Aprendiendo a obedecer

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario,

y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso,

y ofrecieron delante de Yahvé fuego extraño,

que él nunca les mandó.

(Levítico 10:1)

¿Se complace Yahvé tanto en los holocaustos y víctimas que se ofrecen,

como en que se obedezca a sus palabras?

Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios,

y el prestar atención que la gordura de los carneros.

     Porque como pecado de adivinación es la rebelión,

y como ídolos e idolatría la obstinación.

Por cuanto tú desechaste la palabra de Yahvé,

Él también te ha desechado para que no seas rey.

(1º Samuel 15:22 y 23)

 

Todo acto que Dios manda que se haga, ha de ser hecho con estricta sujeción al mandato divino. No hay que añadir ni quitar nada de lo mandado sea por la causa que fuere. Añadir significa que Dios olvidó algo o que ha errado, y omitir es pensar que Dios ha dado demasiadas instrucciones, y que el hombre sabe mejor que Dios lo que se ha de hacer en determinada situación cambiante.

Es cierto que hay ocasiones en que el mandato de Dios nos parece inadecuado para una situación concreta que se esperaba de otra forma, y entonces creemos (nuestra razón nos parece mejor) que hay que aplicar en esa variante de la situación, métodos distintos y más adecuados (a nuestro parecer) que lo que Dios mandó.

Terrible error. Dios tiene previstas todas las situaciones, y su mandato está dispuesto para enfrentar la situación que se ha presentado y que nos parece distinta a la que existía cuando recibimos el mandamiento. Es ese momento en que varían las circunstancias, el que Dios había previsto para que se ejecutara fielmente su ordenanza, pese a que contradiga las leyes de nuestra inteligencia o razón.

 Nosotros al rectificar la orden y modificarla agraviamos a Dios, y lo tenemos por ignorante o loco. No cabe mayor afrenta a su majestad y sabiduría. Es por eso que el pecado repugna tanto a Dios. Es por ello que Dios se indigna contra los que de forma insolente y desmedida hacen lo que se les antoja, en vez de esperar la acción prometida de Dios. Y mandó Yahvé Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás. (Génesis 2:16-17)

Simple y sencillo mandamiento. Dios lo dio todo al hombre, aunque se reservó una especial parcela que conservó, pues Él nunca ha desistido de gobernar su Creación. El árbol, significaba la propiedad de Dios sobre todo aquello que había dado en posesión al hombre. Su fruto era intocable, porque rompía la obediencia inocente y feliz al don de Dios.

Igual que toda Su Palabra, este mandamiento de no tocar era para bien del hombre y no para mal, como él interpretó en su desobediencia. También ahora nos parecen pesados los mandamientos y ordenanzas del Señor para nuestro bien, aun cuando el mismo Cristo dijo taxativamente: Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos. (1ª Juan 5:3)

Nosotros muchas veces tenemos el extraño concepto de que los mandamientos de Dios son fastidiosos y nos impiden ser felices como creemos que son los demás haciendo lo que a ellos bien les parece bueno o malo.

El que sigue la sabiduría y la verdad, hace lo que Dios le indica por medio del Espíritu Santo y obtiene el premio de paz, armonía para su vida, provecho vital, y superioridad. Al dominar las pasiones y tendencias perniciosas, ejerce de hombre integral y, eso solamente, ya constituye una superioridad moral y humana sobre otra criatura cualquiera.

La obediencia agrada a Dios porque es para nuestro bien, no por que quiera ponernos en inferioridad vital ante otros hombres, que caen en los más siniestros extravíos en el seguimiento de sus tendencias malas y perversiones, de lo que Dios hizo puro y santo cuando se realiza según su voluntad para con nosotros.

Así dice el profeta: Todos los sedientos, venid a las aguas; y los que no tenéis dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad vino y leche sin dinero y sin costo alguno.

¿Por qué gastáis dinero en lo que no es pan, y vuestro salario en lo que no sacia? Escuchadme atentamente, y comed lo que es bueno, y se deleitará vuestra alma en la abundancia.

Inclinad vuestro oído y venid a mí,  escuchad y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros un pacto eterno, conforme a las fieles misericordias mostradas a David. (Isaías 55:2)

La obediencia gozosa nos lleva a la fuente de la felicidad y la alegría que es Cristo en nosotros, dándonos otra perspectiva, y librándonos de las fluctuaciones y tribulaciones que todo ser humano sin Cristo tiene que llevar a sus espaldas.

Cristo (lo digo con toda reverencia) tiene buenas espaldas, lleva nuestro dolor y dificultades con nosotros haciéndolas llevaderas, y en toda ocasión con esperanza y sabia renuncia. Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.

El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? (Romanos 8:28 y ss.)

¿Como queremos que se nos diga, que hacer la voluntad de Dios sin salirse ni a derecha ni a izquierda de su ordenanza, es vida eterna desde ahora mismo, si es que has aceptado a Cristo y te has entregado a él?

Vivan en sus dudas o sus incertidumbres los que quieran hacer su voluntad sobre la de Dios. Nosotros ya sabemos nuestra meta, y a ella vamos sin mirar de reojo lo que no es el radiante brillo de Cristo glorificado.