Pobreza y jactancia

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Y alabó el amo al mayordomo malo por haber hecho sagazmente;

 Porque los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz.

     Y yo os digo: Ganad amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando éstas falten, os reciban en las moradas eternas.

(Lucas 16:8).

Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez.

     Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquél, lleno de llagas,

     y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas.

     Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado.

     Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno.

     Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama.

     Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado.

   (Lucas 16:19 y ss.).

 

No tenemos derecho a juzgar a los pobres. Ciertamente la pobreza es en un altísimo porcentaje producto de la ignorancia, la disipación y los malos hábitos amén de algunas más cosas que se pueden añadir. Lo que no es nuestra culpa por lo menos aparentemente.

La pobreza no es miseria. Confundir los términos es falaz y errado. Hay quien es pobre porque pobre nació, pobre se crió, y solo posee pobreza física, moral y cívica. En esas condiciones cabe decir que cualquiera de nosotros que nos hubiésemos visto en tan triste situación llevaríamos la misma tara.

Porque la pobreza muchas veces no proviene de las condiciones del medio, en donde unos se las ingenian para prosperar y otros se quedan en la cuneta. Algunos no pueden superar las presiones, y revientan como una caldera sobrecalentada. Hay ricos en dinero y bienes que se han suicidado por no poder soportar una pobreza en amor, en atención sincera y en otras muchas más deficiencias personales. Otros en cambio han luchado (eran ricos en espíritu y ánimo) y superaron los escollos de la vida.

Ponernos a graduar y establecer patrones en tan peliaguda cuestión es temeridad y jactancia. Cuando van bien las cosas todos somos listos, como los inversores cuando la bolsa sube con grandes ganancias. Entonces, como dice Galbraith el famoso economista, todos nos sentimos poderosos y muy inteligentes. La euforia se apodera de nosotros y casi somos capaces de decir ¿quién como yo?

Cuando llegan las horas bajas es cuando se nos hace evidente que no somos tan inteligentes, pero sí lo suficiente como para culpar a la sociedad, a los demás, y hasta a la falta de providencia por parte de Dios. ¿Dónde está vuestra jactancia? Dice entonces nuestra conciencia.

En el terreno espiritual se da el mismo caso que hemos pretendido ilustrar anteriormente. Cuando las cosas nos marchan bien no hacemos intolerantes, y hasta agresivos con los que no pueden ir a nuestro paso ni poseen el mismo espíritu. Pero la Santa Escritura dice claramente: No es buena vuestra jactancia. ¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa?  (1 Corintios 5:6).

Siempre se ha sabido desde los primeros tiempos del cristianismo que la pretendida perfección es causa de soberbia, por que no se hacen obras buenas sino por el Espíritu, y si son de este ¿de que nos gloriamos nosotros? Porque la Escritura es taxativa como es habitual en su santa palabra: Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él.

Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.

¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe. Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. (Romanos 3:21 y ss.).

Así pues es grave arrogancia afirmar que las obras producen salvación porque no es así. Es cierto e innegable que las obras acompañan a la fe, y que si hay fe genuina se producen los frutos del espíritu que son amor, gozo espiritual, paz, paciencia, benignidad, bondad, mansedumbre y toda clase de benéficas acciones que dan al vida un horizonte permanentemente gozoso y esperanzado.

También es cierto que los que de natural o por alguna misteriosa obra del Espíritu Santo de Dios hacen el bien y lo procuran para los demás buscando ardorosamente la verdad, tienen mayor facilidad para aceptar a Cristo y seguir viviendo su virtuosa vida, ya en nombre de quien hace sus obras espirituales y con reflejo en lo alto. San Pablo dice así a los efesios para que quede bien claro lo que es la Gracia y la misericordia de Dios: Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados,…

Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos),… y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas. (Efesios 2:8 y ss.).

Así que seamos humildes, agradezcamos el don de Dios, y procúrelo el que no lo disfrute. Solo hay salvación en Cristo. Todo lo demás es superfluo, cuando no dañoso.

La Iglesia de Dios ha de proclamar estas verdades, y todos los que profesan la auténtica fe en Jesús y en su sangre derramada, así como en su resurrección deben tomar buena nota, porque como dijo Abrahán al rico Epulón: Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá.  (Lucas 16:26).

Haga el Señor que comprendamos sus palabras y no estemos expuestos al albur de doctrinas extrañas, que han sido desde el principio descalificadas por los santos hombres de Dios y el testimonio de los mártires. Tratemos de comprender al débil, y hagamos misericordia con él en vez de crítica acerba y petulante.