Ekklesia

Soneto con estrambote 7/5/2010

Autor: Rafael Ángel Marañón   

 

 

Vengo recogiendo en los numerosos mensajes que recibo, infinidad de versiones de lo que debe ser La Iglesia Cristiana. Casi todas las versiones que recibo tienen bastante orientación, y desde luego, los que se me envían por parte de personas puestas en estos asuntos me parecen dignas de valoración. Los de las personas que permanecen fuera de la Iglesia, me parece que quieren hacer del cristianismo una simple ONG más, que aparentemente se desviva por los pobres, y que se manifieste como enemiga de los que por su percepción política sean enemigos suyos.

 

De esta forma, las funciones y objetivos de la Iglesia quedan perturbadas por unos y otros según la ideología de cada uno, de manera que casi se puede captar la adscripción política de los que me escriben, según el tono y la propuesta que hacen de lo que debe ser la Iglesia. Como la materia es recurrente, aunque actualísima, no tengo más remedio que hacer una reseña de lo que a mi parecer es la Iglesia.

 

Ya el apóstol Pedro declaró muy simplemente lo que ha de ser la iglesia diciendo claramente lo que tenía que ser cada cristiano:  Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; (1 Pedro 2:9). Claramente se percibe ya aquí, en estos simples versos, la misión de cada cristiano y por extensión la de la Iglesia de la cual forma parte indivisible.

 

No hace falta traer a colación los innumerables textos y dichos de Jesús y sus discípulos, para que la misión de la Iglesia de proclamar a Cristo destaque sobre otras cuestiones, si no marginales, sí consecuentes con la misión principal. En la Iglesia hay innumerables dones, y cada uno tiene de Dios el suyo.

 

Así dice la Escritura por boca de San Pablo apóstol en las iglesias locales que iba plantando por doquiera que iba. Aunque se pueden aplicar infinidad de ellas solo voy a insertar aquí un texto que para el buen entendedor bastará y añadiré algo más según permita la extensión de este escrito. A continuación lo someto a la consideración del lector desprejuiciado.

 

Y Él mismo (Dios), constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y doctores, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios,

 

A un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error,

 

Sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor. (Carta a los Efesios 4: 11 al 16)

 

Bueno, a mí me da vergüenza tratar estos asuntos desde mi propia torpeza, y por contraste, contemplar la luminosa palabra de la Escritura inspirada por el Santo Espíritu de Dios a sus profetas y apóstoles. Es por eso que termino con respeto y unción este trabajillo, dándome cuenta de la diferencia de lo que escribo con la majestuosa palabra de Dios, que a veces nos pone (y disculpad esta vulgar expresión) “los pelos de punta”; sin embargo es así, por lo menos para mí.

 

Los enemigos de la Iglesia cristiana, lo son, porque esta es un baluarte ante los ataques de los que, no comprendiéndola, desean derribarla. En algunos casos desde dentro de ella, en la que el orgullo de los hombres trata de supeditar la grandeza de la Iglesia a sus tesis pedestres y desconocedoras de la naturaleza perdida de los hombres. No de otro modo, se interpretaron falazmente las declaraciones del Obispo Munilla, cuando dijo que la descristianización de Occidente era un fenómeno más siniestro aún que las tribulaciones de Haití, con ser estas tan terribles.

AMDG