Fe y verdad

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error,

     sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo,

     de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí

por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente,

según la actividad propia de cada miembro,

recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.

(Efesios 4:13 y ss.)

y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos.

    Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira. 

(2ª Tesalonicenses 2:10,11 y ss.)

 

Hay mucha confusión entre los propios cristianos sobre conceptos, que no son solamente tales, sino verdades que debemos asimilar y reflexionar profundamente para el crecimiento espiritual y para el servicio cristiano. Una de ellas es la de que la fe es un concepto etéreo y variable, (mas fe, menos fe) como si la razón pudiera en cada instante darnos constatación de una fe más o menos racional, según estado de ánimo o situación vital.

 

La fe, sin amor a la verdad, no puede existir. La fe nace de una búsqueda, muchas veces ansiosa, de la verdad en todo su componente espiritual. La verdad objetiva no existe, sino en el terreno espiritual. Aquí la verdad nace de una revelación que la recta razón no tiene por más que aceptar, por cuanto en el terreno de las vivencias del ser humano, esto es, en el terreno moral que rige la recta andadura del hombre y de la sociedad es verdaderamente benéfico sin fisuras.

 

Cuando hay amor a la verdad esta se busca sobre todas las cosas y así dice la Escritura Santa: Sabiduría ante todo; adquiere sabiduría; Y sobre todas tus posesiones adquiere discreta inteligencia. (Proverbios 4:7) Esta sabiduría es espiritual, y lo que lleva a una acción moral que es el caldo de cultivo de la auténtica civilización y la paz y la armonía social de la que carecemos a ojos vistas.

 

No hay fe sin sabiduría, y no hay sabiduría sin fe. Solo el amor a la verdad nos lleva indefectiblemente a toparnos con el Evangelio de la Verdad. Por lo tanto, solo el amor a la verdad es el camino que nos lleva indefectiblemente al que es la Verdad y es la Sabiduría. Dice la Escritura en otro lugar: Mas por él (Dios) estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención;  para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor (1 Corintios 30 y 31)

 

Una vez conociendo a Cristo o como dice el apóstol Pablo, siendo conocidos de él, es posible el derramamiento del Espíritu y la plena comunicación con la verdad. Hemos sido creados con la tendencia a la verdad. Primeramente en el estado prístino del paraíso y, posteriormente a la caída, por el deseo de saber la verdad.

 

El hecho de que por la trasgresión, el hombre y sus pensamientos tiendan de continuo al mal, no invalida la realidad de que el hombre siempre quiere saber la verdad y aunque practica la mentira, abomina de ella cuando él es la víctima afectada.

 

Unos a la verdad la buscan para saber, por curiosidad o por prurito de aparecer sabios ante los demás, otros por guardarse de errar y peligrar; algunos, porque inspirados espiritualmente, quieren con respeto y seriedad conocer la realidad de las cosas.

 

El ser humano que no puede percibir la verdad por la inteligencia (condicionada por las ideologías o vicios) trata de adquirirlo mediante los más variados medios, y solo el hombre que busca la verdad con verdadera integridad, puede dar con la Verdad suma y puede aspirar a la vida eterna. Una vida eterna sin verdad y sin justicia es el infierno. Por el contrario una existencia eterna que reposa sobre la verdad, y por tanto la paz y el gozo, es el Cielo.

 

Así pues, en la integridad del hombre que busca la verdad se revela el Dios de la verdad, y la persona viene a ser participante de esa verdad que es la naturaleza divina. Nadie es merecedor de encontrar la verdad sino aquel que la ama y la busca. De ese será la sabiduría y la paz.

 

En otro lugar dice la Escritura: No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta; Con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; Su boca está llena de maldición y de amargura. Sus pies se apresuran para derramar sangre; Quebranto y desventura hay en sus caminos; Y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos. (Romanos 3:10 y ss.)

 

Podemos decir que creemos esto, o no, y podemos hacer lo que nos plazca, aunque si queremos ser consecuentes y verídicos no tenemos otra opción válida que la de reconocer el siniestro mal que sujeta a la humanidad entera, de lo que las páginas de los sucesos nos dan solo una pálida y manipulada noticia.

 

El amor a la verdad, la integridad de nuestra moral y la fe en Jesucristo como fuente de ella, nos lleva a la felicidad eterna que comienza desde el momento en que, conocida la verdad y al sostenedor de ella, ponemos en marcha todas nuestras capacidades para agradar al Dios Creador y mantenedor del Cosmos, y hallar la vida eterna y la Verdad.