Como Dios diga

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Pusieron el arca de Dios sobre un carro nuevo, y la llevaron de la casa de Abinadab, que estaba en el collado; y Uza y Ahío, hijos de Abinadab, guiaban el carro nuevo.
 Cuando llegaron a la era de Nacón, Uza extendió su mano al arca de Dios, y la sostuvo; porque los bueyes recalcitraban.
 Y el furor de Jehová se encendió contra Uza, y lo hirió allí Dios por aquella temeridad, y cayó allí muerto junto al arca de Dios.

(2º Samuel 6:2 y ss.)

Ahora bien, se requiere de los administradores,

que cada uno sea hallado fiel.

(1ª Corintios 4:2)

Porque yo no he hablado por mi propia cuenta;

el Padre que me envió, él me dio mandamiento

de lo que he de decir, y de lo que he de hablar.

Y sé que su mandamiento es vida eterna.

Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho.

(Juan 12:49)

 

Nunca se insistirá suficientemente, y hay tema para desarrollar extensamente, sobre la necesidad de atenerse en todo momento a la voluntad de Dios y a las suaves y claras restricciones y mandamientos que el Espíritu Santo pone en nuestro interior, cuando este descansa en Él y espera sosegadamente la revelación.

Dios no es Dios de prisas y de arrebatos, sino de paz y de orden. Nada que suene a estridente o pasado de razón encaja con la obra del Espíritu en el hombre, ya que la eternidad le pertenece y sus obras transcurren tal y como deben transcurrir.

En cada cosa que emprendamos hemos de hacer un acrisolado examen de las razones que nos llevan a hacer semejante obra. Purgando nuestro pensamiento de deseos mundanos, de competitividad, de presunción y de mentira podemos empezar ya a decir que somos como dice el apóstol Pedro: Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. (1ª Pedro 4 10)

Cada uno de los creyentes es depositario de un don o ministerio, vocación, aptitudes, etc. Esos dones y capacidades debe administrarlos rectamente sin salirse ni un ápice de lo que Dios quiera revelarle. Ocurre muchas veces que queremos hacer las cosas mejor de lo que el Señor nos indica y es, en la mayoría de las veces, con la mejor intención queriendo añadir como tributo a su majestad algo más de lo que se nos ha mandado hacer.

¿Bien, no? Es para el Señor y queremos lo mejor de nosotros para Él ¡Pues no dice así la Escritura! Cuando el arca se liberó a sí misma de los filisteos por el poder de Dios, David hizo construir una carreta nueva y magníficos bueyes para que el arca fuera llevada a Jerusalén de la manera más digna posible según su noble parecer.

La Estabilidad el arca peligraba y podía caer porque los bueyes tropezaban y podían hacer caer el arca. Uza con celo humano y la mejor intención puso su mano para que no cayera y fue muerto al instante. Solo en esa situación, cayó David en la cuenta de que el arca tenía que ser transportada según el mandamiento de Dios y no según los adornos o criterios del hombre.

David recapacitó: Y temiendo David a Jehová aquel día, dijo: ¿Cómo ha de venir a mí el arca de Yahvé? y meditando angustiado y pidiendo ayuda, tomó de las palabras de Dios y entonces dijo David: El arca de Dios no debe ser llevada sino por los levitas; porque a ellos ha elegido Jehová para que lleven el arca de Jehová, y le sirvan perpetuamente. (1º Crónicas 15:2)

Ahora sí. Ahora se hacía el transporte del arca tal y como Dios había dispuesto para perpetuidad, y fue llevada con gran alegría. Dios bendijo grandemente cuando David dijo pleno de Espíritu y gozo en la obediencia estricta: Vosotros que sois los principales padres de las familias de los levitas, santificaos, vosotros y vuestros hermanos, y pasad el arca de Yahvé Dios de Israel al lugar que le he preparado; pues por no haberlo hecho así vosotros la primera vez, Yahvé nuestro Dios nos quebrantó, por cuanto no le buscamos según su ordenanza. Así los sacerdotes y los levitas se santificaron para traer el arca de Yahvé Dios de Israel.

No hay mayor gozo del que escribe palabras para edificación, que procurar expresar lo que quiere con palabras de la misma Escritura, más plenas de Espíritu que todo lo que pueda explicar un particular por sabio que sea.

Las palabras que hemos trascrito demuestran que, solo haciendo todo en perfecta obediencia al Padre Celestial, es como devienen bendiciones y muestras de su agrado. Es muy de tener en cuenta el celo del que quiere honrar a Dios con lo mejor que se le puede ocurrir o tenga a mano, pero es Dios quien tiene que decidir lo que quiere y no el hombre, por muy buenas intenciones de honrar a Dios que le lleven a cambiar lo ordenado por Él.

Termino con un hermoso pasaje de Juan en el que Jesús, que era todo, se hace nada para que todo sea según la voluntad de su Padre, anonadándose hasta lo más hondo de la humildad: No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre. (Juan 5:30)

Estoy seguro de que casi ninguno de nosotros hemos asimilado estas y otras palabras de Jesús. No puedo yo hacer nada por mí mismo, dice serena y suavemente, pero nosotros queremos hacer cosas por nosotros mismos contando con nuestro ingenio, nuestros medios, y con nuestra piedad que, por lo visto, a veces parece ser mayor que la del mismo Jesús.

Hay que hacer algo de ironía para que nos demos cuenta de que, si el Señor del Universo decía que no podía hacer nada sin el Padre, según sus propias palabras ¿Qué podremos hacer nosotros por nuestra cuenta, si el mismo Cristo, pleno del poder divino, no movía un dedo sin el mandamiento de su Padre Celestial?

Meditemos estas cosas, humillémonos, y sepamos hacer la voluntad de Dios que tan limpia y tersamente nos da a conocer de tantas maneras, ya sea por la palabra escrita, por el testimonio del que habla, o por la acción del Espíritu en nuestros corazones y todo nuestro ser.