Ricos y pobres  

Autor: Rafael Ángel Marañón    

 

 

Constantemente, vemos y oímos a muchos que desde su posición que no es realmente ni cómoda ni segura, claman porque los pobres sean tratados de la forma que Jesús quiso que fueran tratados. No tenemos derecho a juzgar a los pobres, porque no sabemos la verdadera causa de su pobreza, bien contemplándola desde el individuo o de la colectividad. 

Y me alegra que se escriban trataditos y algunos libros sobre el conflicto entre ricos y pobres. En mi experiencia y análisis de años, he podido comprobar que en el plano del desarrollo normal de unas sociedades prácticamente paganas, el liberalismo es el que produce mayor riqueza. Luego ¿el liberalismo es lo mejor? Ya vemos que no, a causa de que la ambición que mueve a los hombres a enriquecerse y a “forrarse”, se torna siniestra al ser aplicada con todo su rigor.  

Por otra parte, el socialismo parece que tiene buenas intenciones de “reparto” de los bienes, que en realidad no se han producido en su seno, y que en el refugio de otros sistemas, la riqueza creciente y el verdadero progreso se produce en la mayor libertad y en la mayor desigualdad. Esto último es relativamente cierto, porque en las sociedades pobres hay también mucha riqueza concentrada. 

La propiedad privada no es un robo. La pública, sí lo es, porque siempre está secuestrada por el poder; la pagan solo algunos y las disfrutan todos. Este poder llamado público, dice que es lo que hay que hacer, y que es lo que hay que querer hacer. Lo mismo permite los mayores extravíos, que prohíbe lo más inocuo o inofensivo, torciendo el parecer de las gentes que no le votaron para eso.  

Es tanto el control del poder, que las gentes terminan por creer que algo es lo bueno, porque lo dice el gobierno. En los países más prósperos, en todos los sentidos de educación, civismo, etc. la desigualdad es menos notoria, porque el sentido social del gobierno es ser la respuesta a las necesidades del pueblo, que de otro modo no lo consentiría.  

Un pueblo culto no se deja manejar por tribunos fachendosos, mentirosos y corruptos, que empobrecen no solo la economía, sino la misma vida social tan encadenada al progreso material. Los lamentos de tantos que se quejan de la pobreza, desde su preparación académica y sus lujosos despachos, son lamentos propagandísticos y nada más. Su objetivo no es conseguir la equidad, y ni siquiera la “igualdad”, sino mantenerse en el poder como vemos en Argentina y en otros países sudamericanos.  

Estas y otras sociedades similares, lo mismo pasan de una tiranía personal, a una imposición de ideologías que la empobrecen más y más, originando un pueblo cada vez más dócil y adocenado, a pesar de sus aparentes desórdenes y rebeldías violentas en todos los sentidos. Delincuencia, corrupción… y todos los males de injusticia y desorden generalizado.  

Surge entonces la pregunta.  ¿Qué solución podemos adoptar? La respuesta está dispensada hasta la saciedad. Solo unas personas impregnadas de cristianismo genuino pueden realizar tal labor, digna de los gigantes de la historia o la mitología. La gente en general es sensitiva a la pobreza, pero no es sensible, de tal manera que se puedan poner remedio a las lacras de la pobreza física, intelectual, etc. y lograr un desarrollo que se conseguiría en unas pocas  décadas.  

Solo el cristianismo real es capaz de dar respuesta adecuada a la pregunta y dar con la solución. Esto no se da, porque la mayoría de las gentes y las naciones no creen en las palabras de Jesús. De esta manera, es imposible ese esfuerzo que tanto recaban las gentes. Siempre será un fracaso por más que se reúnan los prebostes a debatir sin resultados los problemas de la humanidad. 

Un esfuerzo y sacrificio que la Iglesia cristiana ha comprendido desde su fundación, y se ha dedicado a hacer realidad los esfuerzos para atender a los pobres de cualquier país, sin que en sus coordenadas de acción entren conceptos como raza, religión, o tantas otras que impiden a muchos hacer algo por sus prójimos.  

Repartidos por el globo, hay millares de personas que, en el seguimiento de Jesús, recorren el orbe entero, para ayudar desde sus más o menos capacidades económicas y personales. Solo la Iglesia que sigue al Cristo de Dios, desde sus medios económicos siempre escasos para la misión encomendada, actúa desde siempre con constancia y dedicación. 

Y allí muchos se dejan la vida, para dar testimonio con sus obras de la fe que los sustenta, impulsa, y asegura su Vida Eterna. Pensar otra cosa, es desconocer los motivos por los que un hombre o una mujer que pueden vivir cómodamente en sus países se arriesgan a perder la vida en lugares ignotos por ganar la Promesa de Jesucristo. Esa es la verdadera acción que se necesita de todos. No se hace así por todos, y desde la filosofía pagana, podemos ver personas gastando en cosas vanas, imponentes millonadas que, debidamente administradas, y dirigidas podrían llevar algo de felicidad a tantos que viven y mueren en el dolor y la desesperanza.

 

AMDG.