Participantes

Autor: Rafael Ángel Marañón    

 

 

Prácticamente nadie reconocería a la humildad como virtud esencial e imprescindible, fuente de las virtudes del discípulo. El discípulo que se esfuerza en la santificación diaria, ha de mostrar una humildad y mansedumbre relevantes en su conducta, actitud hacia Dios, y a los demás hermanos. Es, por tanto, la virtud más patente y primaria en los que desean seguir e imitar al humilde Cordero de Dios.

 

Cuando Dios creó el Universo, se propuso hacer a la criatura de su creación participante de su sublimidad y autoridad, para que ésta se regocijara en una obediencia absoluta, mediante la cual, manifestar Dios su sabiduría y gloria, transmitida a esa criatura de su amor.

 

No le es lícito a la criatura apartarse de aquella posición de confianza y sometimiento a la Palabra recibida de Dios. No es independiente, pues Dios nunca abdicó de su autoridad y control. Ante el corazón del hombre, Dios fue sustituido por la autoridad de la serpiente, que intenta tomar el lugar de Dios, y la mentira de Satanás recibió y recibe aun más crédito que la verdad del Creador.

 

Las criaturas se separaron del servicio gozoso a Dios y, por tanto, se hicieron esclavos de Satanás. Y llenos de vergüenza, remordimiento y miedo, trataron de vestirse. De ahí el interés del ser humano por hacer obras, que por si solas le lleven a la reconciliación con el Creador. Siguieron creyendo la mentira de la serpiente, en lugar de esperar confiando en la bondad y el perdón de Dios. El hombre se escondió y Dios, fiel y bondadoso, lo buscó, preguntando: ¿Dónde estás tú? (Génesis 3:9).

 

Los hijos de Zebedeo pidieron a Jesús sentarse a su derecha e izquierda en su Reino. A lo que Jesús respondió que aquello se encontraba "fuera de su jurisdicción". El no era un "Mesías" que se había hecho a sí mismo, sino que obraba en nombre del Padre: por tanto, no cayó en la maliciosa soberbia de establecer previsiones ni promesas fuera de la autoridad de Dios, de la que por amor disponía... y de la que, por amor, renunciaba. (Mateo 20:20).

 

Su Padre celestial concedería los honores según su soberano propósito y con su inmensa justicia y sabiduría.  Jesús no entra ni sale en éste asunto, obrando con perfecta humildad y sujeción al Padre.

 

Dios es quien sostiene todas las cosas con la potencia de su Palabra y por quien todas las cosas subsisten. Es Dios, por consiguiente, quien dispone de todas las atribuciones y derechos, en tanto que todo proviene de su voluntad y poder, a los cuales tienen que estar sujetos criaturas y creación.

 AMDG