El cumplidor

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Pues no hay pan ni agua, y nuestra alma tiene fastidio de

este pan tan liviano.

(Números 21:5)

Habéis además dicho: !!Oh, qué fastidio es esto!

y me despreciáis, dice Yahvé de los ejércitos;

 y trajisteis lo hurtado, o cojo, o enfermo, y presentasteis ofrenda.

¿Aceptaré yo eso de vuestra mano? dice Yahvé.
(Malaquías 1:12-14)

todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse;

    porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.

(Santiago 1:19 y ss.)

 

Es un gozo ver una iglesia llena, en una celebración de cualquier clase. Es alentador, pero es muchas más cosas no tan gratas. Y es que hay muchos que asisten a una iglesia, escuchan la palabra del sermón, este les llega al alma, y entusiasmados por el emotivo discurso y el transcurso del acto se proponen que en adelante van a estar más atentos a las cosas de Dios.  Otros se aburren si la celebración es demasiado larga para ellos, y se aburren proponiéndose cuando salen, buscar por las inmediaciones de donde viven una iglesia donde no tarden tanto y no sea tan pesado el sermón.

Se cuenta que a un hombre muy lacónico le preguntaron a la salida de una iglesia, y después de haber oído el sermón. ¿Como ha estado el predicador? El contestó; muy bien. ¿Y de que ha hablado? -Del pecado, contestó el lacónico cristiano-. ¿Y que ha dicho sobre eso? -insistió el interlocutor curioso.- El hombre solo respondió: ¡estaba en contra!

Es lamentable observar como los llamados “calienta bancos” se desentienden de las cosas que han vivido en la celebración, tan pronto como salen del culto. Es signo inequívoco de que no están abiertos espiritualmente, que la palabra de Dios les fastidia, y no prestan atención a lo que se dice porque no se sienten concernidos por el sermón.

Otros ni siquiera sienten que el predicador (por muy torpe que sea) está tratando de llevarnos al conocimiento de Dios, que trata de estimular nuestra percepción para que pensemos en nuestra flaqueza, y en nuestra necesidad de entendernos con Dios. No hacen (¿no hacemos?) caso de nada más que del siguiente paso a dar en las cosas del mundo.

Todos tienen sus necesidades económicas, sus problemas, hijos, amigos, negocios, etc., que en sus mentes toman proporciones colosales comparados con lo que creen que obtienen de las cosas espirituales. Son los llamados cumplidores porque asisten el domingo y fiestas señaladas a la iglesia. En los sepelios de familia y conocidos, nunca faltan de las honras a los muertos o a las celebraciones para los vivos. Cuando lo hacen, a veces casi desde fuera del recinto de la celebración, dicen. ¡Vaya, ya he cumplido con Dios!

Cuando se suscita este tema hay muchos que razonan como sigue: “más vale que estén en la iglesia, que en una discoteca o en otros sitios aun más peligrosos”. Es cierto y también lamentable. Aunque sea de la manera expuesta anteriormente, es preferible que estén en la iglesia y no en lugares de peligro evidente, donde ciertamente no se les predica la sujeción a la Palabra de Dios.

La lección a extraer de esta situación es que en estos tiempos en que la Iglesia de Dios se halla atacada y agredida, no solo valen los esfuerzos de los dirigentes, sino el compacto acercamiento a Dios por parte de los que nos llamamos cristianos. Utilizar palabras melifluas para enmascarar la situación no es, a estas alturas, ni necesario ni conveniente.

Nada de posturas agresivas y impropias de nuestra fe, pero sí una demostración individual por parte de todos y cada uno de que la fe no es algo muerto, sino que como dice Santiago, las obras la siguen de forma consecuente si verdaderamente es fe genuina.

 Por lo cual, desechando toda inmundicia y todo resto de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas. Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.

Porque si alguno es oidor de la palabra, pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era.

Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.

Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana. Por que la religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo. (Santiago 1:21 y ss.)

Un cristianismo atento a las palabras del Señor y que busca su honra y su testimonio es irresistible, como lo fue en otros tiempos aun más difíciles que estos que estamos viviendo ahora. Cristo es vencedor y nadie nos puede arrebatar la victoria, si nos izamos con nuestra fe y nuestras obras al carro de tan grande poder.

Todas las medidas que tomemos como iglesia son eficaces y buenas, mas ninguna sustituye a la genuina vida cristiana, en todos los que nos adornamos con tan hermoso nombre como es el de cristiano.

Nada sustituye a la conversión, a la entrega y a la consecuente concertación en nuestras formas de vivir y en la de reflejar personalmente nuestra vocación y llamamiento con los de afuera. Eso hace que todos vean que ser cristiano no es algo detestable y humillante, sino la más gloriosa ventura que se manifiesta en la conducta y en el amor entre los hijos de Dios, contemplando su benéfica influencia en la vida del mundo por su integridad y su amor a la verdad.

Ser honrados, fiables, y conociendo lo que para nosotros dice el apóstol Pedro: Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia.

Es cierto que esta disposición y consecuente conducta, nos llevará indefectiblemente al ridículo y a la persecución, en muchas ocasiones. Que nos harán observar las malas conductas de todo cristiano caído. Hasta nuestras mismas faltas (que las tenemos, o padecemos) nos serán reprochadas por los que no tienen temor de Dios ni lo nombran nada más que para intentar ultrajarlo. No obstante hay que ser profundamente conscientes de la misión divina que nos ha sido confiada, y estar preparados para todo lo que nuestra militancia cristiana nos pueda traer.

El apóstol Pedro añade en la misma carta mencionada anteriormente: Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos licenciosos que batallan contra el alma, manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los demás; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras.

Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, ya a los gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien. Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos; como libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios.

Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey. Los que trabajando servís, estad sujetos con todo respeto a vuestros dirigentes; no solamente a los buenos y afables, sino también a los difíciles de soportar.

Porque esto merece aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante de Dios, sufre molestias padeciendo injustamente. Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Pues para esto fuisteis llamados…

¡Que texto espiritualmente más elevado, y qué doctrina imparte desde que fue escrito hace miles de años! Es duro como todo lo que el evangelio prescribe para nuestra vida eterna, pero solo por que en contraste con la filosofía del mundo, resulta tan extraño para las mentes viciadas por el mundo.

El camino está establecido y la tarea, sin ser fácil, es posible hacerla, si es el designio que predomine en cada cristiano. Si no, devendrá ineluctablemente la decadencia, la frialdad, la mediocridad, y la consecuente derrota del ideario más hermoso y contrastado que Dios nos dejó por medio de Jesucristo, y mantenido siempre por el Espíritu Santo.

Desde la jerarquía más alta hasta el último cristiano, han de realizar bien lo que Dios ha puesto en nuestras manos. Solo así, el evangelio será siempre (a pesar de todas las pruebas) el triunfo del Crucificado, y nosotros el cauce por donde fluirá su poder y salvación, por la potencia de su resurrección, para el mundo perdido.