Discutidores y camorristas

Autor: Rafael Ángel Marañón    

 

 

Que me encuentre con discusiones bizantinas sobre lo que ocurre en relación con Dios y su voluntad, no me extraña en los incrédulos. Sí me extraña mucho en los que se llaman creyentes, porque hay tantas evidencias en la Escritura y en la práctica cotidiana, que realmente es extraño como la llamada cristiandad está siempre regurgitando reproches contra su Dios, Creador y Sostenedor de la vida.

 

Fuimos traídos, sin que por nuestra parte hiciéramos el más mínimo esfuerzo, y se nos dio el don de la inteligencia, y la máquina maravillosa del cuerpo para que viviéramos. Se nos dio la revelación, para que transitáramos conforme a unas pautas que nos dieran seguridad y paz. Nada de ello ha sido por lo común, realizado completamente por nadie y agradecido por escasamente alguno. Cuando mencionamos a Dios de forma consciente, casi siempre lo hacemos para hacerle reproche de lo que quisiéramos que fueran las cosas, y no para agradecer del encaje de estas en nuestra otorgada vida.

 

¿Por qué son las cosas como son? ¿No sería mejor que fuesen de otra manera más adaptada a nuestra volición y aparente conveniencia? La fe nos dice que Dios hizo el Universo, y que todo era bueno en “gran manera”; nosotros nos empeñamos en que lo podemos hacer mejor. Dilapidamos grandes recursos en cataplasmas, cuando lo racional sería que no hubiese necesidad de que las utilizáramos.

 

La oración del Señor dice constantemente al que la formula: “hágase tu voluntad en el cielo como en la tierra” No es una orden que le damos a nuestro Padre celestial, sino una imposición que se nos hace de aceptación de la obra de Dios, y el gozo de conocerla y alegrarnos de que Él hace las cosas según sus designios providentes.

 

Aun en la hora de la muerte, si hay fe ¿Dónde está el problema? La fe ya nos tiene aparejados los lugares celestiales con Cristo Jesús, y no hay por que tratar de ir contra la voluntad del que hace las cosas más benéficamente de lo que podemos pensar o imaginar. Y es que no dejamos a Dios ser Dios.

 

El Apóstol Pablo decía: quisiera partir y estar con Cristo que es muchísimo mejor. (Filipenses 1:23). El solo quería hacer su misión, a pesar de que prefería no pasar tantas penalidades por anunciar a Jesús muerto y resucitado. Solo su deber ante Dios, le hacía preferir quedarse y seguir su labor apostólica. Y apostillaba para nuestro consuelo y ánimo: Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros… a Él sea la gloria….

 

Cuando cae sobre nosotros una desgracia, y el cotidiano bregar con tanta oposición de la corrupta humanidad que nos rodea, siempre podemos echar mano de la promesa de Dios por boca de su apóstol: El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.

 

¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero.

 

Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro. (Romanos 8: 31 al 39)

 

Está muy claro pues, cual es la situación de cualquier creyente en su relación con Dios. Hacer depender nuestra salvación y la justicia de Dios de nuestra propia justicia, es hacer vana la cruz de Cristo. (1ª Corintios 1:17) Tratar de invalidar las firmísimos promesas de Dios, y establecer la justicia de nuestras acciones que casi siempre, por no decir siempre, van trufadas de vanagloria mundana, es equivocarse doblemente.

 

Cristo murió por los pecadores, y si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. (1ª Juan 1:7). Solo hay que aceptar esta salvación tan grande, y hacer una vida de continua acción de gracias y de una conducta consecuente con el valor de tal salvación. Como dice también en otro lugar: Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. (2ª Pedro 1:10)

 

A Dios la Gloria

 

Rafael Marañón 11 de Octubre de 2010-10-11