Sobre la resurrección

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Entonces respondiendo Jesús, les dijo:

Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios.

Porque en la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento, sino serán como los ángeles de Dios en el cielo.

     Pero respecto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo:

     Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob?) Dios no es Dios de muertos, sino de de vivos

(Mateo 22:29 y ss)

Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos;

    y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos.

Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios.

(Lucas 14:13 y ss)

Porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.

(Lucas 20:36)

Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.

(Juan 11:25)

Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos.

(Hechos 4:33)

que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad,

 por la resurrección de entre los muertos,

(Romanos 1:4)

 

 

Es verdaderamente una tentación escribir un largo trabajo sobre este misterio de la resurrección, y empezando por la de Jesús es un espléndido tema para debate. Es futilidad que se querellen los hombres por tantas asuntos controvertibles respecto a la fe cristiana, sin que antes no se haya llegado a un acuerdo sobre el misterio de la resurrección, tanto de Jesús como de los demás humanos.

 

 

La Resurrección es el tema clave para el entendimiento completo del evangelio de Jesucristo, como muy bien dice el apóstol Pablo en su impresionante carta a los fieles de Corinto. Estos estaban siendo llevados a la duda y a una doctrina fatua poniendo en duda, cuando no negando, la resurrección

 

Pablo les decía abrupta y claramente: Pero si se predica de Cristo que resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos? Porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. (1 Corintios 15:12-14) Realmente es un aserto indiscutible. Y Pablo lo decía con la seguridad que le daba el haber visto al Señor resucitado.

 

Como este trabajo va dirigido a creyentes no hay por qué hacer  apología, sino declarar que la fe en la resurrección es la clave de todo el cristianismo. Como maestro, Jesús fue insuperable, como hombre, incomparable, como amante de Dios Padre, único e insuperable, y como resucitado, primicias, de los “que duermen” como afirma el mismo apóstol.

 

Si no se cree en la resurrección de Jesús… somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que Él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron.

 

Si solamente para esta vida esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres. Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; Ha sido hecho primicias de los que durmieron. 1ª Corintios 15:15 y ss.)

 

Se predica todos los días, y es muy cierto y conveniente, que Jesús murió por nuestros pecados, aunque es igualmente conveniente hacer también el acercamiento positivo y real a la resurrección. Muchos hombres han muerto y sufrido por ser fieles a sus convicciones aunque ellos no han resucitado. Han sido solo maestros más o menos distinguidos. Solo Cristo Jesús ha resucitado, como cumplimiento de su promesa a los suyos.

 

Así como la muerte de Cristo es nuestra muerte al mundo y a la inmundicia, la resurrección de Cristo es nuestra resurrección a la vida eterna que nos fue concedida y entregada en nuestra conversión y rendimiento ante su persona y su potencia: Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia.

 

Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. (1ª Corintios 15:22 y ss.)

 

Se dice en otro lugar de la Escritura: así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial. Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción.

 

He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final señal; porque se efectuará la señal, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados.

 

Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, ¡oh muerte! tu aguijón? ¿Dónde, ¡oh sepulcro! tu victoria? (1ª Corintios 15:49)

 

El Apóstol Pablo como buen conocedor de Cristo y primer esperanzado en la victoria sobre la muerte, dice en otra ocasión: Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo…, y añade como colofón: a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte (Filipenses 3)

 

Como todo el que escribe con unción sobre estos misterios cristianos, no puedo por más que admirar la escueta y exacta descripción que hace la Santa Escritura de lo que la fe en Jesucristo significa, con su resurrección, en la vida de Pablo apóstol, y consecuentemente en la de cualquier otro fiel cristiano.

Ahora mi pregunta es para todos, incluyendo al que esto escribe. ¿Crees en la resurrección de Cristo y en la tuya propia? ¿Crees en la vida eterna? ¿Crees que verdaderamente seremos transformados en el cuerpo espiritual en el que esperamos? Si pues crees en ello ¿cómo te permites vivir así, descuidadamente, sin tener presente a Dios nada más que para pedirle vulgaridades? Si crees en la resurrección, amigo mío, has de saber que tu vida no es la que corresponde a un creyente fiel o atento.

 

Como en otras ocasiones hemos comprobado, fiamos más de las organizaciones y del esfuerzo humano, que de la potencia de la resurrección de Jesucristo. Solo el convencido de este maravilloso misterio vive la vida consecuentemente con él, y solo esa actitud permite preservar a la Iglesia de Dios de la tibieza y de la autodestrucción. No es solamente que la Iglesia no se vaya al mundo es que no introduzca al mundo en ella.

 

No se trata de adoptar una vida de eremita o de ascetismo a lo cátaro ni mucho menos. Eso es cosa de cada cual. Dios nos ha dado sus promesas y sus dones en la existencia, porque todo lo que Dios creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias (1 Timoteo 4:4) Se trata de implantar en nuestro corazón y mente la convicción de que somos destinados a una vida eterna en dichosa compañía de Cristo, y que nuestra manera de conducirnos sea la propia de un seguidor del resucitado en la esperanza de la Resurrección.

 

La fe y la esperanza, en el conocimiento de que es imposible que Dios mienta, (Hebreos 6:18) es la única solución para que el Evangelio prevalezca, aun en las mayores dificultades y oposición, por que nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.