Llamados y enviados

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Y aquella figura extendió la mano, y me tomó por las guedejas de mi cabeza; y el Espíritu me alzó entre el cielo y la tierra,

y me llevó en visiones de Dios a Jerusalén,.

(Ezequiel 8:3)

La mano de Yahvé vino sobre mí, y me llevó en el Espíritu de Yahvé

, y me puso en medio de un valle que estaba lleno de huesos.

Me dijo entonces: Profetiza sobre estos huesos, y diles: Huesos secos, oíd palabra de Yahvé.

(Ezequiel 37: en contexto)

 

En la obra del Señor hay muchos que sin duda con la mejor intención hacen cosas extraordinarias, pero sin mandamiento expreso y sin el Espíritu de Dios enviándole y llevándole al lugar que Él quiere, y no al que la mente carnal o su afición le llevan.

En muchas de las obras para el Señor, hay siempre muchos voluntarios, y menos personas que han sido verdaderamente llamadas. Aquí se me puede con verdad replicar que todos hemos sido llamados a realizar la obra de Dios por medio del Evangelio y de la Gran Comisión según palabras de Jesús: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. (Marcos 15:16)

Así pues, todos nosotros, los que aceptamos y confiamos en Jesús, tenemos una comisión general que cumplir, pero cuando se trata de obras, digamos especiales, no hay otra forma de hacerlas si no es por un llamado y una vocación especial inducida por el Espíritu con inequívoco impulso. Este se torna irresistible cuando la persona tocada puede decir “he sido enviado”. No habrá obstáculo que impida tal misión, pues siendo de Dios no hay fuerza consistente que la pueda detener.

El promotor de cualquier obra de esta clase, es el Señor y no ninguno de nosotros. Estamos saciados de ver surgir todos los días obras que se dicen ser de Dios, pero que de Dios no tienen nada y sí mucho del enemigo que pretende confundirnos. Todos los creyentes debemos necesariamente conocer la voluntad de Dios para nosotros. Esa es nuestra primordial misión antes de emprender ninguna otra iniciativa en la ignorancia

El llamado tiene que tener por parte nuestra una respuesta, y gozar de una atención concentrada. Alternar los momentos de concentración en las cosas de la piedad, y por otro lado entregarnos a las cosas del mundo, no nos permite captar la intensidad de la llamada. Será para el que la recibe una conmoción más o menos repetida o intensa, pero el ajetreo del mundo barre enseguida la llamada, y queda solo como algo que se percibe tenuemente, pero no es operativo ni eficaz.

Por eso siempre debemos tener en cuenta el dicho de Yahvé cuando hablando de reconciliar a sus criaturas (su pueblo) dice: Pero he aquí que yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón. (Oseas 2:14) Por eso es tanta la insistencia en que solo en la soledad, en un cara a cara privado y secreto, es cuando Dios habla más claramente a los suyos. Es nuestra falta de atención y nuestros devaneos, la que nos priva de conocer la voluntad de Dios y, por tanto, del gozo de agradarle y tener plena comunicación con Él.

Padre de amor que tantas veces no es escuchado ni obedecido por sus hijitos, como dice siempre el apóstol Juan: Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo. (Jesús, Juan, Pablo…) No somos llamados solo hijos (que ya es ser bien llamados) sino con toda ternura se nos dice hijitos, y se nos invita a llamar papá o padrecito al mismo Dios: Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: !!Abba, Padre!  (O papito, papaíto, etc.)

Esta bella palabra significa algo más que un título, con todo lo que este lleva aparejado, pero la ternura de la palabra papá, papaíto, o expresión parecida rezuma una confianza y una seguridad que nos perdemos, porque el temor de Dios lo transformamos, a causa de nuestras rebeliones, en “miedo a Dios”, cosa que ningún hijo debe sentir de su padre, y menos cuando se padre es nada menos que Dios mismo.

¿Quién creemos que es Dios, y qué creemos que siente hacia sus hijos? ¡Que mal tratamos los sentimientos del Señor! Él es capaz de decir a su pueblo: Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia. (Jeremías 31:3)

Todo pues la obra que haya de tener plena efectividad y concordancia con la voluntad de Dios ha de proceder de Él, y tiene que tener su origen en sus designios. Nosotros solo tenemos que hacer aquello que se nos ha revelado por el Espíritu Santo, con respecto a nuestra participación honrosísima en el plan de Dios. No hagamos que Dios desee nuestra obra, sino deseemos hacer nosotros la obra como Dios desea y manda.

Y al fin de nuestros trabajos, hagamos con humildad lo que Jesús dijo que hiciéramos. Pero de corazón y sintiendo de veras lo que dijo claramente: Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos. (Lucas 17:10) Bien claro lo dijo.