¿Qué, de los pobres?

Autor: Rafael Ángel Marañón    

 

 

Naciste y te criaste en una sociedad civilizada y medianamente próspera, en la que tenías alimento vestido techo y atención medica, etc. Nada de ello fue hecho por ti, sino que ya te encontraste todo hecho. Gozas de una razonable salud,  y hasta puede que de una razonable situación de bienestar y seguridad.

 

Para ti Dios no existe, porque o no cabe en tu pequeño cerebro, o porque no siquiera te has puesto a pensar de donde te viene ese cerebro y esa inteligencia que crees tener, (tal vez la poseas) y, hasta ahora, no te han obligado los avatares de la vida a ponerlo a pensar en las causas y los orígenes de los sucesos de tu pequeño mundo.

 

Vives como los animales, con tu atención fija en el alimento y el vestido y en los miles de atractivos que crees ver en una vida vacía y que transcurre entre amores y odios, que no controlas porque no tienes referencias morales sino instintos y a lo más, costumbres que ni sabes de donde proceden, y que te permiten desenvolverte en una sociedad que anda al mismo paso que tú. ¡Y hay tanto que decir y mucho más que hacer!

 

Te quejas de las maldades de los demás, pero cuando la ocasión se presenta ese cerebrín tuyo, te proporciona la coartada para hacer aquello que tus facultades o tu posición te permiten. Nunca te faltan los motivos por los que haces esto o aquello, esté bien o mal. Esta situación de la conjunto de las personas, te permite hasta creerte generoso; de la situación de los desgraciados, ni te enteras, ni te llega.

 

¡Oh, sí! Te sublevas contra la injusticia de los que padecen hambre y abandono, pero hasta ahí llega tu piedad y, tal vez, (y digo bien, tal vez), acudes a un templo o asociación que justifique el vacío espiritual que te sacude de vez en cuando. Al final dices ¡bah! Eso son tonterías. La vida es así. ¡Esto es flato pasajero! A pesar de estas conclusiones, hay en cada ser humano una llamada a una situación distinta y mejor, aunque nadie acierta a razonarla y atinar en el camino correcto.

 

Y es cierto, es así. Pero ponte a pensar que es así, porque la mayoría de las gentes piensa como tú, es decir, se indigna con los males ajenos, pero tras un momento de furiosa compasión sigue la vida porque como se suele decir corrientemente: “la vida está muy “achuchá”; y es verdad que abrirse camino en la sociedad, y poder obtener lo que se supone que es lo que te hace igual o mejor que los demás, es tarea para muchos ímproba y azarosa.

 

Lo que llamamos buenos sentimientos, suelen ser compasión distante y no comprometida. Es bueno que aun tan defectuosamente exista desde los sabios más antiguos hasta los que desde su comodidad y sus conquistas de mando y situación se compadecen de los desfavorecidos, haciendo de esta compasión el motivo para conseguir para sí mismos, lo mejor que se puedan dar en el plano físico con sus esfuerzos, astucias, y en fin, sus paranoias.

 

Ahora quiero ponerte ante unas realidades que existen y siempre existirán, mientras el hombre en rebelión con su Creador, y del todo impotente para crear una realidad aceptable por todos, viva tal cual, sin acercarse a la Revelación o siquiera entender la bondad de sus prescripciones, para llevar una vida plena de emoción y de generosas aspiraciones.

 

¿Quieres saber lo que pasa en la humanidad? Es fácil; ponte en ayuno riguroso durante solo una semana. Entonces entenderás lo que es el hambre; vete a otra ciudad sin dinero y con lo puesto, y quédate allí pidiendo limosna; sabrás lo que sufre el que pide.

Como dice Martín Fierro:

Sangra mucho el corazón

Del que tiene que pedir.

 

Cuando te resfríes, o te duela la cabeza o algo parecido, no tomes medicinas ni vayas al médico. Conocerás la impotencia del que ve a su hijito muriendo, y no tiene nada que administrarle para salvarle la vida. Sabrás lo que es miseria, si eres capaz de estar unos pocos días en una casa de las pobres, en las que  se tienen que tirar los excrementos y otras basuras a la calle, o a un montón por donde hay que transitar, y donde jugarán los niños que no tienen quien les enseñe porque ni escuela tienen. Y lo que no haga el cura, no hay quien lo haga

 

Ponte una venda en los ojos durante unos días, y sabrás que siente un ciego. Ponte en una cola de paro y verás allí a los que sienten la vergüenza del fracaso, y la humillación del que no puede sostener su hogar. Del que tiene que irse de su casa porque no puede seguir pagando la hipoteca, ni siquiera los intereses de ella y “no sabe por donde echarse”. A ver si puedes medir, a menos que te pase a ti, el profundo y inasequible dolor de la persona, hombre o mujer, que lleva de la mano a un hijo retrasado y babeando.

 

Son unos pocos rústicos ejemplos ¡hay tanto que decir! Pero tu sabes que si ayunas volverás a comer bien, si te has hecho ciego con una venda, sabes que cuando te la quites volverás a ver la luz. El ciego de verdad no tiene esa esperanza, ni el parado, ni el enfermo, y tantos MILLONES de criaturas que solo esperan la muerte como una liberación.

 

Cuando leo los artículos en donde se exponen las quejas de lo que hacen los prelados, pienso a veces en qué universo de lejanía de los propósitos de Dios viven estas personas, cuando nos ocupamos de lo que hacen otros. Se maneja vanamente mucha teología, pero cuando Pablo apóstol visitó a Pedro, decía los siguiente: … reconociendo la gracia que me había sido dada, Jacobo, Pedro y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo, para que nosotros fuésemos a los gentiles, y ellos a la circuncisión.

Solamente nos pidieron que nos acordásemos de los pobres; lo cual también procuré con diligencia hacer. (Gálatas 2:9,10).

 

Rafael Marañón 13 de Octubre d 2010-10-12