Verguenza propia

Autor: Rafael Ángel Marañón   

 

              

Cualquiera que esté medio bien informado y con dos dedos de frente, sabe que la orgullosa civilización que estamos disfrutando o acaso padeciendo, es un castillo de naipes que se derrumbará a la menor brisa que se produzca sobre ella. Ahora le ha tocado ser ese viento al volcán  de Islandia, de nombre casi imposible de escribir. 

Los medios de comunicación trastornados como si la naturaleza se tomara la revancha de las injurias que a ella se le hacen La tierra gime y estalla en los volcanes, los tornados, los tsunamis, los terremotos, etc., para decirnos con actos claros de rebeldía que lo que estamos viviendo es un sueño y que hay que despertar. Si no lo hacemos por las buenas, habremos que hacerlo por las malas. Y la tierra tiene suficientes medios para hacérnoslo tragar.  

La casi infinita desigualdad de los pueblos pobres que se arrastran en medio de una miseria casi universal, y que a medida que se agoten las materias primas se irá haciendo más patente, clama ante Dios. La exhibición de un yate de tres palos que cuesta a su dueño miles de millones, no se puede justificar en nombre de la propiedad privada, ni en la de la libertad de ella. Hay casos que son casi crímenes de lesa humanidad, y eso nos pasará factura en su tiempo. 

Se suele decir que Dios no tiene prisa, y sabemos que si tenemos libertad y autonomía en la organización de las sociedades, no es para que se produzcan las atroces desigualdades que se ven por todo el mundo. Esto solo puede ser obra del director del infierno, que agita a sus incondicionales para darles un anticipo de lo que espera cuando la sal y la levadura, por muy poca que quede, deje de actuar. 

Yo no podré entender nunca por más que me lo expliquen (reconozco que soy algo lerdo) esa tremenda angustia de media humanidad sobre activada y egoísta, y la otra miserable que muere en las calles, y que a veces no tienen una miserable pildora que llevarse a la boca, en medio de atroces dolores, y enfermedades terribles acentuadas por el abandono y la desnutrición. 

No podría creer si estuviera en otro planeta, que en este no hay pan para todos, cuando sobra y se tienen medios para acudir a las necesidades de las gentes abandonadas a la miseria y la ignorancia. No podría creer que en esta tierra tan acogedora y a la vez tan maltratada, había cristianos que disputan por puntos que a veces son nimios, cuando si se quisiera y se exigiera a los gobiernos a los que se elige, que obraran cristianamente por lo menos en eso, hicieran un examen de conciencia, y fueran a socorrer a tantos hermanos que pasan estremecedoras penurias. Por lo menos habrían paliado algo la situación de esas pobres gentes. 

¡¡¡Cristianos!!! Hay pan para todos, si nosotros sabemos vivir conforme a los estatutos de Jesús, y hacemos buena nuestra militancia cristiana. No me extraña que los grandes de este siglo sean tan egoístas y ciegos, pero sí que los cristianos tengamos tan poco cuajo que no seamos capaces de poner en su sitio a los que nos gobiernan, para que el ideario cristiano sea prevalente en nuestras relaciones con los más necesitados.  

Una vida frugal y desprendida es posible, aun en medio de las exigencias de una sociedad próspera, ciegamente perversa, que mata lentamente con el estrés, las prisas, la acumulación por desconfiar de la Providencia de Dios, los miedos constantes que amenazan por tanta inestabilidad, la adoración al dinero, y el culto a los vicios tratando de justificarlos.  

Nuestro Señor Jesucristo, nos dice como hay que hacer; nosotros somos desobedientes  y así van las cosas. A mi parecer solo hay una solución, y esta es la venida de Cristo a llevarnos con él y librarnos de la esclavitud de este mundo. El rico tiene miedo de que le sobrevenga la miseria, y el pobre anda envidiando y tratando de imitar al rico. En realidad, Dios está apartado de nuestros corazones, y como dice el poeta: siguió indiferente su camino, el mundo que va ciego a su destino.

Rafael Marañón

AMDG