Orden

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas

me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo, (Lucas1:1)

Entonces comenzó Pedro a contarles por orden lo sucedido, diciendo:

(Hechos 11:4)

Y después de estar allí algún tiempo, salió, recorriendo por orden la región de Galacia y de Frigia, confirmando a todos los discípulos. Hechos 18:23

Si alguno tuviere hambre, coma en su casa, para que no os reunáis para juicio. Las demás cosas las pondré en orden cuando yo fuere.

(1ª Corintios 11:34)

pero hágase todo decentemente y con orden.

(1ª Corintios 14:40)

Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. (1ª Corintios 15:23)

Porque aunque estoy ausente en cuerpo,

no obstante en espíritu estoy con vosotros,

gozándome y mirando vuestro buen orden

y la firmeza de vuestra fe en Cristo.

(Colosenses 2:5)

 

Dios es un Dios de orden: Todo está meticulosamente ordenado por Él que, como creador, ha establecido el orden de los tiempos y el devenir de todo el Cosmos en el que se incluye la humanidad.

En la vida de la Iglesia cristiana que sigue escrupulosamente los consejos evangélicos, y que adora a Cristo, no cabe el desorden ni siquiera en sus más mínimas expresiones, sean de rito o de adoración personal. Dios, a lo largo de milenios, ha establecido el modo de hacer, para que todo se realice según su voluntad en beneficio directo de cada persona que guarda sus mandamientos.

Jesús mismo dijo: Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren. (Juan 4:24) No se concibe que los que adoran (que es reconocer nuestra poquedad ante Él) y reconociendo su grandeza y omnipotencia, lo hagan de forma irregular, descuidada y basándose en la especie de que, sin eso, la adoración y culto racional es “aburrido”.

El que busca a Dios en la concentración de su mente y espíritu, en la buena armonía y en la mansedumbre, no necesita de “estímulos que le lleven a una mejor comprensión de los misterios divinos, ni de las formas en las que cabe una recta adoración y un adecuado culto según la voluntad de Dios.

Bertrand Russell, un hombre que trabajó en distintas ramas de la ciencia y la filosofía no pudo alcanzar su extensa obra, sino como él mismo decía: «Sólo una preocupación constante ha habido en la evolución de mi pensamiento: desde al principio hasta el fin, siempre estuve ansioso por descubrir cuánto puede decirse que conocemos, y con qué grado de certeza o de duda». He aquí a un ateo o agnóstico, que se impone una rigurosa disciplina para llegar al conocimiento de la verdad, cosa que al final no consigue.

Nosotros no tenemos que hacer esfuerzo semejante al que él ejerció tan estérilmente; sin embargo nos llama la atención que los cristianos a veces dejen de ejercitarse en esa disciplina del ateo Russell. Él anduvo siempre en tinieblas y, tal como Marcuse después de sus elucubraciones racionalistas, se encontró en el callejón sin salida que son las limitaciones de la mente y la razón. Pero queremos a nuestro propósito resaltar que se concentró totalmente en su tarea.

Nosotros tenemos la revelación indiscutible. No necesitamos nada más. Y como se dice en un lugar de la Escritura: Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo.

     Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad. (Colosenses 2:10 y ss.)

Estamos completos en Cristo. El fallo reside, no en la verdad, sino en la poca concentración que nosotros ponemos para ejercerla, tal y como nos ha sido confiada. Este es el mayor error de tantos, aun concediéndoles la mayor buena fe.

La falta de atención voluntaria nos deja a la intemperie emocional, Todo estímulo exterior conspira contra la facultad de dirigir y mantener voluntariamente el pensamiento en lo que realmente nos interesa, que son las cosas espirituales. En el instante en que cualquiera se deja llevar a causa de una solicitación cualquiera, está fuera de carril. En el momento en que baja la guardia ya no puede (aunque remotamente lo perciba) representarse en su mente y en su espíritu, las consecuencias de ese abandono, de esa abulia ante su fe.

Es pues precisa una atención voluntaria y decidida sobre las cosas de Dios de las cuales estamos, más aun que persuadidos, convencidos y decididos a llevarlas a cabo. La auto vigilancia no es como afirman los venales y los bigardos (que vagan por el pensamiento sin siquiera rozar la verdad) una autoflagelación, sino por el contrario, la constatación evidente de que dominamos las situaciones y nuestra propia naturaleza. Es, permanecer constante y plenamente conscientes de nuestra vida interior.

Cuando esta atención continuada se desarrolla, se adquiere un discernimiento y un control deliberado de nuestro pensamiento, que se convierte en algo asumido, de tal manera, que ya forma parte normal y sobrenatural de la vida interior proyectada al exterior. Es lo que llamamos vocación inteligente y contrastada.

Es de la mayor importancia que en el curso de cada jornada, las ocupaciones y los ocios sean ordenados de tal manera que el espíritu esté solicitado por una sola cosa a la vez. Cuando esas cosas son espirituales tienen su importancia y entidad vital. Y la atención y concentración son indispensables para acrecentar el dominio sobre uno mismo, cuando se dirigen a los objetivos de la integridad, la fidelidad, y la virtud.

Podremos reaccionar rápidamente, si permanecemos vigilantes como Jesús en el desierto cuando fue tentado por el diablo. Tuvo la respuesta oportuna y rápida, en cada ocasión en que fue llevado a la tentación. La oración y la concentración le fueron muy útiles para contestar al “viejo zorro” que nos acecha día a día.

Así que, el orden y la atención, son primordiales y se han de  obtener por el que, convicto de pecado y amnistiado por la gracia, quiere cobrar estatura superior y no ser un cristiano debilitado por el desorden de su vida, y por las continuas solicitaciones que recibe de un mundo, opuesto decidida y expresamente a Cristo.

Toda ocupación desprovista de interés para nuestros propósitos espirituales, deberá servirnos para ejercitar y desarrollar la mayor concentración, que se dará sola si somos constantes en la tarea. Dijo Jesús: Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil. (Marcos 14:38)

La carne es débil ante el pecado, pero es muy fuerte ante la virtud, resiste al Espíritu, y puede arrastrar al que, no asiéndose al Señor y no manteniendo despierta su atención, es potencialmente víctima de la tentación y por ende, del pecado.