Era el Verbo

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

Lo que era desde el principio, lo que hemos oído,

lo que hemos visto con nuestros ojos,

lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos

tocante al Verbo de vida

     (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos,

y os anunciamos la vida eterna,

la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó);

     lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos,

para que también vosotros tengáis comunión con nosotros;

y nuestra comunión verdaderamente

es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo.

     Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido.

 (1ª Juan 1: 1-4)

En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios,

y el Verbo era Dios.

    Este era en el principio con Dios.

     Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.

    En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres

(Juan 1:1 y ss.)

 

Antes de iniciar cualquier trabajo sobre espiritualidad cristiana, es necesario que tengamos una idea clara y sin fisuras de la persona de Nuestro Señor Jesucristo. Nada de lo que digamos sobre la ciencia espiritual tiene la menos base, si arranca de la insuficiencia del conocimiento de nuestro gran Dios y Señor Jesucristo.

Es normal en las personas ignaras confundir a Jesús con un sabio cualquiera de los que bien o mal ha emitido buenos dichos, y ha llevado vida más o menos ejemplar. Maestros ha habido muchos y ahora abundan más que las hojas ocres en otoño. Son hojas naturales y ajadas que ya no sirven sino para ser barridas, para dar lugar a unas nuevas llenas de vida y de utilidad.

El fundamento apostólico se basa en que ellos sabían muy bien  quien era y quien es hoy y por siempre Jesucristo. Todas las doctrinas que atacan la persona de Jesús, son falsas y resentidas o envidiosas. Se ha de reconocer a Jesucristo como DIOS para poder empezar a articular cualquier tesis en la doctrina espiritual del cristianismo verídico. Todo lo demás, sin esta premisa, es simple paja para quemar.

Si despojamos a Cristo de su naturaleza divina, estamos edificando sobre barro pestilente, y no sobre la roca de la verdad. Todo nuestro pensamiento, fe,  esperanza, y todo nuestro poder espiritual se basa en esa condición de la divinidad de Jesús, y la resurrección consiguiente. Esa es la sólida base de nuestra fe, y de nuestra certeza en la eterna salvación.

El hecho de que el Verbo de Dios o sea, su Expresión, su Palabra, (Logos) su Acción, se hiciera manifiesta a través de carne y personalidad humana, no es más que una demostración más de la humildad de Dios y su amor y solidaridad con la humanidad perdida.

La Humanidad está locamente resuelta a resolver sus dificultades en el terreno del pensamiento humano y su libertad personal (libre albedrío) a menudo limitado por la acción de otros hombres, y por las fuerzas de la naturaleza que ya no están controladas para su bien como había sido normal al principio, en el Paraíso.

Los resultados lamentables y siniestros están a la vista en cualquier diario, radio, televisión y en la observación (no hace falta fijarse mucho) de la realidad diaria del dolor humano.

Jesús participó con nosotros de todas nuestras características humanas, con sentidos, alma, cuerpo y palabra, para que la voz del Padre se oyera a través de palabra humana, y para que toda boca se cierre ante el que en todo fue irreprochable.

Todo a pesar de que: Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo;

         El cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas,

Y el testimonio de Dios en Jesucristo se depositó por Él mismo en la Iglesia, Su Iglesia, de la cual es cabeza y guía. El Espíritu Santo de Dios nos muestra, por revelación, las maravillas de la vida y condición de Cristo y su muerte vicaria, así como su resurrección. Por que Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer por su buena voluntad. (Filipenses 2:13)

Misterio que mal comprendido por infinidad de mentes obtusas, y cegadas por el espíritu del mundo, es negado porque el que no tiene inteligencia espiritual mide a todos por su limitación intelectual, y no por una realidad que no puede percibir a causa de sus propias limitaciones no aceptadas por él.

Dios, pues, se ha provisto de un hombre perfecto, acopio de virtudes, gracia, y perfecta manifestación de Su palabra y Su voluntad; Jesús. El Espíritu ahora se limita a buscar, no hombres perfectos, que ya lo tiene y que es Jesús el Cristo, sino gente a la que impartiendo el Espíritu del Perfecto pueda llegar a crecer hasta su estatura como dice muy bien el apóstol Pablo hablando a los Colosenses: hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;  (Efesios 4:13)

Ese es nuestro llamamiento por parte de La Trinidad bendita. No la fluctuación, no la queja, no el reproche, sino la absoluta aceptación de la voluntad de Dios cualquiera que esta sea. Ya sabemos que no es fácil para nuestras flacas fuerzas y el ambiente en el que no movemos, que se impone con tiranía casi irresistible.

Agitados y zarandeados como trigo por el diablo, sepamos en nuestras mentes decir el “fiat” que María de Nazaret, la mínima y humilde doncella, supo decir en su tiempo y en circunstancias nada halagüeñas, por su situación y la petición imperiosa del ángel. Si queremos ejemplos fuera del de Jesús  los tenemos a millares, y sobre todo el de María que, sin vacilación, dijo sí a lo que no sabía cual era exactamente la voluntad de Dios, ni adonde la llevaría aquel ¡sí! rotundo que ofreció.

Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados, abundando en acciones de gracias.

Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad. (Colosenses 2:6 y ss.)

Ya no seamos más como niños fluctuantes que asoman la nariz por todo lo que huele a misterio, para ser engañados de una u otra forma. Hay tantas corrientes y tantos abusos de la doctrina, que es muy difícil no tropezar cada día con una nueva forma de teología o novedad que se vende como verdadera. Como decía el poeta. “El cascanueces vacías, Colón de cien vanidades, vive de supercherías que vende como verdades” (A. Machado)

El ser cristiano es algo tan serio y trascendente que no admite fruslerías ni frivolidades. Jesús no bromeaba con las cosas de Dios. Seamos sus imitadores, y con alegría y también con seriedad en nuestras cosas referentes a la piedad, hagamos de nuestra vida un camino, que no es ni más ni menos que el mismo Cristo andando con nosotros.

¡Que logro sería el día en que cada uno de nosotros pudiéramos decir como dijo Pablo apóstol a los fieles de la ciudad de Corinto!: Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo. (1ª Corintios 11:1) Eso está a nuestro alcance... con Cristo en nosotros. ¿¡Quién será el que lo pueda decir con la seguridad que lo decía San pablo!?