Llamamiento celestial

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

Y la mano del Señor estaba con ellos,

y gran número creyó y se convirtió al Señor

(Hechos 11: 21.)

Estos que trastornan el mundo entero también han venido acá;

(Hechos 17: 6)

Pero Jesús dijo a Simón: No temas; desde ahora serás pescador de hombres

Y cuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, le siguieron.

(Lucas 5: 10-11)

Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.

(Juan 3: 3)

 

Es cierto que cuando alguien se entrega a la labor misionera, es bastante claro que ha recibido una unción especial pues nadie va a pasarlo mal por tierras remotas y hasta hostiles, si un fuerte llamado del Señor no lo envía a esta misión.

También es cierto que en la Iglesia hay muchos y variados dones en los que cada uno se siente llamado. Unos escriben, otros enseñan de distintas maneras, y otros hasta se limitan a una silenciosa y nada llamativa forma de hacer la voluntad de Dios. Todos y cada uno de los que así trabajan en la obra de Dios, son necesarios en la Iglesia y es lastimoso que no abunden más.

Seguramente el espíritu del mundo influye en estas personas indiferentes, aunque profesantes, y estorba una labor que sin ser especial y concretamente asignada por el Señor, responde a una llamada general a la conversión y entrega de todos a las suaves directrices de Jesús: Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga. (Mateo 11: 28 y ss.)

Jesús no deja a nadie que se las arregle como pueda por su propia fuerza y a su discreción una vez haya entrado en su comunión. Él nos invita dulcemente a compartir su yugo. En la vida cristiana el que tira con toda potencia es Cristo Jesús; nosotros solo tenemos que ir acompañándolo uncidos al mismo yugo y caminando en su misma dirección. Él toma sobre sí la carga, haciéndonos partícipes de su camino glorioso y dejándonos a nosotros solo el contacto íntimo (yugo) para no podamos perdernos o desfallecer.

Es difícil vivir una vida cristiana, plena de contradicciones por parte de tantos opositores y enemigos, renunciar a muchos placeres atractivos, y hasta pasar por pacato o despistado. Solo que el Llamamiento Celestial (Hebreos 3:1) es irresistible. No creemos porque nos hayan persuadido de doctrina o hasta de conducta, que puede tener un valor sociológico y emulador importantísimo. Pero eso no es el nuevo nacimiento. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. Juan 3: 7

El llamamiento celestial es algo especial que se hace por el Espíritu Santo a una persona concreta, de forma misteriosa y muchas veces incomprensible para ella misma.  Es irresistible, y es por ello que a veces los cristianos de a pie no entendemos a esos héroes (muchos de ellos anónimos) que, dejando todo atrás, se lanzan a la aventura de una renuncia total y una entrega a este llamamiento.

Este es muy distinto al llamamiento general que se hace del Evangelio a todo hombre sin discriminación de tiempo, lugar, raza, o creencia. Ese llamamiento es rechazable y lo acreditan las palabras de Jesús a los religiosos de su tiempo. Y no queréis venir a mí para que tengáis vida. (Juan 5:40) El hombre natural no quiere por sí solo ir a Cristo.

Ese llamamiento general que propone universalmente el Evangelio de Jesús, es rechazado como es notorio, pero el llamamiento Celestial que es el que realiza el Espíritu Santo, entrando en nuestras vidas y dándonos a conocer el sublime misterio de Cristo, es una experiencia muy difícil de explicar por un razonamiento humano, sino que aquel que lo percibe queda entregado por obra del nuevo nacimiento, a la obra del Espíritu en su más profundo interior.

Aquel (dichoso él) que ha experimentado esa acción maravillosa del Espíritu de Cristo en su propia persona, en su propio espíritu lo sabe bien. Ya no es dueño de sí mismo. Ni de sus pensamientos, ni de sus deseos carnales, ni de otra cosa que no sea la contemplación arrobada y actuante del misterio divino en Cristo.

Puede ser un padre de familia o un chico joven tocado del Señor, o la mujer que aguanta impertérrita la carga de su casa, los requerimientos de sus hijos, y quien sabe si también las exigencias del esposo que no la entiende, por que es imposible que la entienda si no está en la onda de Cristo como ella. No es preciso ser un famoso misionero o alguien notorio para ser un fiel servidor del evangelio divino.

Basta ser fiel al llamado, y consciente de que hace solo lo que tiene que hacer, porque como dice el apóstol Santiago: Amados hermanos míos, no erréis. Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación. El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas. (Santiago 1:16 y ss)

Todos nosotros, los que solo tenemos un minúsculo don que ponemos con todo entusiasmo y esfuerzo al servicio del Señor, estamos llamados a la más inimaginable gloria, cualquiera que sea lo que hagamos, para cooperar con todos los demás en el anuncio y dignificación de Cristo con nuestros ministerios, porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá. Lucas 12:48.