Amar al hermano

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Y nosotros tenemos este mandamiento de él:

El que ama a Dios, ame también a su hermano.

(1 Juan 4:21)

Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida,

En que amamos a los hermanos.

El que no ama a su hermano, permanece en muerte. (1 Juan 3:14)

El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. (1 Juan 2:10)

 

Somos buenos cristianos, buenos padres, buenos ciudadanos, y nos ufanamos de poseer una moral recta y muy distante de los que viven sus vidas ajenos a la cultura y al civismo. Ellos naturalmente irán a la condenación y nosotros, como no podía ser menos, tenemos el premio eterno. Hasta nos creemos que la prosperidad acompaña a toda persona que es moral y cristiana.

No es mala tesis y en parte tienen razón. Una persona que se conduce moralmente, según la guía de Dios, disfruta generalmente de una prosperidad dada por el prudente manejo de sus capacidades, y de sus prudentes medidas para conservar lo que pueda lograr.

Pero los que por una u otra causa no son afortunados, por carácter, situaciones sobrevenidas, o ubicación en la vida, también tienen su chance de parte de Dios. Él ha provisto a los más desposeídos, de un instrumento inigualable para conservarle la vida. Los hermanos.

Una Iglesia que no pone sus ojos en los pequeños hermanos que, débiles y aplastados por la desgracia, no pueden remontar la cuesta de la vida, no es una Iglesia de Dios. Es una iglesia hipócrita que sabe hacer ritos y apariencias pero que deja a sus pobres en la estacada. Después se atreven a juzgar las debilidades de estos.

En la Escritura se dice claramente: Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? (1 Juan 4:20).

No es pues verdad que se pueden esperar las bendiciones de Dios, si no somos capaces de suplir las necesidades de los hermanos, tanto físicas como psíquicas y espirituales. Estamos así haciendo un flaco favor a la voluntad de Dios y a nuestra propia salvación.

A veces decimos (tal vez con razón) que aquel hermano podría haber hecho algo más por su persona. Es cierto, pero si nos metemos en el corazón (y debemos hacerlo) de aquel hermano a quien tanto despreciamos, veremos, si juzgamos sabiamente según Dios, que nosotros no lo hubiéramos hecho mejor en sus mismas circunstancias.

Es muy fácil juzgar cuando estamos en la cresta de la ola, nos va bien y nuestra mente está exenta de estímulos negativos, y nos funciona a las mil maravillas. Cristo nunca juzgó a nadie ni aun cuando le llevaron a la mujer adúltera. ¿Habría alguien más inocente, libre de pecado, que pudiera juzgar agriamente con la autoridad de su pureza? Cuando se la presentaron no alzó siquiera la vista, para no avergonzarla ¡Oh maravilla de la compasión de Jesús!

Cuando todos se fueron la miró solamente para decirle que él no la condenaba y que se fuera en paz. Solo le dijo con voz que traslucía su amor y su compasión: vete y no peques más. (Juan 8:11). Era por su propio interés y su propia libertad futura. Jesús no entró en reproches ni en discursos; solo perdonó, por que en su noble corazón no cabía, sino el amor y la comprensión de las debilidades de todos los humanos.

Así que hermanos míos: De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga? (Santiago 3:10 y ss.) No se puede estar diciendo o pensando mal por un lado sobre la desgracia del hermano, y por otra vertiente expresando ternezas falsas y sin el espíritu perdonador y comprensivo, que debe presidir todas nuestras apreciaciones de la desgracia ajena.

No hagamos nada (por nuestro bien) para merecer lo que dijo Jesús a las mujeres, que clamaban cuando le llevaban a la cruz. Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se hará? (Lucas 23:28:y ss.).

Así que pongamos por obra las palabras del apóstol Pablo cuando dijo: porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo. (1 Timoteo 5:8) Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe. (Gálatas 6:10)

Bien, todo lo dicho y lo que dice la Escritura con tanta elegancia y acierto, nos lleva a renunciar a los juicios temerarios que usurpan el oficio de juzgar, que es de Dios. Hagamos el bien, sin esperar más recompensa que la de saber que Dios está por encima de todo, y que estamos ante él con lo bueno y lo malo que hayamos hecho. Como decía David cuando pecó con Betsabé: Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos; Para que seas reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio. (Salmo 51:4)

Todo está abierto ante Dios, que todo lo ve y todo lo penetra, aun lo más recóndito del corazón humano. Así que seamos conscientes, y aunque sea por la compasión existente en cada ser humano cualquiera que sea su creencia, hagamos bien a nuestros hermanos y más si son hermanos terrenos, porque la angustia y el hambre de pan y amor, solo se elimina con la aportación de nuestra comprensión y nuestro sometimiento a la voluntad de Dios

Acabo con un texto primorosamente engarzado que dice más que todos los tratados que escribamos los hombres y mujeres, porque tales textos están basados en las certidumbres que da la inspiración del Espíritu de Dios. No nos hagamos vanagloriosos equivocándonos, porque la hora de la verdad llega para todos, queramos o no.  

Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace. Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana.

La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo. (Santiago 1:25 y ss).

Y a los que dicen tener mucha fe, alaban y piden al Señor todas las cosas en su necesidad personal, les entrego otro texto que se explica mejor que si se reuniesen los mayores narradores y filósofos de todos los tiempos:

Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?

Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. (Santiago 2:14 y ss.).

Dios nos bendiga a todos.