Oración y ayuno

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

¿Por qué, dicen, ayunamos, y no hiciste caso; humillamos nuestras almas, y no te diste por entendido? He aquí que en el día de vuestro ayuno buscáis vuestro propio gusto, y oprimís a todos vuestros trabajadores.

    He aquí que para contiendas y debates ayunáis y para herir con el puño inicuamente; no ayunéis como hoy, para que vuestra voz sea oída en lo alto.

     ¿Es tal el ayuno que yo escogí, que de día aflija el hombre su alma, que incline su cabeza como junco, y haga cama de cilicio y de ceniza?

¿Llamaréis esto ayuno, y día agradable a Yahvé?

     ¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión,

 dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo?

¿No es que partas tu pan con el hambriento,

y a los pobres errantes albergues en casa;

que cuando veas al desnudo, lo cubras,

y no te escondas de tu hermano?

     Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto; e irá tu justicia delante de ti, y detrás la gloria de Yahvé.

     Entonces invocarás, y te oirá Yahvé; clamarás, y dirá él: Heme aquí.

Si quitares de en medio de ti el yugo, el dedo amenazador, y el hablar altanero; y si dieres tu pan al hambriento, y saciares al alma afligida,

en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía.

Isaías 58.

 

Limosna, oración, ayuno. Hermosas virtudes en el hombre que practica estas cosas. Pero siento algo así como una inutilidad cuando leo los majestuosos textos de la Santa Escritura, como el que encabeza este pobre trabajo. Una realidad de inferioridad se apodera del que escribe, cuando contrasta sus explicaciones con el texto bíblico. ¡Que hermosura la exposición del profeta y que concluyentemente da a conocer la voluntad de Dios sobre estas cosas!

Oramos y siempre deberíamos preguntarnos: ¿que es lo que pedimos, para qué lo pedimos, por qué lo pedimos, etc.? Pedid y recibiréis dijo Jesús. Él sabe del amor de Dios y de su disposición como Padre, de conceder a sus hijos sus peticiones, mas nosotros usamos tan vigorosos instrumentos para naderías, cuando nos conviene o cuando nos parece. Olvidamos frívolamente nuestra comunicación con Dios para seguidamente pedirle, en cuanto llega la ocasión, que esté atento a nuestras peticiones.

 

Esperamos neciamente que Dios omnipotente y sabio, esté a nuestra disposición cuando nos parece bien a nosotros, mientras antes y después hacemos caso omiso a su presencia y a su llamada amorosa. Volveos a mí y yo me volveré a vosotros dice el Señor. (Zacarías 1:3)  Sin embargo olvidamos sus amonestaciones y solo cuando nos vemos en apuros, sacamos a Dios como del fondo de un profundo baúl donde lo teníamos escondido en nuestro corazón, para que como si fuera mago o taumaturgo nos resuelva una trivial (también a veces seria) situación la mayoría de las ocasiones.

 

Es cierto que a Dios le agrada que acudamos a Él, y que cuando estamos en extremo apuro ¿a quien acudiremos cuando fallan todos los resortes de las facultades humanas? Bien está que acudamos a Dios y le  pidamos solución o alivio a nuestros apuros. Aunque no deberíamos (como hacemos frecuentemente) olvidar que Él quiere que no solo en los apuros, sino en todo tiempo, levantemos a Él nuestros ojos deslumbrados por el brillo del mundo, y andemos en su presencia en todos nuestros trabajos y en todas nuestras alegrías.

 

Todo eso también lo otorga él sin esfuerzo nuestro, y sin precio a pagar por nuestra parte. Salud, alegría, paz, ilusión, emoción en nuestros anhelos legítimos… todo eso lo tenemos los más de nosotros sin haber hecho mérito alguno para disfrutarlo. Es don de Dios como es la fe, la esperanza, y el amor. Nada hay que Dios no nos haya otorgado de su voluntad y de ello hemos de hacer en todo momento acción de gracias, y no cebarnos en la vanidad de creer que todo se nos debe por nuestros méritos. Dice la Escritura: Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?  (1ª Corintios 4:7)

 

Es inútil que tratemos de profundizar en estas cosas si no hay una visión espiritual, para que todo lo que hagamos sea realizado a la manera del Señor, aun los más pequeños trabajos o legítimos placeres que nos concedamos. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís. Mas el que hace injusticia, recibirá la injusticia que hiciere, porque no hay distinción de personas. (Colosenses 3:2)

 

Dios conoce claramente (como no puede ser menos) las intenciones del corazón y eso es lo que valora. El Hacedor del Universo no necesita a nadie (es omnipotente) aunque gusta del amor de sus hijos y quiere que le pidamos todo. Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan? (Lucas 11:13)

 

¿Es el Espíritu de Dios lo que pedimos para con Él realizar y satisfacer nuestras necesidades, o solo pedimos gollerías y frivolidades? A menudo es solo esto, cuando andamos en apuros por el fracaso de alguna aventura o comodidad perdida y que tanto daño nos hace, a menudo más por lo que digan los demás que por el auténtico valor de la pérdida.

 

Dice muy propiamente el apóstol Pablo: Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar. (1ª Corintios 14:20) Dejémonos ya de niñerías impropias de maduros en el Señor y corramos con seriedad nuestro camino de salvación y gozo. Colmémonos del Espíritu para que todo lo que hagamos sea de valor y no sea quemado, como por fuego, a causa de su futilidad y vanidad.

 

Hagamos que todas nuestras obras sean espirituales y una tarea alegre y emocionante, sabiendo que en presencia de Dios estamos, y de igual manera que sabe comprender mejor que nadie nuestras debilidades, también aprecia mejor que nadie nuestros esfuerzos por agradarle. No esfuerzos y obras para salvación que ya tenemos en Cristo, sino para corresponder a tan inefable amor con nuestro amor y nuestra fidelidad, a quien es todo amor y fidelidad.