilidad entre las personas, pueblos y naciones. Es así como podremos ofrecer a Dios, un cauce por donde Él puede hacer fluir su Gracia y su poder.

Hemos perdido la iniciativa, y la vanguardia que tantos siglos alimentó los principios de hermandad y amor mutuo, y que tanto influyó sobre las sociedades. Hoy en la Universidad se mofan del cristiano, y la superficialidad y la mediocridad se enseñorean del magma cultural reinante. La escuela es a veces una universidad de los malos modos, la agresividad, y la justificación de lo injustificable.

No bastan protestas y llamadas a la cordura y a la sensatez. Es preciso que todos y cada uno de los cristianos, nos embarquemos en la tarea de mostrar al mundo un carácter sólido en la fe, y ejemplar en la práctica. Pertenecemos a Dios y él nos lo va a demandar. Si no hay quien se oponga al torrente que se avecina, sucumbiremos en nuestra propia mediocridad y debilidad.

Solo Dios que en Cristo nos conforta y anima es el que, con su poder a través de nosotros, puede enderezar el rumbo que va adquiriendo la sociedad occidental. Se equivocan los que creen que sin la sal de la tierra pueden mantener la sociedad podrida, que cada día nos muestra a quién sirve y a quién obedece.

Ha llegado la hora de la catarsis cristiana, de la conversión a nuestro Dios, por Cristo, y hacer un espejo donde vean las gentes desarboladas, una alternativa visible que enraíce en los corazones de las personas. No es cuestión de política, ni de resistencias numantinas. Es dejar que el poder de Dios obre por los cauces que él quiere, para que la Iglesia cristiana sea columna y baluarte de la verdad. (Timoteo 3:15).

Solo con la conversión, (el nuevo nacimiento), y la militancia personal en la doctrina de Jesús, puede el mundo convertirse ante las innumerables ventajas que supone tener en cuenta a Cristo como garante de la paz y la justicia.

No se tenga que decir de nosotros como decía el apóstol Pablo: ¿Qué, pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos? En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a no judíos, que todos están bajo pecado. (Romanos 3:,9). Todos, según el apóstol, necesitamos perentoriamente de una genuina y completa conversión que pueda realizar en nosotros y en los demás, el milagro del reino de Dios.

Buscar por otros caminos puede tal vez paliar la situación, pero no hará mas que alargar una agonía que ya se percibe. Las sectas van tomando su lugar en la sociedad, con sus truculencias y fantasías,  y un neopaganismo se empieza a señorear de la sociedad. Ser o no ser; esa es la cuestión. (Shakespeare).

Los cristianos no deben ser tibios porque como se dice en otro lugar: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. !!Ojalá fueses frío o caliente!  Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. (Apocalipsis 3:16). Es una advertencia contra la dejadez y la tibieza.

No es admisible que digamos que es normal la casi indiferencia de muchos cristianos para hacer, en los cultos como en la calle y en su casa, lo que agrada a Dios y que es lo único que llega a las gentes inconversas. ¿No puedes irte a realizar misión? Está bien. Haz misión en tu alrededor, pero no con solo palabras, sino con una conducta y un amor tan peculiar que todos puedan decir el antiguo dicho atribuido a Tertuliano: mirad como se aman.

Dios no necesita solo apologistas, que buena falta hacen, sino seguidores de Cristo en todo. Quiere testigos de su resurrección, y no solo predicadores. Es una cuestión de seguir fielmente a Jesucristo, a toda costa.

No es sabio hacer oídos sordos a la palabra de Dios, y ser merecedor de una amonestación como la que se profetizó al pueblo de Israel por su dejadez y abulia en las cosas de Dios, precipitando su decadencia y destrucción: ¿A quién hablaré y amonestaré, para que oigan? He aquí que sus oídos son incircuncisos, y no pueden escuchar; he aquí que la palabra de Dios les es cosa vergonzosa, no la aman. (Jeremías 6:10).

No así, lector, sino seamos nosotros testigos vivos del Evangelio, y activos promotores de una cultura del amor a Dios y a la verdad de Cristo. Ese es el único antídoto contra este veneno de la dispersión, y del desorden galopante que padecemos.