Correr tras el galardón

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio?

Corred de tal manera que lo obtengáis.

 Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible.

    Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire,

    sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre,

no sea que habiendo sido heraldo para otros,

yo mismo venga a ser eliminado.

(1ª Corintios 9:24 y ss.)

 

El apóstol Pablo sabe muy bien de que habla, cuando dice que en nuestra vida cristiana corremos una carrera para obtener un premio. La fe ya nos ha salvado. Creemos en el sacrificio y la sangre de Jesucristo como limpiadora de nuestros pecados y, por tanto, esa fe es garantía de vida eterna.

En este pasaje, Pablo insiste en que además de vida eterna queremos un premio, un galardón, y que tenemos derecho a él, por cuanto ha sido prometido por Dios mismo y refrendado por sus apóstoles y mártires.

A los hombres se les presenta de parte de Dios dos opciones: salvación y vida eterna, o perdición y muerte eterna. El por qué de estas dos proposiciones concretas no entra en los propósitos de este escrito. Por otra parte es bien difícil, si no imposible, penetrar los arcanos del propósito de Dios para su creación en general y para nosotros en particular.

Jesús dijo a los mismos creyentes: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. (Mateo 7:21)  Es pues una exigencia que se puede o no aceptar y allá cada cual, pero que no admite discusión ni interpretación.

Se puede ser cristiano nominal, simpatizar con Jesús, ir a la iglesia y dar limosnas, ayudas, etc. y hasta dar testimonio de que pertenece a una forma de pensar moral y buena. Todo eso es admirable en un hombre natural, pero no son las obras las que nos salvan y nos introducen en el Reino. Es la fe en Jesucristo y, como irremisible corolario, en hacer la voluntad de Dios aunque esta choque con nuestra voluntad por bien intencionada y moral que sea.

La convicción de que se hacen las cosas con toda moralidad y buena intención es un paso deficiente sin Cristo, por muy buena que nos parezca. Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. (Mateo 5:20) Y es bien sabido la extrema moralidad, y rigurosas normas que se cumplían por parte de los fariseos con toda pulcritud y exactitud.

Sin embargo Pablo, apóstol de Jesucristo, sin despreciar las buenas obras emanadas de un amor a Cristo y una intención de hacer su voluntad, se iba directamente al meollo de la cuestión. Y así decía a los que aun querían (como sola garantía de salvación) guardar la ley judaica: No desecho la gracia de Dios; pues si por la Ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo. (Gálatas 2:21)

¿Exigentes? No nosotros, sino el mismo Cristo. La andadura cristiana es más seria de lo que pensamos o pretendemos muchas veces. Y si además aspiramos a entrar en el Reino, coronados y galardonados (aun siendo salvos) las exigencias de Jesús son aun más duras.

El reino de los Cielos, es garantizado a los que dice Jesús en la bienaventuranza del Sermón del monte, Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. (Mateo 5:3) Sobre esto hay mucho que decir pero espero tenga cabida en otro trabajo.

Así pues solo en la fe de Jesucristo y corriendo la carrera, ejercitando el dominio del cuerpo de pecado y el alma de las pasiones, es como conseguiremos la entrada al Reino. No que la carrera nos lleve a la vida eterna (como proclamaremos de nuevo) sino una vez conseguida por la fe en Jesucristo y andando en la vida cristiana junto con toda la iglesia, de la cual el mismo Cristo es la cabeza y dirección. Así es cuando tiene facultades para correr esa carrera, sujetando sus peculiaridades humanas al deseo divino de manifestación en nosotros. En esa carrera de los salvos, unos recibirán galardón y corona, mientras que otros no la conseguirán.

Termino trayendo a colación unos versos preciosos y reveladores, y según hemos comprobado, muy desconocidas por el pueblo cristiano. No me resisto a copiarlas por que hablan un lenguaje que solo un hombre inspirado de Dios, como es Pedro apóstol, puede emitir.

 Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia,  por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia;

Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor.

Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.

Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás.

Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. (2ª Pedro 1:3 y ss.)

Que Dios nos bendiga a todos y todo sea para su gloria en Jesucristo el hijo amado.