En el calendero

Autor: Rafael Ángel Marañón

 

 

Sobre el candelero limpio pondrá siempre en orden las lámparas delante de Yahvé.

(Levítico 24:4)

Pues el rey sabe estas cosas, delante de quien también hablo con toda confianza. Porque no pienso que ignora nada de esto; pues no se ha hecho esto en algún rincón.

(Hechos 26:26)

 

Es deseable es que cada uno fuera fiel a su conciencia ya que hay multitud de actitudes que se toman como sustantivas, cuando no son más que atavismos y costumbres de cada país o de cada persona. “Para el que cree que algo es inmundo, para él lo es”  dice la Santa Escritura.

Creo firmemente que no estamos al nivel del requerimiento de Dios que, a pesar de ser el dueño y el que tiene derecho a estar disgustado con nosotros a causa de nuestra maldad, sin embargo se muestra siempre dispuesto a perdonar, y Cristo permanece en su derecha intercediendo continuamente por nosotros.

Creo asimismo que si reflexionáramos seriamente sobre esto tendríamos una mejor actitud de agradecimiento y obediencia. A veces en nuestro afán (respetable por supuesto) de no hacer crítica, no queremos ver las cosas que se hacen mal y nos callamos, cuando lo que hemos de hacer es llamar mal a lo que es malo y llamar bien a lo que es bueno.

En nombre de la paz y la tolerancia que desde luego se deben de buscar, no podemos hacer “la vista gorda ni ante los extravíos ajenos… ni ante los nuestros ¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo! (Isaías 5:20)

Eso es lo que puede suceder cuando por no mostrarnos como debemos, callamos ante las opiniones o los hechos de los perdidos, y con ello lo que hacemos realmente es aprobar sus malas obras y filosofías terrenales de vivir. Es bueno ser amigable y tolerante pero siempre que quede claro que nuestra convicción no es la de ellos y nuestras obras han de ser claramente distintas.

Creo que es tiempo de reflexión y de catarsis personales de todos nosotros, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido y tengamos una respuesta adecuada para tal generosidad. No basta predicar a los demás sino que también a nosotros mismos.

El mundo rueda ensimismado en su poder y deseos engañosos, precipitándose en el abismo que al final nos engullirá a todos, si nosotros los que somos o profesamos ser cristianos no ponemos pié en pared y cada uno haga lo que debe. Hay que hacerse la cuenta de que solo mediante una obediencia al llamado divino es posible encontrar bálsamo para toda la humana podredumbre. Y así comunicarlo por activa y por pasiva.

No basta decir que uno no puede hacer nada ante la magnitud del problema social que existe, y en las intenciones de los líderes y sociedades de destronar a Dios y asumir ellos el gobierno, entronizando sus propios pensamientos y sistemas de vida.

No hay nada más razonable y benéfico que la obediencia a Dios, sin poner en tela de juicio lo que ordena, porque eso es garantía de vida eterna que comienza por la vida del “hoy, y aquí”. Es decir en el tiempo y en la situación o lugar donde nos encontremos en cada momento.

Si cada uno de nosotros, los que profesamos a Cristo hacemos solo nuestra parte, el mundo se rendirá a nuestro poder espiritual recibidos del espíritu, y manifestados en Cristo. Si continuamos siendo tibios y tan desentendidos del sufrimiento de la humanidad apartada de Dios, es posible que tampoco nosotros estemos haciéndolo bien.

Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. (Mateo 5:15) Nadie cristiano puede decir que él está en la onda si no hace buenas en sí mismo las palabras de Jesús. No vale decir que yo hago lo bueno casi de ocultas, sino que sus obras han de ser ostensiblemente hechas a la luz, cuando así sea preciso y conveniente.

Es cierto que es difícil establecer baremo de cuando tenemos que hacer la manifestación de nuestras convicciones, aunque el caso es que no meditamos suficientemente en la Escritura ni llamamos a la acción del espíritu en nosotros. Nuestras oraciones muchas veces son más que oración pretensión de mover a Dios a nuestra conveniencia o capricho, como y cuando se nos antoja.

Queremos que Dios esté a nuestra disposición en cualquier momento que se nos ocurra como si fuese un “genio de la lámpara”, cuando él nos dice claramente que le estemos atentos a Él y que hagamos su voluntad sin más dudas ni vacilaciones, y ya no digamos en constante connivencia con los mundanos.