Comentaristas

Autor: Rafael Ángel Marañón    

 

 

Hay veces, en las que me asalta la boba tentación de comentar en algunos artículos aparecidos en periódicos titulados cristianos, que manejo gracias a la Internet.Y a veces hasta pongo algo de mi opinión sobre el asunto de que se trata. Una frivolidad. Y esto lo digo, porque observo que los comentaristas se atienen a un discurso de libro elemental para parvulillos, y nadie hace un verdadero ejercicio de pensar lo que escribe. O tal vez, miran el manual de respuestas a todas las materias que se traten en diversos medios. Algo así.

 

Yo no es que sea ningún águila para estos comentarios, que hago a veces por amistad con los articulistas, o por que el tema sea algo más calentito de lo que usualmente se escribe en los medios. No hay argumento que valga contra los antojos, el prejuicio, y la cabezonería. La manera de decir las cosas, es verdaderamente sorprendente para el que no conoce el paño. Y desde luego, ha de ir en consonancia con el pensamiento de la publicación.

 

En esas condiciones me abstengo, y me niego a “cohabitar” con gente que descarga sus rencores, sus manías, sus delirios, etc. en todo cuanto escribe  Así no hay forma de razonar; es inútil luchar contra la incomprensión, contra los prejuicios, las pasiones desbordadas, y sobre todo con las palabrotas y las descalificaciones.

 

Todo es malinterpretado en la dirección de la mentalidad del que comenta, y no vale nada la exhibición de argumentos, porque estos se consideran por ejemplo “fascistas”, o en otros casos demasiado heterodoxos. ¡Como si la verdad no fuera profundamente heterodoxa y tajante, como los hechos,  en el conjunto del pensamiento social!

 

Y me llama profundamente la atención, la tergiversación de los conceptos. Por ello, hay que aclarar minuciosa y tediosamente todo cuanto se escribe, para no crear susceptibilidades, lo cual es inútil tarea. Si escribir a tales sitios lo toma uno como divertimento, no es ni más que eso; diversión. Pero si pretende uno introducir algún punto debatible o controversial, ya estamos pronto a la gresca algunas veces de forma brutal y descomedida por no decir más.

 

En sitios “laicos” (o sea, incrédulos) puede que sea una diversión, pero en los que se trata de temas trascendentales, lo que resulta es una lata. Todos son de lo más apologistas de lo suyo a todo trance; los argumentos no valen nada, por muy bien expuestos que se pongan ante todos. La susceptibilidad está a flor de piel, y uno se pregunta si está en un sitio “cristiano” o en un debate del “Estado de la Nación”.

 

Y como hay procurar ser justo, yo también “me subo a la parra” un poquito y también digo mis majaderías, con lo que compruebo que no hay nadie que no tenga sus fallitos. No obstante ya me he retirado de esa casi infructuosa tarea, porque se me van acercando rápidamente días más duros para mi visión, y tengo que restringir mi participación y descansar más.

 

Es por eso que me abstengo de compartir con energúmenos y gentes de mentalidad de carril, y me ciño, cuando puedo concentrarme, en mis cosas relativas a la piedad, que algunos tachan de beatería y otros epítetos aun más desagradables. Así pues me atengo a mi línea de acción, y fomento mi relación con Dios por medio de la escritura; afortunadamente con bastante fruto que es lo que más interesa al que, por causa de su vocación cristiana, escribe a tantas personas diariamente.

 

De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría. (Romanos 12:6,7,8,)

 

AMDG.