Religión y politica

Autor: Rafael Ángel Marañón   

 

              

Me llama la atención sobremanera, las formas de tratar las cosas cotidianas por algunos medios que se llaman cristianos. No es que pretenda que no lo son, sino que a mí me choca esta manera de tratar los asuntos de la Iglesia de la misma manera de como se tratan los civiles. Es una cuestión no solo de estética, sino de fondo; de un fondo profundísimo.

 

No cabe duda que el acontecer político influye (y ahora mucho más) en la vida eclesial, por cuanto insidiosamente se introducen en la Iglesia bajo el coartada de denunciar abusos y corrupción, muchas ideas y tendencias extrañas al espíritu de Evangelio. Esto no es aceptable desde el punto de vista cristiano. El punto de vista político adolece del pensamiento libertario y anárquico, y por lo tanto no está inspirado por las bases del cristianismo que exige de los militantes un fiel sometimiento voluntario a los preceptos de la religión.

 

Si alguien que se dice cristiano escribe o habla de los asuntos políticos, ha de hacerlo desde el prisma cristiano. Solamente desde esa perspectiva. Tratar esos asuntos desde el punto de vista de la conveniencia para un teórico bien común o para el bien privado de algún grupo, es no estar en la línea evangélica que solo mira los sucesos como una consecuencia del abandono de los preceptos morales que son para todos los cristianos iguales, y no de determinada denominación.

 

Un escritor cristiano, sea teólogo, clérigo, o solo militante, puede criticar los sucesos, encajarlos, y compararlos con lo que realmente es la óptica cristiana sobre el asunto en cuestión; lo que no debe ni puede hacer es contemplar y comentar los sucesos desde el prisma de la “conveniencia práctica” en la que el fin justifica los medios, sino desde el contraste de la mentalidad agnóstica o atea con la evangélica.

 

La primordial acción por nuestra parte, consiste en fustigar con realismo y comprensión, las lacras en nuestra iglesia y en nuestras congregaciones locales y parroquiales. No podemos, en nombre de la tolerancia, contemplar corrupciones y talantes lesivos para toda la Iglesia Universal, en nombre de la discreción o de la comprensión

 

Una cosa es comprender, y otra pasar por alto lo que está mal y es una corrupción crónica. Tampoco es cuestión de dar un cuarto al pregonero, vociferando los males que haya en La Iglesia. Esto último es un vicio, en muchos que se deslizan rápidamente por la crítica fácil de cualquier hecho que no les gusta, sea bueno o malo. Es falta de amor por el prójimo, y por supuesto y consecuencia por La Iglesia.

 

En nombre de la pureza de conducta, no podemos rechazar al que por su oficio o por su carácter tolerante se trata con todos, cualquiera que sea su adscripción religiosa o política, y aunque su conducta sea moralmente reprobable desde el punto de vista cristiano, y así dice el apóstol Pablo: Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis. Porque ¿qué razón tendría yo para juzgar a los que están fuera? ¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? 1ª Corintios 5: 11,12)

 

Es muy difícil el equilibrio en algunas circunstancias o trances en la vida cotidiana, y hay que estar muy bien armado por el Espíritu para poder contrarrestar la influencia de tanta solicitación, y tantas clases de pensamiento como nos rodean. Me parece bien que un sacerdote, o pastor, o presidente de una mancomunidad eclesial, etc. critique firmemente, aunque desde luego con maneras corteses, los vicios que existen y por el motivo que sea, han sido y serán.

 

No es de recibo, la indisciplina de los que preconizan distintas ideas como el liberalismo teológico, la teología de la liberación, teosofía masónica “cristiana”,  y el liberalismo rampante que existe en algunos seminarios, en donde beben los que más adelante serán los que prediquen una teología seria, responsable y evangélica, o una acomodaticia a los tiempos, aun cuando el Evangelio es intemporal.

 

La Iglesia tiene una misión primordial de anunciar y proclamar el Evangelio; lo demás es accesorio, aunque a nosotros a veces nos parezca que hay muchas más misiones en la Iglesia, que se pueden anteponer al anuncio y proclamación del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo.



AMDG