Los enviados de Dios

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. 

Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

(2ª Pedro 1:10-11)

Así que en cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero en cuanto a la elección…

Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios…

Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para de todos tener misericordia...

     !!Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! !!Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!

(Romanos 11. aleatorios)

  El cristiano conoce que Dios sabe bien lo que hace, y no cae en los groseros razonamientos del incrédulo cuando este porfía contra la sabiduría de la acción de Dios. Al no tener más agarradero que la vida temporal el pagano siempre anda temeroso de la muerte y de su propio raciocinio.

Estos blasfeman de cuantas cosas no conocen, y en las que por naturaleza conocen se corrompen como animales irracionales. (Judas 1:10) y es algo que nosotros comprobamos cada día de forma constante. Más sabemos que Dios sabe lo que hace, y nos comunica por medio de su santo Espíritu todas las cosas pertenecientes a la piedad y al camino de su voluntad para nosotros los que creemos.

Todos nosotros (los cristianos) sabemos que mentir o robar etc. son pecados pero, ¿nos hemos preguntado alguna vez si lo que hacemos tan hermoso y digno, ha sido diseñado por el Señor para que nos ocupemos de ello. o por el contrario queremos que Dios respalde nuestras iniciativas y aventuras que, aun inspiradas por un deseo de servir al Señor, son solo misiones que no han sido promovidas por él?

El hombre de Dios no depende de la importancia social del trabajo que hace para Dios, sino si ese trabajo ha sido hecho de acuerdo con el propósito y efecto que Dios le quiere dar. En conformidad a todas las cosas que Yahvé  había mandado a Moisés, así hicieron los hijos de Israel toda la obra. Y vio Moisés toda la obra, y he aquí que la habían hecho como Yahvé había mandado; y los bendijo. Éxodo 39:42-43.

El hombre de Dios no debe preocuparse tanto de los resultados de lo que hace sino de que lo que hace es cosa de su diseño y mente. Es pues la buena obra de Dios hacer aquello que el Espíritu haya revelado y no fruto del impulso o empuje de otros y de su misma fogosidad. La Madre Teresa de Calcuta decía: "En el momento de la muerte, no se nos juzgará por la cantidad de trabajo que hayamos hecho, sino por el peso de amor que hayamos puesto en nuestro trabajo. Este amor debe resultar del sacrificio de sí mismos y ha de sentirse hasta que haga daño." Es decir por el amor que el Espíritu pone en cada corazón que elige prepara y envía.

Es por ello que los hombres que intentan un trabajo que creen que es para el Señor se impacientan tanto cuando hermanos más cualificados y prudentes, ponen en cuarentena el impulso hasta comprobar que este es del Espíritu y no de una momentánea fogosidad o petulancia.

Lo que debe importarle sobre todo al que quiere servir a Dios en cualquier clase de ministerio es saber la voluntad de Dios y si los medios y el momento han sido prescritos por Él. El verdadero siervo de Dios no tiene necesidad de proyectar o planear su esfuerzo sino solo saber que el Señor se lo ha mandado y como ha sido ordenado así debe ser hecho.

El Espíritu (tengámoslo siempre presente) da la pauta y introduce en nuestro interior la faena que quiere que realicemos y lo hace de modo palmario y en nuestro más profundo interior. Al no ser así en tantas ocasiones, hace que las obras se abandonen en cuanto hay algo de oposición, o lo emprendido no prospera como el vocacional esperaba.

El que emprende un trabajo espiritual es difícil que abandone por cuanto la obra es de Dios y no suya y aunque no es indiferente al éxito o al fracaso siempre permanece tranquilo porque los resultados son de Dios y eso lo sabe el creyente muy bien pues Dios mismo se lo ha revelado.

En la obra del Señor hay quizás más gentes con iniciativas propias que personas que hayan sido realmente elegidas por Él. A Pablo fue el mismo Jesús el que lo envió a Damasco. Nada grato sería para aquel fanático y belicoso fariseo pleno de orgullo de su propia valía ir a que le dijesen lo que había de hacer precisamente aquellos a los cuales despreciaban y perseguía con tanta saña. Pero era mandamiento del Señor y así tuvo que hacerlo.

Normalmente (hay excepciones) la obra que verdaderamente es inducida por el Espíritu del Señor no es algo agradable y que coincida con nuestras inclinaciones pero quizás sea esta la única forma con la que Dios prueba a sus escogidos y así dice la Escritura de la misión de Pablo y Bernabé: Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. Ellos, entonces, enviados por el Espíritu Santo, descendieron a Seleucia, y de allí navegaron a Chipre. (Hechos 13:2 y ss.)

En este pasaje observamos como nadie hacía nada sin la dirección y el llamado directo de Dios para cada uno. Cuando salían “en campaña” proclamando y anunciando el Reino y a Jesucristo como Señor iban enviados concreta y precisamente para una obra del Espíritu y bien sabemos como de esta forma fueron enormemente fructíferos los resultados… y también las tribulaciones: De allí navegaron a Antioquía, desde donde habían sido encomendados a la gracia de Dios para la obra que habían cumplido. Hechos 14:26. Todo se hacía como Dios disponía, y por eso los llamaba Jesús (y la Santa Escritura lo corrobora) apóstoles, es decir, enviados.

Por ello hemos nosotros de esforzarnos en ser obedientes como cuando el arca iba por el desierto detrás de la nube: Así partieron del monte de Yahvé camino de tres días; y el arca del pacto de Yahvé fue delante de ellos camino de tres días, buscándoles lugar de descanso. (Números 10:35)

Y cuando la nube se alzaba del tabernáculo, los hijos de Israel se movían en todas sus jornadas ; pero si la nube no se alzaba, no se movían hasta el día en que ella se alzaba. Porque la nube de Jehová estaba de día sobre el tabernáculo, y el fuego estaba de noche sobre él, a vista de toda la casa de Israel, en todas sus jornadas (Éxodo 40:26 y ss.)

Es muy conveniente saber que desde antiguamente nadie movía un dedo sin que la nube de Dios que guiaba se moviera. Si se movía todos se movían detrás de la nube de Dios y si la nube se paraba todos se paraban también. Solo cuando el Espíritu Santo se mueve es cuando hemos de movenos nosotros en nuestros más o menos valiosos ministerios. Todos los que son obedientes al movimiento del Espíritu tendrán siempre la protección de la nube de Dios. Sin ella solo queda decir como Moisés cuando el Señor le hizo saber que le guiaría: Ahora, pues, si he hallado gracia en tus ojos, te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca, y halle gracia en tus ojos; y mira que esta gente es pueblo tuyo. Y él dijo: Mi presencia irá contigo, y te daré descanso. Y Moisés respondió: Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí. ¿Y en qué se conocerá aquí que he hallado gracia en tus ojos, yo y tu pueblo, sino en que tú andes con nosotros, y que yo y tu pueblo seamos apartados de todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra?  (Éxodo 33:13 y ss.)